Monday, December 18, 2006


REFLEJO DE SOLDADO ESPAÑOL
1º Concurso de Redacción Literaria Excmo. Sr. Felio A. Villarrubias
"LAS VIRTUDES CASTRENSES Y LOS VALORES MORALES"

Por Asturquín


La altura de miras y la mirada baja son tan compatibles como el orgullo y la modestia, pues no está el caballero para sentarse al caballo y otear el horizonte, cual águila que acecha al zorro que campea en libertad por los montes o al conejo inocente, sino para ser modelo de dignidad y gallardía. Dignidad y gallardía reflejo de nuestros soldados.
Cuando el materialismo impera, cuando la ostentación hace mella en las sociedades avanzadas, es nuestro mirar al suelo, hacia los campos de nuestra Patria, nuestro orgullo, el gesto clamoroso que fija metas de humanidad.
Y es que el reflejo de nuestras tierras, que nos abstraen invocando las gestas más notables, de nuestros ancestros españoles, que dejaron en el áurea patria los vientos de virtudes que llevaban en sus corazones, y la evocación de tan generosas entregas, honradez y sacrificio, en aras de una España mejor, impregna nuestros pechos y hacen latir el corazón español.
El ser soldado reclama ciertas cualidades morales, cierto modo de vida, de pensar y de obrar. Ser soldado es conocer las tácticas de combate unido al valor personal, la viva imaginación; es ser puntual, obediente y abnegado, con la mente siempre dispuesta al servicio de los demás. Es vida de lealtad y valor, de constancia, de buenas costumbres que no habrá de ser mancillada, siendo menester administrar justicia con rigurosa equidad, en apoyo de preservar, en sus propósitos, el vencimiento de las dificultades y de los obstáculos que a ellos se opongan, y que puedan conquistar la capacidad militar y de presencia de ánimo, en los peligros que cautivan su confianza.
Nadie como un soldado conoce el valor de la disciplina, relación jerárquica de superior a inferior, de mandato y obediencia, y nadie como él reconoce el efecto desmoralizante que puede el mandato diferenciador, discriminatorio, despótico y arbitrario, mellar en su moral, a sabiendas, que el ejército se enaltece sembrando vínculos de simpatía, de mutuo respeto, de honor y de justicia, esencia de la organización militar.
No escatimemos esfuerzos, conozcamos las inquietudes de nuestros soldados, conocerlos es conocer el alma de España. Recabemos en sus vidas y desechemos la más leve duda, de que quien siente un acendrado amor a España, pues al jurar, con fervor, y besar su bandera, para defenderla hasta la última gota de su sangre, no dudará en cumplir su juramento, como soldado y ciudadano.
Amor a España, es pensar en ella como se piensa de casa. Es levantarse día a día con la mirada puesta en su mejor servicio, con la mente despejada, desechando particulares egoísmos, en busca de la unión mediante la comprensión, el compañerismo, la amistad, sin siembras de dudas que se disperse en el aire, pues muy al contrario, sembremos la generosidad y la confianza en loor a un mejor hacer, de labor constante y convivencia, que es en definitiva lo que produce los mejores resultados, para dejar un legado a nuestros hijos de paz y tranquilidad, bajo un orden honrado, y fuera de toda sospecha.
De ahí, que para conseguir dichas metas, hayamos de practicar el ejemplo constante y no valen las palabras huecas y sembrar vana literatura, que los hombres y mujeres españoles saben desde el nacimiento de nobleza y lealtad, y no de falsas promesas.
Las virtudes ejemplares, morales, han de imperar y no la obsesión en metas materiales, que empañan las alturas de miras fundamentales, que reflejan el espíritu humano. Estas y no otras son la base de la fortaleza que mantienen a los hombres y mujeres incombustibles, alma para seguir haciendo de España una nación soberana.
De la disciplina de espíritu se deriva las otras manifestaciones, y no habrá mayor orgullo que el de vestir el uniforme militar, manteniéndole incólume, portándolo con gallardía, sobre un cuerpo ejercitado con la preparación física y sin macilla de sustancias, que impiden mantener la mente despejada, y libre, para llevar a cabo las tareas que les son encomendadas.
En el Ejército, los abolengos, las fortunas, la posición social o la influencia no entran en la concesión de grados, de honores y distinciones y el sistema para alcanzarlos han de ser democráticos y justos, y de esta manera el soldado que haya aprendido a dominar sus impulsos, en la sana obediencia, cariño de sus compañeros, sacrificando su bienestar, estará en condiciones de hacer lo propio como buen ciudadano y a ser indispensable en el mantenimiento de una sociedad fuerte.
El soldado español sigue siendo reflejo de caballerosidad en el mundo, y así en cuantas misiones ha participado, fuera de nuestras fronteras, ha dejado su impronta de respeto al prójimo, humanidad, entrega, y voluntariedad, contribuyendo a fortalecer a España y hacer una Europa más unida. FIN

Sunday, December 03, 2006

HISTORIA DEL SAHARA OCCIDENTAL
Por Asturquín
Tras los acuerdos de la conferencia de Berlín (884-1886), se establecieron las fronteras para el territorio del Sahara Occidental, que coinciden con la antigua provincia española del Sahara. Por el Norte el paralelo 27º 40´, que lo limita con Marruecos. Por el Este, una serie de meridianos y paralelos y la curva que sensiblemente sigue la sebja de Idjil, limitando con Argelia y Mauritania.
Los primeros pobladores que habitaron sus territorios dejaron su huella en innumerable materiales líticos y pictóricos, que dan idea de su antigüedad, así podemos considerar con cierta aproximación, basándonos en estudios comparativos, que las más antiguas representaciones grabadas en las paredes rupestres de la zona de Erqueyez datan del IX milenio antes de Cristo. En aquellas están representadas escenas de caza, de rituales, así como toda clase de animales: rinocerontes, jirafas, gacelas etc.
No aparecen carros en los grabados de Erqueyez, sin embargo esto ocurre en yacimientos de la sequia el Hamra y Rio de Oro. La introducción del caballo en el Sahara en el Sahara Oriental y Central se produjo sobre 1500 antes de nuestra era, junto a los carros, la llegada al Sahara Occidental es más tardía, donde se localizan tirados por bueyes, método de transporte que se utilizó, hasta la llegada del camello en época romana.
Desde muy antiguo, las costas del África occidental tuvieron un marcado interés por parte de los habitantes de la antigua Iberia. Si embargo, no será hasta la hegemonía del poder cartaginés cuando es registrada por la historia una de las primeras expediciones hasta aquellas lejanas tierras, con el fin de fundar colonias en su litoral, aprovechando la gran riqueza del mar, a la vez de extender sus dominios para fomentar su comercio frente a la rivalidad de Roma.
La expedición estaba compuesta de 3000 hombres, embarcados en 60 naves, que salió del puerto de Cartago al mando del ilustre marino Hannón. Fue costeando todo el litoral hasta la Senegambia, explorando aquella parte del territorio que correspondería más tarde al Sahara Español, erigiendo en cabo Blanco un monumento consagrado a Neptuno.
No encontramos desde aquel entonces antecedentes expedicionarios posteriores que merezcan mención alguna, puesto que las expediciones conocidas hasta el siglo XVI, están llenas de relatos fantásticos e inverosímiles. Es en este siglo cuando se registra en la carta catalana de 1375, lugares de estos territorios con notable precisión, demostrando que los españoles visitaron aquellos lugares con bastante antelación a los portugueses.
En el siglo XIV, la conquista de las islas Canarias está íntimamente relacionada con la acción de España en el África Occidental, cuando ya bajo el reinado de Enrique III de Castilla, al final de la centuria, se organiza una expedición al mando del Señor de Almonaster, Peraza Martel que llegó a la isla de Lanzarote.
Los escritos publicados por un monje franciscano español, sirvieron de base a Juan de Bethencourt para desembarcar en las inmediaciones del cabo Bojador. Allí sostuvo luchas con los indígenas, para posteriormente volver a la isla de Lanzarote, a donde llevaron los primeros camellos procedentes del desierto.
En el año 1405 se llevó a cabo la conquista de la isla canaria de Hierro, y el 1445 la de Gomera.
En este mismo año el portugués Jao Fernández, se quedó con los indígenas en el desierto de forma voluntaria, siendo el primer europeo, que recorrió estos territorios. No obstante aunque los portugueses efectuaron algunas instalaciones en la costa africana abandonaron pronto sus proyectos sobre esta parte de África Occidental, fijando su atención en los territorios americanos.
En 1476 una pequeña flota al mando de Don Diego García de Herrera, Señor de Canarias, partió de las islas llegando a la costa occidental de África y desembarcando en lo que pudiera ser Agadir, construyendo una fortaleza a la que denominó Santa Cruz de Mar Pequeña, guarnecida por un número indeterminado de soldados.
En 1491, los Reyes Católicos nombran a Don Alonso Fernández de Lugo “El Adelantado”, Capitán General de las conquistas en la costa africana, desde cabo Güera hasta cabo Bojador.
En 1499, algunos caídes y gran número de tribus, en la alcazaba de Agaos de la ciudad de Tagaost, situada a 60 millas del mar y a 10 del río Sus, presentaron juramento de fidelidad ante el Gobernador General de Gran Canaria Don Lope Sánchez de Valenzuela, y se construyeron fortalezas en Bojador y Num, con sus correspondientes guarniciones, misión que fue encomendada a “El Adelantado”.
