ESCRITOS DE ASTURQUÍN
EL PRESIDENTE DE LA JUNTA DE BARCELONA
JUAN MANUEL CARSY ORCHEL
Hablar de un personaje como Carsy, que aparece en la Historia de España de forma esporádica en los libros de texto y cuyo tema de investigación he elegido, se justifica por las connotaciones ambiguas, que se dan en él. Sus sorprendentes apariciones, incitan a la curiosidad sobre el papel desempeñado, al servicio, ó no, del Duque de Riansares, consorte de la reina regente María Cristina. El estado de la cuestión, es que parece presentarse, en los primeros años de la década de los cuarenta del siglo XIX, como un personaje al servicio de un republicanismo incipiente en Barcelona, cuyo protagonismo principal estaba en manos de Abdón Terrades,
La justificación de este trabajo se basa en que Carsy, por una serie de circunstancias, y a tenor de la documentación al respecto, se nos presenta rara avis, un personaje desequilibrante, liberal, controvertido, con una personalidad política en donde tiene cabida tanto lo republicano, como lo monárquico, aspectos a discernir y uno de los objetivos a alcanzar. Su actuación en diferentes momentos históricos, ejerciendo acciones dispares, pueden llegar a inducir, que estamos ante un miembro del servicio de inteligencia, ó no, hipótesis, a alcanzar en este trabajo. Su audacia le pudo librar, en más de una ocasión, de las dificultades por la que estaba atravesaba en cada momento, y su sentido del secreto lo llevó hasta el entorno familiar, sorprendiendo incluso sentimentalmente a sus más inmediatos allegados.
NACIMIENTO Y DIAS DE GLORIA
Juan Manuel Martín y Carsy nació el 18 de diciembre de 1808, en el seno de un hogar valenciano, constituido por Don Vicente Carsy, su padre y por Doña Salvadora Orchíll, su madre, naturales, ambos de San Juan, Valencia, y bautizado en la parroquia de San Martín Obispo y San Antonio Abad de la misma ciudad. Sus abuelos paternos fueron: Francisco Carsi y Manuela Ramón, naturales de San Juan, Valencia, maternos: Juan Orchill y Antonia Villacampa, siendo su padrino Juan Orchíll.
El 26 de enero de 18322, contrae matrimonio con Doña Manuela Rico y Adelantado, en la misma iglesia donde fue bautizado, viuda, con una buena posición económica, y, que a juzgar por su actuación, a la que más tarde nos referiremos, debió ser causa principal de la boda. Ingresó en el Ejército, en el Batallón de Francos Tiradores de la Patria, donde pronto ascendió, el 22 de diciembre de 1837, al empleo de Subteniente de Francos; tenía diecinueve años.
En 1838, participó en operaciones contra el ejército carlista, como la llevada a cabo contra el general carlista Don Basilio, en Valdepeñas, y en otras: Bejar o en Santa Cruz de Retamar. Por ésta última fue recomendado por el mando, ante el Gobierno de S. M., por su buen comportamiento.
Entre los días 6 y 15 de abril de 1839, estuvo en las acciones dadas en las inmediaciones de Segura (Aragón), el 1º de mayo, de ese mismo año, en el levantamiento del sitio de Montalbán. El Día 3 de junio, al mando de un destacamento, compuesto de veinte hombres, apostado en el pueblo de Villafeniche a orillas del Jiloca, contuvo y rechazó a un grupo de enemigos a caballo, que le atacaron entre los pueblos de Fuentes y Morata. Su acción le valió el honor de recibir las gracias del General en