Mediante escritura pública otorgada, el 15 de febrero de 1499, por Amet, Capitán de la ciudad de Ufrau, por si y en nombre de su hermano Gacel-ez-Ziz, ante el escribano Gonzalo de Burgos, tuvo lugar la sumisión del importante reino de Bu-Tata, declarándose vasallos del rey de España los pobladores de 38 lugares cercados, del valle de Ufrau, y que según el escritor Jiménez Espada, era lo que constituía el territorio de Gua-Nim, situado en la orilla derecha del río Dráa, y abarcando la población de Ifni.
Esto hizo cundir los efectos deseados para los intereses españoles en el intercambio de comercio, puesto que al poco siguieron el ejemplo otras tribus que se acogieron a las mismas formalidades, destacándose los habitantes de Ifni, los de la ciudad de Tamenarte, villa principal del reino de Bu- Tata y la de los pueblos de Tariagarute, Sacabeiré y Egugúaz, situados a la orilla del río Tamenarte, e incorporándose a la Corona de España, por cesión voluntaria de su soberanía.
En 1524, la fortaleza de Santa Cruz de Mar Pequeña, es sometida a numerosos ataques por parte de los indígenas, cayendo en manos de los moros definitivamente.
Después de la toma de Granada, un moro de esta ciudad que al convertirse al cristianismo tomó el nombre de Juan de León, conocido mejor por “El Africano”, haría dos viajes a África, en los cuales describió la ciudad de Timbuctú y algunas poblaciones como Tesset, Gualalata, Guaden o Hoden en los confines de Numidia y La Libia, dando detalles de las minas de sal de Tagaza y de Aravan, en el camino de Segelmesse a Timbuctú, así como de las tribus de los Zanhagos o Zanagos y de los Delim.
Posteriormente Don Luis Mármol Carvajal, que viajó y combatió en África durante más de veinte años, publicó la relación de sus exploraciones, ampliando los datos, que su compañero Juan de León había recogido, citando la región de Addahasa, habitada por los Uled Huseim y los Beni Merinis, que indudablemente ha de ser lo que se conoce con el nombre de Adrar.
Entre 1590 y 1591, los españoles tuvieron una participación gloriosa en la expedición y conquista de Timbuctú, llevada a cabo por el sultán de Marruecos Muley Hamete, que con un ejército de 8000 hombres, en su mayoría andaluces del reino de Granada, derrotó en las inmediaciones de Gago, a la izquierda de Timbuctú, a las fuerzas del rey negro, que sumaban 80.000 hombres, entre los que se encontraban 8000 jinetes, conquistando el Adrar, donde quedaron muchos expedicionarios, que fueron designados posteriormente con el nombre de ramás o tiradores.
A partir de estos años, y durante los siglos XVII, XVIII y XIX, en que estos dominios pasaban con tanta rapidez de unas manos a otras, los pescadores canarios seguían ejerciendo su industria en aquellas aguas, especialmente en las que bañan la costa desde cabo Bojador a cabo Blanco, la Bahía de Río de Oro y la del Gago, sin que nadie les pusiera el menor obstáculo ni les impidiera el desembarco, cuando las operaciones de sus artes lo hacía necesario, o cuando a ello les obligaba los temibles temporales, que tan frecuentemente se desencadenan por aquel litoral.
Durante estos años, los canarios efectuaban frecuentes razzias, a las regiones del África Occidental, que les proporcionaban esclavos y ganado.
En 1767, se lleva a cabo la firma del Tratado de Paz y de Comercio Hispano-Marroquí, entre el rey Carlos III y el sultán Muley Mohamed; en 1799 el de Comercio Navegación y Pesca, en la ciudad de Mequinez, entre el rey Carlos IV y Muley Solimán, y en 1860 en Tetuán el de Amistad y de Paz, entre la reina Isabel II y Sidi Mohamed, sultán de Marruecos, por lo que se reconoce a España el derecho a establecer una factoría de pesca en la costa del océano, junto a Santa Cruz de Mar Pequeña. Se identificaría, después de largas conversaciones el emplazamiento de Santa Cruz de Mar Pequeña con el de Ifni. Finalmente, en 1881, los jefes indígenas hacen cesión a España de la península de Río de Oro.
Merced a las activas gestiones, llevadas a cabo por el ilustre presidente de la Sociedad de Africanistas, Don Francisco Coello, en 1884, el gobierno presidido por el Señor Cánovas del Castillo, comisionó al teniente de infantería don Emilio Bonelli, para que tomara posesión, a lo largo del mes de noviembre y en nombre de España, de las comarcas comprendidas entre los cabos Blanco y Bojador, logrando dicho oficial en poco tiempo captarse las simpatías de los naturales, desvanecer el odio que las reyertas con los pescadores canarios habían desarrollado entre las tribus, y que los jefes principales de ellas, hicieran protestas de amistad a España, firmando actas de adhesión, y mostrarse propicios a secundar las ideas expuestas por Bonelli, estableciendo una corriente mercantil entre los indígenas del interior, y la naciente factoría de Río de Oro, fundada por la Compañía Mercantíl Hispan-Africana, con domicilio en Sevilla.
Por Real Orden de 26 de Diciembre de 1884, se declaran aquellos territorios bajo el protectorado español, los comprendidos entre cabo Blanco y Bojador; que con personal de carácter civil, se establecieron tres casetas: una en la Península de Rio de Oro, otra en Angra de Cintra y una mas en Cabo Blanco, donde quedó ondeando el Pabellón Español. En el mes de Marzo del año siguiente Bonelli embarcó con rumbo a la Península.
Al año siguiente, después de abandonar muy pronto los puestos ocupados de Angra de Cintra y Cabo Blanco, solo quedó como ocupación la factoría de Rio de Oro, cuyo emplazamiento se denominaría de aquí en adelante Villa Cisneros. A los pocos días de su marcha, en el mismo mes de Marzo, se presentaron frente a la factoría varios grupos de moros, que fueron en aumento poco a poco, hasta llegar a lograr un núcleo bastante considerable. Comenzaron con mostrarse insolentes y provocativos durante las transacciones, que hizo sospechar a los empleados de la Compañía de sus malas intenciones, por lo que con lisonjeras promesas, trataron de ganar tiempo para efectuar con seguridad la retirada.
Pero, de repente, los moros se lanzaron sobre los dependientes de la Villa Cisneros, que estaban desarmados, dando muerte al tenedor de libros Don Serafín Ferlín y al auxiliar Don Pedro Sánchez, hiriendo mortalmente al cocinero, a un peón, a dos marinos de “La Ceres”, y de gravedad al intérprete y a otro empleado. Aquellos que pudieron salvarse buscaron refugio en el edificio en construcción, pero ante la amenaza de ser asesinados si no se rendían, hubieron de entregarse. Fueron cogidos prisioneros y maniatados por los moros, que se dedicaron al saqueo, a la destrucción de la factoría y de las obras que se habían planteado.
Aquella noche fue triste para los españoles retenidos, con la incertidumbre de cual habría de ser su suerte; al día siguiente recobrarían la libertad, y cuando los moros terminaron de saquear la factoría y el pontón “Inés”, les obligaron a embarcar. Lo que había quedado fue incendiado por los insurrectos, que abandonaron el lugar adentrándose hacia el interior; los supervivientes desembarcaron entonces para dar cristiana sepultura a sus compañeros y volvieron a embarcar en el pailebote “Pino”, que los condujo a Canarias, abandonando de esta forma el continente.
Estos hechos produjeron en España un movimiento general de indignacíón, traducido en una enérgica nota de nuestro gobierno al sultán de Marruecos; éste se lamentó de lo sucedido, contestando a la nota diciendo que su autoridad no se extendía hasta las tribus nómadas del Sahara, y que en su virtud, no podía castigar el asesinato de los desgraciados españoles, que con su sangre sellaron la posesión de aquellos territorios.
Para evitar la repetición de aquellos atropellos y garantizar la seguridad de los que allí fueran, protegiendo al mismo tiempo la continuidad de las obras de la nueva factoría, que por su cuenta iba a ejecutar la Compañía Mercantil Hispano-Africana, dispuso el Gobierno por Real Orden de 26 de Mayo de 1885, que se estableciera en la península de Rio de Oro un destacamento de 25 hombres, que debía de salir de Canarias sin perdida de tiempo, acompañado de un oficial de Estado Mayor, que sería el designado para establecer el emplazamiento de la nueva colonia. Esta disposición fue inmediatamente cumplimentada, saliendo del puerto de las Palmas, el día 8 de Junio y embarcados en el vapor “Río de Oro”, perteneciente a la mencionada compañía mercantil, el capitán de Estado Mayor Don José Chacón, acompañado del alférez alumno del mismo Cuerpo Don Javier Manzano y del Teniente de Artillería de plaza Don Estanislao Brotóns, como Jefe del Destacamento compuesto además por un sargento, tres cabos, un corneta y 20 artilleros, con material de campamento y víveres y aguada para un mes.
Una vez reconocido el terreno se estableció el campamento, se trazó la planta de la factoría y se izó de nuevo nuestra Bandera con los honores de ordenanza, comenzando de inmediato los trabajos de edificación. Esta identificada guarnición, va a constituirse históricamente en el primer antecedente de orden militar de las futuras Unidades, que se irán estableciendo en los años sucesivos, entre ella la Agrupación de Tropas Nómadas.
El tratado de Iyil, firmado en 1886, decía:
“ Primero. En el territorio de Iyil (Sahara Occidental), 5 kilómetros al SE, del pozo llamado Auig, á los 22º 28´de latitud N., 9º 9´ 15” de longitud O, del meridiano de Madrid, y á los doce días del mes de Julio del año 1886 (10 de Schanel del año 1303 de la Hégira), la Sociedad Española de Geografía Comercial, y en su nombre Don Julio Cervera y Baviera, capitán de Ingenieros; D. Francisco Quiroga y Rodriguez, doctor en ciencias, profesor de la Universidad de Madrid, y Don Felipe Rizzo Y Ramirez, consul de primera clase y profesor de idiomas y en particular de árabe, y los tres en comisión enviada por dicha sociedad, para llevar a cabo viajes de exploración y estudio por el interior del Sahara Occidental, y debidamente autorizados por el Gobierno español, declaran lo siguiente:
Uled-Efriit, xeij de er-Rguibet; Uled Sidi Mohammed el Laxanna el Souri, xeij de Mechd-zuf; xerif Sidi-Mohammed; el Emir-ueld Mohammed, antiguo propietario de las alinas de Iyil y xeij de la tribu de Sidi-Mohammed; el Hafazd, xeij de Uled-el-Fligui; Ahmeyyen, xeij de Uled-Udeica; Mohammed Abid-Al-lah, xeij de Uled-Bu-Amar; Sidi Beba, xeij de Uled-Tegueddi, los cuatro últimos representantes de las cuatro ramas de Uled-Delim. Todos manifiestan su conformidad con la presente acta, y nombraron su representante, para firmarla, al Hach Abd-el-Kader l’Aj-dar. Y para que conste, lo firmamos con dicho señor en Iyil, á los doce días del mes de Julio de 1886,- El capitán de Ingenieros, Julio CTodos los territorios comprendidos entre la costa de las posesiones españolas del Atlántico, desde cabo Bojador a cabo Blanco, y el límite occidental del Adrar, pertenecen a España, desde el día de la fecha. Entre los expresados territorios se cuentan: el Auig, la Sebja de Iyil, el Tiris occidental, Auseot, Negyir, Es-Ragg, Rsaibet-el-Aidhzam, Tenuaca, Adrar Suttuf, Guerguer y demás ocupados por las familias de los Uled-bu-Sbá, los Mechdzuf, Ehel-Sidi-Mohammed-er-Rguibet, las cuatro ramas de Uled-Delim, ó sean Uled-Ffligui, Uled-Tegueddi, los Arusiyin, Itsidrarin, Beric Al-lah y otras menos importantes. En el acto de la toma de posesión enarbolan el estandarte nacional y extienden la presente acta á presencia de numerosos árabes, representantes de las tribus citadas, entre las cuales se encuentran los siguientes jefes: El xeij de Uled-bu-Sbá Sidi-Lafzdal; xerif Sidi Beschir-ben-es-Sey-yid-Sbai; xerif Abd-el-Uedud; xerif Abd-el-Asis ben Abd-el-Koddus; xerif Mohammed-ben-el Mujitir;ervera.- Francisco Quiroga.- Felipe RIzzo.- Firma en árabe de Abd-el-Kader l’Aj-dar.- Hay un sello en tinta azul que dice: Sociedad Española de Geografía Comercial.
Segundo. En el territorio de Iyil frontera del Adrar-et-Tmarr, y á los doce días del mes de Julio del año 1886 (10 de Schanel del año 1303 de la Hégira), la Sociedad Española de Geografía Comercial, y en su nombre Don Julio Cervera y Baviera, capitán de Ingenieros; Don Francisco Quiroga y Rodríguez, doctor en ciencias, profesor de la Universidad de Madrid, y Don Felipe Rizzo Y Ramírez, cónsul de primera clase y profesor de idiomas y en particular de árabe, y los tres en Comisión enviada por dicha Sociedad, para llevar a cabo viajes de exploración y estudio por el interior del Sahara Occidental, y debidamente autorizados por el Gobierno español, declaran lo siguiente:
Ahmed-ben-Mohammed-ueld-et-Aidda, xeij del Adrar-et-Tmarr, jefe de la poderosa tribu de Yehya-u-Azmen, acompañado de los magnates é individuos principales de su corte: el xerif Yeddu, de los hijos de Sidi- Yehya; Az-men-ueld-Mohammed-ben-Kaimisch, Eschij-ueld-Eynen, schinguiti; Sidi-Ibrahim-ueld-Megguid; Sidi Ahmed-ueld-ed-De y Sidi Abiyyid-ben-Fermin, reconoce la soberanía de España sobre todo el territorio del Adrar-et-Tmarr, y se somete con su tribu bajo la protección del Gobierno español. Los límites del citado territorio, reconocidos por los árabes del Sahara Occidental, se extienden desde Pozos Tudin, al norte de Uadan, hasta A-Ksar, al sur de Uyeft, y desde Iyil y Pozos Güimit, por occidente, hasta Tixit, por el oriente. En prueba de sumisión y vasallaje, el xeij Ahmed-ben-Mohammed-ueld-et-Aidda entrega su caballo y su fusil al jefe de la Comisión española, y solicita del Gobierno el uso de un sello especial, para autorizar los documentos y correspondencia oficial, que en lo sucesivo ha de mantener con las autoridades de España. Y para que conste , lo firma con nosotros, como representante de Ahmed-ben-Mohammed-ueld-et-Aidda, que no sabe firmar, el xerij Yeddu, de los hijos de Sidi-Yehya, en Iyil á 12 de Julio de 1886 (10 Schanel de 1303).- El capitán de Ingenieros, Julio Cervera.- Francisco Quiroga.- Felipe Rizzo.- Yeddu-ueld-Sidi-Yehya, guárdele Dios.- Hay un sello en tinta azul que dice: Sociedad Española de Geografía Comercial “.
Los moros, en 1887, estaban envalentonados por su éxito anterior, por lo que trataron de volver a las andadas. Un gran número de moros rodeó el destacamento y la colonia, abriendo fuego sobre los españoles. No se esperaban los certeros disparos de cañón, que dispararon desde el interior de la posición, obligando a los indígenas a dispersarse y abandonar el campo, sembrando entre los integrantes de las tribus la muerte y el espanto.
Al día siguiente, 25 de Marzo, se presentaron ante la autoridad del destacamento haciendo protestas de sumisión y amistad, pero que a la postre intentaron faltar en varias ocasiones, no pudiendo llevar a cabo sus propósitos por las precauciones adoptadas por los españoles y la presencia continuada del destacamento militar.
Un nuevo desembarco se efectuó con otra expedición, a cuya frente iría otra vez el Teniente don Emilio Bonelli, nombrado Comisario Regio de nuestras posesiones en el Sahara, y encargado de la factoría, que con perfecto conocimiento del idioma árabe, del carácter, de las costumbres y de la religión de los indígenas, logró restablecer las corrientes de amistad y de buena armonía entre los moros y la colonia europea. Protegiendo a la misma, iría un destacamento de veinte hombres.
Situada la Villa Cisneros a unos 200 metros de la costa, en una ligera depresión del terreno, la colonia era un recinto de planta rectangular, de 60 y 40 metros de dimensiones laterales, cercado por un muro de mampostería, sin foso, cuyos lados mayores seguían la dirección este a oeste. La casa - fuerte, en donde tenía su acuartelamiento la tropa de infantería de marina destacada por aquel entonces, era un edificio de dos pisos, situado en el ángulo NO., del recinto, con muros con aspilleras, de 7 metros de altura. La comunicación con el exterior se efectuaba por medio de una escalera levadiza, protegida por los fuegos del campo por un espaldón construido sobre el muro de cerramiento. Las ventanas del edificio estaban aspilleradas, y en la terraza había un compartimento para una guardia de tiradores, que podían batir gran extensión, asegurando la puntería merced a las señales establecidas en el terreno, de cien en cien metros.
En el vértice diametralmente opuesto, se levantaba la casa - oficina, también rectangular, de 19 metros de longitud por 9 metros de anchura, flanqueada por cuatro torreones aspillerados. Todo el recinto comunicaba con el exterior por una puerta de tres metros de anchura, abierta en el lado norte y al lado del fuerte; para el paso de las personas había un postigo, y para la vigilancia del centinela, un ventanillo con reja y tabla de cierre a corredera.
En el ángulo SW, había un pequeño polvorín de mampostería y en el NE, se hallaba instalada una pieza de artillería de 8 centímetros, dispuesta para tirar a barbeta y batir el terreno de las inmediaciones en dirección de la costa, así como toda la longitud de la península hacia el N. A unos 200 metros del recinto estaba la casa de contratación, en la que los moros celebraban sus conferencias con los europeos de las colonia, y efectuaban los cambios de sus productos por los géneros que les proporcionaba la factoría. En ella solían algunas veces pernoctar, previa autorización y entrega de las armas, que recogían cuando habían de regresar al desierto. El muelle estaba formado por dos muros paralelos rellenos de piedra, valía poco y tenía el grave inconveniente que estaba desenfilado de los fuegos del fuerte.
En el año 1903, el capitán Don Francisco Bens Arganzola, es nombrado Gobernador político militar de las posesiones, y durante su mandato, hasta noviembre de 1925, aparte de las incursiones de carácter diverso se lleva a cabo: En junio de 1916, la ocupación de Cabo Juby y en 1920, la ocupación de La Agüera.
Se establecieron puestos costeros en Cabo Juby, Villa Cisneros y La Güera. El fuerte de Tarfaia y una serie de fortines al norte de éste último, en la Península de Rio de Oro, y puesto de la Güera. Estaban protegidos por guarniciones militares compuestas por hombres pertenecientes a la Unidad Disciplinaria (Compañía Disciplinaria).
En 1926, se creaon las Tropas de Policía compuesta por una “Mia a Pie” y otra montada “Mia de Camello”, con el objeto de llevar control en nuestra zona fronteriza con el Protectorado francés, ya que Francia exigía que se sometiese a las partidas armadas que al calor de nuestra pasividad se formaban en nuestra zona de influencia.
En el año 1928, por R. O. de 27 de Julio, se crea la Mia de Cabo Jubi, y por la de 10 de Octubre, se lleva a cabo la reorganización de las Fuerzas Nómadas. En 1934, en el mes de Abril, se lleva a cabo la ocupación de Ifni.
La establecida “Escuadrilla de Aviación” de aparatos Junkers, en Cabo Juby, en íntimo contacto con la Mia a Camello, aprovechando la generosidad de los indígenas que abren para los españoles las puertas del desierto, efectuaban diversos recorridos por el interior, poniéndose en contacto con diversas tribus.
En 1937 tiene lugar la Creación de una Agrupación Nómada en Rio de Oro, con efectivos extraidos de la “Mia de Camello”, para posteriormente con ambas Unidades llevar a cabo la formación de los Grupos Nómadas, dotados de los elementos indispensables como automóviles, radios etc., y que en unión de la escuadrilla de Aviación dan comienzo a una intensa labor.
En el año 1940, se efectúa la reorganización en cuatro Grupos Nómadas: Dos Grupos Nómadas en Dráa. En Tantan, al mando del comandante Don Rufino Pérez Barrueco. Un Grupo Nómada de Sequia El Hamra en Smara al mando del Capitán Don Enrique Alonso Allustaute. Un Grupo Nómada de La Gándara al mando del capitán Don Jorge Núñez Rodríguez. En el transcurso del año 1946 se suprime uno de los Grupos de Dráa. En Ifni se encuentra un Grupo de Policía, que era independiente de los del Sahara, y disponiéndose en 1954, que cada Grupo fuese mandado por un comandante. Se crea la Inspección de Grupos cuyo mando recae en el teniente coronel Don Rufino Pérez Barrueco.
Posteriormente se crea el Cuerpo de Fuerzas de Policía dependientes de la Presidencia de Gobierno, constituyéndose: una Plana mayor. un Grupo Nómada, nº I en Ifni. Tres Grupos Nómadas en Sahara: nº II en Dráa. Nº III Sequia el Hamra. Nº IV La Gándara.
En el año 1956, por Decreto de 13 de Enero, se aprueba el Reglamento del Cuerpo. En B.O.E. nº 242, Agosto, es destinado el teniente coronel Mulero. Aprobándose en 1957, por Decreto de 7 de Enero (BOE. nº 15), el Reglamento del Régimen Interior del Cuerpo.
En el año 1958, con fecha 15 de Enero, tiene lugar la separación de las dos provincias de Sahara e Ifni. Con fecha 10 de Abril, se entrega la Zona Sur del Protectorado, acordándose posteriormente la disolución del Grupo Nómada del Dráa II. El 21 de Octubre, se hace cargo del mando del Cuerpo de Fuerzas de Policía el teniente coronel Pérez Barrueco, para el que fue destinado en el B.O.E. nº 271 de dicho año.
En el año 1959, y con fecha de 22 de Junio, (B.OE. nº 148), es nombrado Secretario General de la provincia del Sahara Español el teniente coronel Pérez Berrueco. Por la Instrucción 159-113 de 25 de Septiembre, se lleva a cabo la reorganización definitiva de las Fuerzas Nómadas, dando lugar a la constitución de la Agrupación de Tropas Nómadas del Sahara. El mando de esta Agrupación recae en el teniente coronel Don Enrique Alonso destinado por O. C. De 28 de Diciembre (D.O. nº 293).
El año 1975, es el año de la desaparición de las Tropas Nómadas como Unidad física. Por la Instrucción General OC/JC nº 75/221 (anexo nº 1) de fecha 10 de Diciembre, se estableció la supresión de la Agrupación de Tropas Nómadas del Sahara.
Por último España a finales de este año de 1975 abandona definitivamente estos territorios.

FIN

Bibliografía consultada
D´ALMONTE, Enrique: Ensayo de una breve descripción del Sahara Español. B/N. Madrid.
BONELLI, Emilio: El Sahara
ITEM: --Nuevos territorios españoles de la costa del Sahara: conferencia dada en la sociedad geográfica el 7 de Abril de 1885.
ITEM: Viajes al interior del Sahara.
DOS OFICIALES, del Ejército- Posesiones españolas del Africa occidental. 1900. B/N. Madrid.

Friday, December 01, 2006

LUIS NOVAL FERRAO

Asturquín

En Septiembre del año 2009, al cumplirse el centenario de la muerte de Luis Noval Ferrao, es un motivo para sacar a la luz, una serie de datos y documentos históricos, relativos tanto a su persona y a las circunstancias de su gloriosa muerte, como a la serie de correspondencia, que en poder de familiares e instituciones oficiales, he conocido.
Me atrevo a presumir que, para muchos, la figura del Cabo Noval, no les sea muy familiar, pues se trata de estos personajes de nuestra Historia que, en su momento, tuvieron una gran relevancia, pero luego, pasado el tiempo, forma todo lo más, un nombre que figura al pie de un monumento, al que nos aproximamos para leer, a alguno de nuestros familiares o amigos y decir, con respeto: es un soldado que murió en Melilla.
Mi trabajo ha sido el de desentrañar, si aún cabe más de lo que se ha escrito, las circunstancias de su muerte, salvaguardar sus verdaderos apellidos, de cómo regreso a su tierra del Principado de Asturias y dar algunos apuntes a documentos, con motivo por la erección de un monumento a su memoria, en la Plaza de Oriente, junto al convento de la Encarnación.
Recordar una promesa incumplida al Ayuntamiento de Oviedo, que en su momento, prometió levantar en su ciudad un monumento, pero por extrañas circunstancias, tal vez económicas, tal vez por olvido burocrático, no se llevó a cabo; se le dedicó una calle, y una placa en un edificio aledaño, a la casa modesta donde nació.
En la portada de la Revista España en Marruecos, un dibujo de Navarrete, me ha servido para dar inicio a mi trabajo. En él, se puede desprender que los hechos fueron muy distintos de los que fueron en realidad.
Noval en ningún momento fue hecho prisionero, como se refleja con las muñecas maniatadas y tampoco le quitaron su arma, ni tampoco le obligaron los moros a nada, todo lo que hizo fue obra de su propia iniciativa, cosa que se ira desgranando a lo largo de la literatura de esta pequeña investigación.
Afortunadamente hubo en la época representaciones excelentes de aquella gesta, ahí esta sino la pintura de Degrain. Las malas interpretaciones de la realidad dan pábulo, no en pocas ocasiones, a sacar versiones de todo tipo, máxime cuando se impregna del carácter español, muy dado a la chanza y a la chirigota.
Interpretaciones distintas del hecho no faltaron, muestra de ello, tenemos algunos ejemplos. En el Diario El Comercio de fecha 3 de Octubre de 1909, se pudo leer: “....los moros, valiéndose de mil argucias, lograron apoderarse del cabo del regimiento del Príncipe, llamado Luis Noval, y después de desarmarle, se lo llevaron prisionero a uno de sus aduares, donde se reunieron los jefes de la jarca para discutir la clase de muerte que habían de aplicar al desventurado Noval; pero se conoce que uno de los jefes pensándolo mejor, propuso a sus compañeros utilizar al cabo, para tratar de sorprender al campamento...”, sigue diciendo el cronista: “.. con amenaza de infligirle los más terribles tormentos... le obligaron a decir a los españoles que no disparasen..”. En Verdades Amargas, por el Capitán X... , se puede leer: “..: “La patrulla, mandada por el cabo del regimiento del Príncipe Luis Noval, y formada por los soldados y un tambor del mismo regimiento, fue sorprendida por los moros, y muertos los soldados con arma blanca, hicieron prisionero al cabo, a quien obligaron les enseñase la puerta de entrada del campamento.”. En el libro de Eduardo Gallego, titulado: La Campaña del Rif, se puede leer, incluso dando nombres evidentemente que nada tienen que ver con el hecho concreto. Hasta alguno llegó a pensar que le habían cogido en un momento de apuro fisiológico.
Aplicando todo ello y viendo el dibujo engañoso, la tan consabida frase de que una imagen vale más que mil palabras, a veces, resulta tremendamente impertinente.
Pero vayamos a su historia y trasladenmonos hasta aquellos verdes campos, donde pastan el ganado y el maíz se seca al sol, expuesto en la balaustrada de los hórreos, donde tenía el caserío Juan Noval, en un lugar de Valdesoto del Concejo de Siero del Principado de Asturias, Allí nacieron sus hijos, entre ellos uno de su mismo nombre Juan Noval y uno de sus nietos Juan Noval Fernández, nacido el 23 de Mayo de 1786.
Este último contrae matrimonio con Sinforosa Camino García, nacida en 1785, en la parroquia de Santa Eulalia de Turriellos, del Concejo de Langreo. Fruto de esta unión será José Noval, que llega al mundo el día 22 de Marzo de 1817, en Valdesoto.
José Noval contrae nupcias con Josefa Suárez Moral, trasladándose a Castiello, localidad cercana a Valdesoto y allí engendrarán a Ramón Noval Suárez en el año 1860.
En 1884, apenas cumplidos los veinticuatro años, decide marchar a la capital de Principado, encontrando un empleo en Oviedo, como carretero al servicio del Ayuntamiento, casándose con Perfecta Ferrao, a la sazón de dieciocho años de edad, natural de La Goleta parroquia de Sorribas del Concejo de Infiesto. En Oviedo nacerían los hijos de este matrimonio a saber: María el Olvido Noval Ferrao, Luis Noval Ferrao en 1888 y Julio Noval Ferrao, en 1892, viviendo en la calle Santa Susana, aunque más tarde la familia se trasladaría a la Plazuela de San Miguel 1 y 3.
Los tres hermanos estudiaron en el colegio del Fontán. Ingresó en él Luis Noval cuando contaba con cinco años y donde permaneció hasta que cumplió los catorce, fechas en la que se incorporó a la Escuela Mercantil y después a la Escuela de Artes y Oficios, donde finalizó el oficio de ebanista. Olvido concluyó los estudios de Magisterio y el menor Julio acabaría siendo Maestro Armero en la fábrica de Armas de Trubia.
Una nueva quinta era llamada a cumplir con la Patria. Entre ellos estaba Luis Noval que contaba entonces veintiún años; en las listas figuraba con el número 148, firmando su compromiso el primero de Agosto de 1908, después de haber sido sometido a el reconocimiento médico preceptivo, figurando en sus datos una talla de 1.642 m., y un peso de 56 Kilos.
Por Real Orden de cinco de febrero, es llamado para que se incorpore al Ejército, no haciéndolo hasta el día 4 del mes de Marzo, siendo destinado a la tercera compañía del segundo batallón del Regimiento del Príncipe 3, de guarnición en el cuartel de Pelayo en Oviedo.
El once de Abril tiene lugar la ceremonia de Juramento a la Bandera. Después de escuchar, bajo la mirada emocionada de sus padres, las palabras del capellán del Regimiento, que transcribo literalmente: ¿Juráis por Dios y prometéis al rey, seguir constantemente sus Banderas, defendiéndolas, hasta perder la última gota de sangre, y no abandonar al que os manda en acción de guerra, o disposición para ella?, de su garganta brotó un: “si juramos”, pasando inmediatamente a depositar un beso a la enseña nacional.
En el Norte de África soplaban vientos de guerra. En el campo exterior de Melilla se trabajaba en el tendido de la línea férrea para llegar hasta las minas, que los kabileños rebeldes hostigaban constantemente, y la situación a las puertas de la ciudad era un verdadero caos. Con el fin de interceptar estos ataques el general Marina ordenó ocupar las alturas del Atalayón, pero el día nueve de Julio de aquel año de 1909, los rebeldes atacaron a los obreros que trabajaban en la segunda y tercera caseta, acuchillando y dando muerte a cuatro de ellos , aunque tres pudieron escapar de la refriega.
La reacción no se hizo esperar y se sucedieron en los día siguientes una serie de acciones bélicas, donde hubo bajas por ambas partes y aquello se convirtió en una guerra abierta. Los rifeños llegaban hasta las mismas puertas de Melilla, y los vecinos corrían asustados a refugiarse en sus casas tras la muralla. La llegada de las tropas de refuerzo en dos trasatlánticos permitió el contraataque, avanzando por el campo exterior para llegar hasta las faldas del Gurugú, ordenándose la retirada.
Los rifeños seguían levantando las vías del ferrocarril, por lo que el general Pintos recibe la orden de vigilar la entrada del barranco del Lobo e impedir que los rifeños bajasen al llano y siguieran cometiendo desmanes. Pero en las alturas el enemigo, parapetado disponía de un gran contingente. Con el fin de proteger al convoy, que había llegado sin obstáculos hasta la segunda caseta, cañoneó a los rebeldes y avanzó hacia las lomas de Ait Aixa, por un terreno quebrado, dificultoso, lleno de piedras movedizas.
Aquella subida debió de ser un total sufrimiento, se veían muertos y heridos diseminados por el terreno y los hombre de vez en cuando paraban en su alocada carrera hacia delante. El general Pintos se recostó momentáneamente sobre una peña, para recuperar el resuello, momento que aprovechó un francotirador para segarle la vida de un certero disparo. Algunas unidades se meten en el barranco del Lobo, viéndose rodeados por una lluvia de balas para cuya única salida era el calar bayonetas y en un supremo acto morir heroicamente. Hubo más de mil bajas entre muertos y heridos.
Aquello hirió la sensibilidad del pueblo español. Los más exaltados lo demostraron con una serie de altercados graves como los ocurridos durante la Semana Trágica de Barcelona.
En el mes de septiembre, Luis Noval es ascendido a cabo de Infantería, quedando destinado en la cuarta compañía del primer batallón, del regimiento del Príncipe 3, cuyas unidades preparaban ya el viaje como refuerzos, pedidos por el general Marina, Jefe d el Ejército de África, ante la situación por la que estaban atravesando en el Rif.
El nueve de septiembre, la fábrica Mauri de Oviedo se había convertido en un lugar de encuentros, entre militares y civiles, en un cuartel desde donde iban a partir las tropas del Príncipe, con destino a Madrid. Reinaba una gran animación. Los soldados cantaban y se contaban hazañas futuras que tenían en mente y, de una esquina a otra, resonaban los cantos asturianos acompañadas por el ronquido dulzón de las gaitas.
Por parte del Ayuntamiento y particulares, se repartían obsequios todo el mundo quería compartir aquella despedida. Según cuentan más bien parecía una fiesta conmovedora y hermosa, tratando de olvidar por momentos que se dirigían a una guerra en toda regla.
A principios del siglo XX., a las máquinas de vapor les costaba remontar la larga pendiente del puerto de Pajares, por lo que no tenían otro remedio que llevar pocos vagones. Por ello el regimiento se vio obligado a viajar dividido en tres expediciones, cada una para un tren.
Cerca de las dos de la tarde, salieron del cuartel, camino de la estación, las tres compañías del primer batallón, al mando del teniente Coronel Díaz Gómez, y del comandante González Martínez, para embarcar en el primer convoy. En cabeza viajarían la plana mayor, 29 mulos cargados con munición y material de campaña. La gran muchedumbre, que se agolpaba en las calles, hacía que, a duras penas, pudiera avanzar la columna, y aquellos quinientos setenta hombres se veían rodeados de abrazos, besos y saludos emocionados de los asturianos.
En los andenes estaban esperando las familias, en los coches de tercera clase había una gran animación. Los soldados cantaban al ritmo de los acordes de la banda del regimiento que entonaba alegres piezas, siendo sus acordes ahogados por los gritos de ¡Viva España¡. En este tren viajaba también la cantinera del regimiento, Emilia Pérez, que lucía una guerrera de rayadillo, y en su moño varias cintas con los colores de la bandera de España. A las tres y seis minutos exactamente el silbido de la máquina anunciaba la salida. Nueve horas y veinticinco después saldría el segundo tren, y la última al día siguiente.
Esta última sería la que llevaría a Luis Noval. En el tren viajarían toda la plana mayor del regimiento, al mando del coronel Molo Saenz, junto al comandante Albert Alonso, el capellán Otero Gándara, el capitán ayudante Rasa Alpón, Alférez abanderado González Herrero y el sargento de cornetas Redondo Izquierdo. Los mandos directos de Luis Noval que eran el Teniente Antonio del Castillo Tejada y el capitán José Ricardo Jiménez.
Las chicas de la Cruz Roja, en la estación repartían meriendas entre los soldados que estaban envueltas en pañuelos con inscripciones patrióticas. Obviamente, no he encontrado ningún documento familiar que hable de aquellos momentos, pero podemos imaginar que pudiera haber sucedido de esta manera: Luis se despedía de su familia, de su madre Perfecta, de su padre Ramón y de sus hermanos Olvido y Julio.
Hasta pronto rapaz, cuídate bien y cumple con tu deber y, Luisín, no dejes de escribir cuando llegues. La madre, a duras penas podía contener las lágrimas que empañaban sus ojos. Olvido no cesaba de decirle que escribiera y Julio, aún con pantalones cortos, miraba el uniforme de su hermano, sin llegar a alcanzar la trascendencia de aquella partida. Sube al tren y se encarama a la ventanilla, se destoca del sombrero militar para saludar, mientras se oye el silbido de partida y se fijan las miradas que, poco a poco, se van diluyendo entre la lejanía y el humo de la locomotora.
Sería la última vez que le vieron con vida.
El tren paró en Ujo y Pola de Gordón. Los vecinos se acercaban a despedir a sus paisanos, agasajándoles con toda suerte de regalos, llenaban sus botas de vino. En León el recibimiento fue grandioso. Hicieron un alto mayor en Palencia donde comieron, nadie cobraba en las cantinas, y en Valladolid, el público agolpado con las autoridades al frente, esperaba la llegada del convoy, interpretando alegres marchas marciales y bellos pasacalles que interpretaban las bandas del regimiento de Isabel II.
A las diez y media de la mañana estaban en Medina del Campo y el primer tren llegaba a la estación del Norte en Madrid, a las siete menos cinco de la tarde del día diez de septiembre. S. M. El Rey Alfonso XIII, había llamado por teléfono personalmente dado el interés que tenía en dar la bienvenida al regimiento ante el palacio real.
En la explanada de la estación, se organiza de inmediato un desfile, rompiendo la marcha a los sones de la banda de trompetas y tambores y al frente una banda de música, para remontar la cuesta de San Vicente, entrar en la calle Bailén y llegar a los jardines de Oriente, donde, al entrar en la plaza, la banda se desplazaría, colocándose haciendo frente al balcón donde se encontraba D. Alfonso.
Una vez efectuado el desfile, continuaron hacia el cuartel de María Cristina, por la calle Arenal, Puerta del Sol, Carrera de San Jerónimo, Prado, y el Paseo de Atocha. El viaje había sido largo y cansado pero, no era más que la primera etapa de su recorrido en pos del campo de batalla. A las dos y cuarenta y cuatro de la madrugada llegaba el segundo tren, a la estación del Norte, al mando del teniente coronel Fernández Santiago, y el comandante García Vallejo, y al frente de sus respectivas compañías los capitanes Paniagua Ferrán y Mateos. La última expedición, llegaba a Madrid a las siete de la tarde del día once, dirigiéndose directamente al cuartel de María Cristina.
Después de un merecido descanso, el suficiente para recuperar el cansancio del viaje, las tres expediciones, a distintas horas, manteniendo los de tiempo que habían plateado hasta la llegada a Madrid, partían de la estación de Atocha hacia Málaga, donde fueron recibidos con las mismas muestras de entusiasmo por parte de la población. Allí actuó la banda de Música del regimiento de Extremadura, mientras por doquier se escuchaban emocionados gritos de ¡Viva España¡, ¡Viva Asturias¡, ¡Viva el regimiento del Príncipe¡.
En el puerto, amarrados, se encontraban los barcos que deberían trasladarlos hasta Melilla: el Alfonso XII, de la Compañía Trasatlántica, y el Valverde, de la misma Compañía naviera, en los que zarparon las dos primeras expediciones. El mar estaba tranquilo y la navegación era suave. A las once de la mañana, del día trece de septiembre, comienza el desembarco, acomodándose en las calles, mientras esperaban que terminaran de acondicionar el campamento, donde debían instalarse definitivamente. En tal escenario se produjeron escenas pintorescas, con animadas formaciones en torno a las gaitas, contagiando con su alegría a los vecinos de Melilla. No tardó mucho, el cornetín de ordenes, en tocar a formación para marchar hacia Rostrogordo.
La expedición de Noval, llegaba a Málaga, embarcando los componentes de las cuartas compañías, al mando del Jefe del regimiento coronel Molo, en el "Ciudad de Cádiz. Antes de zarpar las chicas de la Cruz Roja, les repartieron postales y les animaban a escribir en ellas a sus familias, para posteriormente ellas mismas encargarse del franqueo y del envío.
El mar permanecía en calma, como el día anterior, y Málaga se iba alejando, mientras no cesaban de sonar las gaitas y, aquellos jóvenes asturianos recordaban sus tierras del Principado salpicada de romerías: la del Cármen, la de Somiedo, la de Santiago de Ceares, la de sacramental en Jove,.....
Melilla se acercaba, amanecía, y a lo lejos, la silueta del Gurugú. El mar facilitó el desembarco que se hacía, por turnos en lanchones, y a cada lanchón que abandonaba el buque, se repetían desde la cubierta los repetidos y animados Vivas. En la noche del quince de Septiembre, todo el regimiento descansaba en Rostrogordo, reunido de nuevo.
El día dieciocho de septiembre ya estaba en Melilla, ocupando los distintos campamentos, la totalidad del ejército expedicionario que había solicitado el general Marina. Las mañanas eran frías, los rumores del aumento de las rebeldías rifeñas iban en aumento. Algo se estaba tramando en el Zoco de Beni Sicar, un lugar donde solían reunirse los jefes de las jarcas para deliberar. Entre ellos, algunos optaban por la paz, sin embargo la mayoría se inclinaban por la intransigencia., tanto fue así que al amanecer del día diecinueve de septiembre, aparecieron infinidad de rifeños ocupando las distintas alturas que dominaban los campamentos, aumentando de forma alarmante a medida que avanzaba la mañana, y en los altos del Gurugú, las fogatas indicaban su presencia.
Cuando estaba cerca el mediodía, los musulmanes abrieron fuego sobre las avanzadas de los campamentos, siendo inmediatamente contrarrestados por las baterías españolas, obligándoles a dispersarse. Esa misma tarde el general Tovar convoca a los demás generales y a los jefes de Cuerpo para deliberar la decisión a tomar. El día veinte de septiembre llegan noticias de que algo importante se estaba fraguando en el zoco de Beni Sicar, sería el preludio del gran avance.
A las cinco de la mañana del día veintiuno de septiembre, las avanzadas de los campamentos inician las descubiertas para volver de nuevo a los campamentos, al toque de retirada. Las bandas de cornetas y tambores, a lo largo y ancho de Rostrogordo, tocaban diana, mientras los primeros rayos del sol iluminaban valles y montes. los soldados a la voz de sus mandos salían de sus tiendas sorteaban los vientos, para ocupar sus puestos en formación, entre ruidos de cucharas y jarrillos, dispuestos para el desayuno.
Ese día se ejercitaron en la instrucción y en el tiro, mientras esperaban la entrada en combate que se preveía cercana. Hacía un sol de justicia, aunque el agua no escaseaba, aún así había que tomar ciertas precauciones y beberla una vez pasada por filtros, mientras las moscas hacían su labor, complicando la situación, pues molestaban más que los propios rifeños.
El toque de diana, a las cuatro de la mañana, del día 22, hizo presagiar que aquel era la fecha elegida. Pronto corría la voz que había de ocuparse Beni Sicar. En la meseta, un punto estratégico para las operaciones militares, del zoco el Had de Beni Sicar, se asentaban los poblados de Hayra Muna, Mariguari, mas otros aduares. El zoco lo establecían los indígenas, en la parte occidental, y una senda, por la que solamente podían circular carruajes, lo unía con Melilla.
El general Sotomayor se dirigió a los soldados del Príncipe 3, y les dijo: "Vosotros, los del Príncipe, tendréis la ocasión de demostrar que, con razón ostentáis orgullosos el título de asturianos y que, en vuestra provincia, dio comienzo la gloriosa conquista del solar patrio, allá, en aquel rincón de Covadonga, que tanto se destacó en la historia de nuestra patria. Cumplid españoles, esto bastará para que el enemigo huya aterrado. Soldados de mi mando, ¡Viva España¡¡Viva el Rey¡¡Viva el Ejército¡¡Viva la Cuna de la Reconquista¡. Cuatro veces con cuatro vivas rompieron el silencio emocionado de los españoles.
La División Sotomayor se pone en marcha, y al grito de ¡Viva Asturias¡ inician el movimiento, al mando del coronel Molo, los del Príncipe. El mando superior, el general Tovar cruza con las unidades los campamentos y se va perdiendo en la lejanía hacia la divisorio del Oro y del Frajana, que formaban una serie de valles, de pasos angostos y peligrosos, mientras protegían su avance los buques cañoneros que habían zarpado del puerto de Melilla en apoyo de la operación, el "Carlos V", el "Príncipe de Asturias", y el "Pinzón".
Los soldados del Príncipe tenían ordenes concretas de abrir fuego, sobre el enemigo, con el objeto de tomar el zoco El Had, pero la resistencia era feroz, no obstante, los españoles seguían avanzando contando con el apoyo de la artillería del general Tovar, momento este, en que los rebeldes, ante el arrojo que mostraron los asturianos, y sorprendidos entre dos fuegos, se vieron obligados a retirarse del zoco. Enterado el general Marina envió inmediatamente un telegrama de felicitación.
Una vez ocupada la posición, se procede, acto seguido, a izar la Bandera de España. La banda de cornetas y tambores batían marcha y la Música interpretaba la Marcha Real. Comienzan a realizarse las primeras obras de atrincheramiento con el fin de evitar contraataques. El terreno estaba empapado, a causa de las recientes lluvias y se establecen centinelas y escuchas por la noche, relevados cada quince minutos. La caballería del regimiento Alfonso XII, tuvo el acierto de facilitar abundante cantidad de paja, que extendió por la zona y que sirvió de improvisada cama, donde de alguna manera pudieran descansar los soldados. Arriba, en lo más alto del Gurugú, una inmensa hoguera rompía intermitente la noche.
Los días 23 y 24 de septiembre, continuarán los trabajos de fortificación, colocación de alambradas, preparación de parapetos y puestos de tirador a base de sacos terreros. La posición tenía en su flaco derecho dos atrincheramientos, uno de ellos guarnecido por tres compañías, es decir por las tres primeras del primer batallón del Príncipe 3. En dos de ellas estaba encuadrado el destacamento de Gijón. El otro atrincheramiento, el del extremo derecho, a unos doscientos metros, algo más retrasado, defendido por una compañía, ante el cual se iban a suceder una serie de hechos totalmente imprevistos.
Con la toma de la alcazaba de Zeluán había concluido el gran avance, y todos entendía que el regreso a casa estaba cerca, las operaciones habían concluido con éxito, al menos aparentemente. Se había sometido a las kábilas y la única condición que les impuso el general Marina fue la de que las familias indígenas pagasen ocho duros, mientras los jefes musulmanes del Had acudían a entregarse sumisamente en Melilla, aduciendo que habían sido engañados por el Chaldy, y que ellos mismos habían ordenado a sus indígenas recoger los fusiles, demostrando con ello que era verdad cuanto decían.
Así se llega al día 27 de Septiembre. Se descubre, con horror el estado lamentable en que se encuentran los cuerpos sin vida de los ciento diez valientes que sucumbieron en el barranco del Lobo. ¿Cómo se iban a suponer los españoles que ni siquiera se les hubiera dado sepultura?. Difícil postura y difícil de entender.
Aquella noche, en el zoco el Had, se permaneció alerta, pero la noche fue pasando en silencio y tranquila, hasta allí habían llegado las noticias, los soldados escribieron cartas a sus familiares y se comentaba el hallazgo. En el Had, nadie podía pensar que otros acontecimientos pudieran surgir en aquella posición olvidada, los jefes de los indígenas habían prometido el fin de las hostilidades, estaban recogiendo las armas, pero aún así nadie descuidaba la guardia.
Se habían dado ordenes de no abrir fuego sobre los rifeños de los aduares más próximos, ya que se habían sometido, y se les había concedido autorización, para pasar con los suyos aquella noche, sin embargo, la noche, de silenciosa no tenía nada, constantemente se escuchaba el ladrido de los perros, de una forma que no correspondía con las noches anteriores. Razón tenían en desconfiar, la traición planeaba por las mentes enemigas, y la noche elegida fue, precisamente esta, la del 28 de septiembre y la posición, precisamente esta, la del zoco el Had de Beni Sicar.
Se ocultó la luna, y una neblina espesa, húmeda y fría, se hacía sentir en los huesos, evitada, a duras penas, por las mantas con las que se cubrían los centinelas, y la cerrazón hacía que no se pudiera ver a mayor distancia que los veinticinco pasos. Después de las dos de la madrugada quedó la noche, de repente, inmersa en una inquietante oscuridad.
Aprovechando aquella negrura, desde el fondo de los barrancos, una gran partida de indígenas, que se habían escondido en los aduares, en las lomas y detrás de las chumberas, poco a poco, saliendo de sus escondrijos, sigilosamente, se acercan a las trincheras del zoco, llegando hasta las proximidades de las alambradas, mimetizados con sus chilabas pardas, y ocupar posiciones de ventaja, tanto al frente, como a la derecha del recinto, y cuyas defensas aún no estaban concluidas puesto que, algunas alambradas, no se habían terminado de colocar.
Con el fin de completar la seguridad, el teniente Castillo, al mando de su sección, estableció un servicio en el espacio que se extendía entre el reducto, donde se encontraba el coronel Molo con tres compañías, y el de la tercera compañía del primer batallón, que como ya se ha dicho estaba más retrasado. Lo hizo estableciendo seis puestos dobles, separados unos de otros cada veinticinco metros, en pozos de tirador, designando una patrulla, con el fin de recorrer simultáneamente las seis parejas de escuchas y dejando al resto de la sección en retén. Para este servicio de patrulla se nombra al cabo Luis Noval y al soldado de primera clase José Gómez, que se turnarían en el servicio.
La tensión era grande, los soldados se aferraban al fusil, atentos a cualquier movimiento, asumido el santo y seña. Alto. ¿Quien va?, con voz queda. Soy Noval. Esto parece la boca del lobo.. malditas piedras, ¡y estos palmitos¡, ridículo caer por culpa de ellos y te mandaran al hospital. Bueno, tener cuidado, continua hablando mientras se dirige en pos de la siguiente pareja.
Serían las dos y media de la madrugada. Noval estaba llegando al último puesto de la derecha, donde se encontraban ocupando el puesto el soldado Patiño y el soldado Fandiño, Simultáneamente aparecen en su frente un grupo de rebeldes, que subían por el barranco que limitaba la posición, al mismo tiempo que desde la derecha, comenzaron a hacer fuego, rebeldes, sobre el reducto de la derecha, respondiendo desde las alambradas los españoles.
Cabo, le dijo Patiño, fuera de aquí que estamos entre dos fuegos. Respondió Noval, nada de eso, esto no es nada. El fuego arreciaba y las cosas se estaban poniendo feas así que ahora Noval, decidió el abandono de la posición diciendo: ¡vamos muchachos seguidme¡.
Fandiño hizo caso omiso, refugiándose en una pequeña trinchera que se encontraba a unos veinticinco metros a retaguardia, pero Patiño le siguió, dirigiéndose ambos hacia la alambrada del reducto del extremo derecho, hacia donde Noval sabía que estaba una entrada. Fatalidad, aquella misma tarde la habían cambiado de lugar, y son recibidos a balazos por sus mismos compañeros que estaban situados en el ángulo izquierdo del recinto.
Noval gritó. ¡Viva España¡¡ Alto el fuego¡¡No tiréis que somos españoles¡. Detrás de ellos corría un grupo de rebeldes y viendo Patiño la evidencia del peligro, se arrojó al suelo, pasando entre las alambradas, a la vez que gritaba: ¡No tiréis, soy de la cuarta del primero¡, logrando salvar el obstáculo, a pesar del fuego que sobre él realizaban sus compañeros creyéndole enemigo.
A todo esto, Noval siguió recorriendo la alambrada tratando de encontrar una entrada, a pocos pasos le seguían. De repente, delante de él, aparecieron un grupo de rifeños, que recorrían la alambrada en sentido contrario gritando de forma engañosa: No tiréis que somos españoles¡.
El teniente Almendariz, al ver el uniforme de Noval y al grupo que le seguía, supuso se trataría de un pelotón de soldados, que en ese momento salía a rechazar al grupo que venía por su derecha y que no eran otros que los que se presentaron al frente de Luis Noval, por lo que ordenó de inmediato: ¡Alto el fuego¡, cesando al instante el tiroteo.
El cabo Noval, aprovechando este momento de silencio, exclamó enrabietado, dirigiendo la voz hacia sus compañeros de la trinchera: ¡Tirad que son los moros¡¡fuego aquí, que son ellos¡¡fuego contra ellos que son los moros¡¡viva España¡, al mismo tiempo que apuntaba con su fusil al grupo que de frente se le venía encima, cayendo instantes después, herido de muerte y exclamando, ¡Ay mi madre, y varias veces ¡Viva España¡.
El fuego y el tiroteo siguió durante media, con gran ferocidad y los españoles que se habían echado sobre las trincheras, hacia las troneras formadas con los sacos terreros, consiguieron al fin dominar la situación y contener el ataque de los rifeños.
El teniente Castillo, pronto echó en falta al cabo de su unidad y del regimiento del Príncipe quedaron fuera del recinto el resto de una avanzadilla, se trataba del sargento Biesca, y en esos primeros momentos no se sabía de su suerte.
Por miedo a herir a los miembro de la avanzadilla, no se pudo hacer fuego desde los campamentos durante tres horas y se calaron bayonetas, para impedir que los rebeldes llegaran a las alambradas y trataran de atravesarlas como de hecho hizo alguno de ellos. Por fin la noche se iba desvaneciendo y a las cinco y media de la mañana las baterías artilleras abren fuego sobre los aduares donde aún se refugiaban los rebeldes que huyen despavoridos hacia las lomas próximas.
De inmediato, se organizan las descubiertas con el fin de recoger los muertos o heridos que se habían producido en la retirada y defensa de las trincheras, ya que no hubo posibilidades de recogerlos durante el repliegue.
Al alba, con el primer clarear del día 28 de septiembre, el cuerpo inerte de Noval aparecía cada vez más nítido a la vista de sus compañeros de trinchera. El sargento Álvarez con ocho soldados sale de las alambradas para recoger su cuerpo. De cubito supino y con el rostro como si mirada hacia Melilla y en dirección al barranco, abrazaba fuertemente el fusil contra su cuerpo, adherido a sus manos a causa del rigor mortis, sus compañeros tuvieron dificultades para recogerlo, tenía aún tres cartuchos sin disparar, la bayoneta calada, ensangrentada y a su lado un rifeño muerto. Los soldados camilleros Ortíz y Rico, levantaron cogiendo por los hombros el cadáver de Noval, posándole sobre la camilla con sus heridas mortales y su paso se observa en silencio camino de la enfermería, recordando su postrer ¡Viva a España¡.
Al día siguiente, 29 de septiembre, la bandera de España, ondeando al viento en las cumbres del Gurugú, rendía homenaje a sus héroes que estaban recibiendo aquella mañana cristina sepultura, en el cementerio de la Purísima Concepción de Melilla. Corrió como reguero de pólvora la hazaña del Cabo Noval, heredero de la vieja raza del pueblo, conmoviendo los corazones a todos los españoles a lo ancho y largo del territorio. Fue el revulsivo, el hecho que todos esperaban, en su persona homenajeaban a todos los que habían caído los día pasados a manos enemigas. Estaba muy cerca lo del barranco del Lobo.
Luis Noval murió de manera heroica, vistió en vida el uniforme militar español, con orgullo, desde el día 4 de Marzo de 1909, hasta el 29 de septiembre, del mismo año, y con él, fue enterrado.
Durante algunos años permaneció enterrado en Melilla, en una fosa común junto a sus compañeros de infortunio muertos en aquella noche triste y gloriosa de 28 de septiembre de 1909. Sus paisanos querían verlo descansar en su tierra, consiguiendo finalmente la autorización para trasladar sus restos.
Esta es la historia de su regreso a casa.
Un bando del Ayuntamiento de Oviedo rezaba: Para honrar la memoria del heroico hijo de esta ciudad, Don Luis Noval, Cabo del Regimiento del Príncipe, que dio su vida por la Patria, en la campaña de 1909, el Ayuntamiento de Oviedo, toma los siguientes acuerdos: Primero, regalarle su sepultura en el cementerio de El Salvador. Segundo, pagar la mitad de los gastos que se ocasionen con motivo de la traída de sus gloriosos restos a la ciudad, siendo por cuenta del Ministerio de Guerra, el pago de la otra mitad. Tercero, acordar el programa de recepción en Oviedo, y que una comisión compuesta de dos señores concejales, con el Alcalde fuera a recibirlos a Madrid. Evidentemente, como veremos a continuación, no se sabía en aquellos momentos en que medios serían trasladados.
En una urna funeraria, se encontraban los restos del Cabo, preparados para partir, en el interior de la capilla del cementerio de la Inmaculada Concepción de Melilla. Dentro de aquella, se encontraba una pequeña cajita de plata que albergaba sus galones y las cifras de su regimiento del Príncipe 3. La urna de roble, se hallaba precintada con el sello de la Junta de Arbitrios de Melilla, envuelta en la Bandera. Todos los jefes de Cuerpo de Melilla, se encontraban presentes.
Después de entonar un solemne responso, se organiza la comitiva. La urna es transportada de manos de cuatro cabos del regimiento de Ceriñola, que se encontraba de guarnición en la Plaza y un piquete de un cabo y doce soldados, sin armas, rinden honores mientras la banda de música interpretaba la Marcha Real. Una nutrida representación de la colonia asturiana, desfilaba detrás y, flanqueando la procesión, en aquella tarde gris, se movían los cirios encendidos en manos de los ministros de Dios, que con sus chisporroteos, rompían el silencio, avanzando hacia el muelle de Villanueva, repleto de melillenses.
Al costado del buque "Hespérides", re entona el responso final, entregándose los restos del Cabo Noval , al capitán del navío Don Jaime Gelpi, disponiendo la urna en el mejor camarote del buque. Llega la hora de la partida, la sirena anuncia la partida, se suelta amarras y el barco se aleja solemne en presencia de las gentes en silencio y emocionadas.
Cuando llega a Málaga el buque los restos del Cabo Noval se trasladan al "Españoleto".
A primeras horas de la mañana del día 23 de Octubre de 1915, arribó el buque, al mando del capitán don Guillermo Menéndez, quedando fondeado fuera de diques, en espera de la marea, para poder abocar al puerto local de Cimadevilla en Gijón. A las diez y media de la mañana atravesaba la barra, al mismo tiempo que salvas de cañón anunciaban su llegada.
El "Españoleto”, llevaba bandera a media hasta, y su llegada fue presenciada por infinidad de personas. Tan pronto como quedó atracado, las autoridades se personaron a bordo, visitando la capilla ardiente, instalada en el camarote del capitán. Coronas diversa cubrían el espacio y en el centro, la urna cubierta con la bandera de España, dejaba ver una carta dirigida al Alcalde de Oviedo, escrita por las autoridades de Melilla. Un cabo y cuatro soldados, se incorporaron para montar guardia.
El día 24, lucía un sol espléndido, y desde las ocho de la mañana, la gente se echó a la calle, para dirigirse a los muelles locales y presenciar el desembarco, así como el desfile de la Compañía de Honores, habiéndose hecho el día libre en todos los talleres y comercios.
Los muelles se encontraban ocupados por una abigarrada muchedumbre, y los vapores en el puerto, presentaban sus bandera a media asta. A la estación del Norte habían llegado las autoridades desde Oviedo y en coche se trasladaron hasta el puerto, mientras el resto de la comitiva de recepción lo hacía en tranvía. En el portalón del buque fueron recibidos por el capitán, que les acompañó hasta el camarote, haciéndoles entrega del sobre lacrado que se encontraba sobre la urna.
En la carta se podía leer: En Melilla, a los veintiún días del mes de Junio de 1915, reunidos en el cementerio (se relacionan los nombres de diferentes autoridades), se procedió en vista de las indicaciones claras y exactas, dadas por el citado cabo (se refiere a uno de los relacionados, llamado Escaño Cuenca), que ayudó a enterrar el cuerpo del Cabo Noval, a la exhumación de dicho cadáver, el cual fue encontrado en idéntico sitio y situación que predecía el susodicho cabo de Infantería, hijo del conserje, coincidiendo en todos los detalles, que el mismo había dado, con los que se encontraron en el cuerpo exhumado; entre ellos se le recogió parte del uniforme, con un galón solamente, detalle que hicimos constar y certificamos los presentes. Estamos todos en la completa seguridad, que los restos habidos son los del Cabo Noval, muerto gloriosamente en el zoco el Had, el día veintiocho de septiembre de 1909, se levantó el presente acta por duplicado, que firman todos los presentes, haciendo constar, así mismo que fueron cuidadosamente guardados en una caja forrada de cinc, y depositada en el panteón para las víctimas de la campaña del Rif. Es copia del original y lo firma el general Luis Aizpuru.
Seguía otra nota, certificando la extracción del panteón, y de la entrega al capitán del buque "Hespérides". Sobre la urna una placa de plata, con la siguiente inscripción: “Restos sagrados del heroico Cabo Noval, del regimiento del Príncipe 3, muerto en el Zoco El Had de Beni Sicar, el 28 de septiembre de 1909. Cubra de laureles estos restos. La hazaña del héroe, perpetuará en la Historia el nombre de la raza española. La Junta de Arbitrios de Melilla, al Ayuntamiento de Oviedo.”
La urna fue conducida a tierra por cabos del regimiento del Príncipe, formándose la comitiva. Seguían marineros y soldados portando coronas, cantándose un responso. La marcha la abría un piquete de la Guardia Civil a caballo, autoridades, comisiones, cerrando el desfile un piquete de Infantería y el coche de respeto, un gran armón, tirado con seis caballos y palafreneros.
Desde la plaza del Marqués, a la calle Corrida, cubrían la carrera los Exploradores Gijoneses, y tropas del regimiento del Príncipe que iban formando a retaguardia, a medida que pasaba la comitiva. Por los muelles de Oriente, la calle Corrida, la de Langreo, Pedro Duro, Marqués de San Esteban, hasta llegar a la estación, el suelo se cubrió de laurel y flores, lanzadas desde los balcones. Antes de embarcar con destino a Oviedo, en la estación se organizó un desfile, rindiendo honores ante los restos del cabo.
En Oviedo, las autoridades y el pueblo, esperaban los restos del héroe asturiano. El carro de municiones de la sección de ametralladoras, del regimiento del Príncipe, aguardaba engalanado con crespones negros y hojas de laurel; flores naturales dibujaban en la parte anterior y posterior la laureada de San Fernando. Otro carro serviría para trasladar las innumerables coronas de flores. A las nueve y veinte de la mañana, llegó el tren a la estación. En el furgón de cabeza rodeado de coronas llegaba, por fin a su tierra natal, Oviedo, a la misma estación que le vio partir, algunos años antes. Allí le esperaba su familia, su padre Ramón y Perfecta junto a su herma Olvido y Julio, con sentimientos de dolor y orgullo. Nadie mejor que ellos sabían el significado de aquel regreso.
El trayecto de la comitiva que se formó hasta San Isidoro, fue un fiel reflejo de lo experimentado en Gijón. En el templo se levantó un severo túmulo, rodeado de candelabros y atributos militares. El orfeón cantó con el acompañamiento de orquesta la misa de réquiem del Maestro Hernández. Desde allí, la comitiva se dirigió hacia la Magdalena, Puerta Nueva y San Roque, para celebrar un responso, antes de trasladarse hasta su última morada.
El Alcalde, Sr. Fernández, Gobernadores, Coronel del Príncipe, serían los que acompañarían a Noval hasta el cementerio de El Salvador, donde se encontraban su familia para decirle el adiós definitivo, antes de recibir cristiana sepultura.
De Melilla nunca del todo partió, pues en su tierra dejó derramada su sangre, sobre la meseta del Had, también su carne consumida le dieron sosiego, arropado entre antiguos compañeros, y aún siendo Oviedo, la cuna que le vio nacer, fue Melilla la tierra que le hizo inmortal, y aún siendo más grande el nacer para morir, aún mayor es el morir para vivir eternamente (de un poeta de la época).
El espíritu de Luis Noval vivió en los corazones de los que sintieron el fuego sagrado del patriotismo, a lo largo del siglo XX, muchos españoles, ante el terror, sacrificaron sus vidas, juventud e ideales pensando en los demás, y en su heroísmo no pensaban en el corazón desgarrado y sangrante de una madre, ni en las lágrimas que brotaban de los ojos de un padre, o en el dolor de sus hermanos. En el momento sublime del sacrificio, morían como Noval, valientemente ante el enemigo, a sabiendas que la Patria, mantendrá perenne, en el santuario de los héroes, la lámpara votiva, de los que por ella se sacrifican.
FIN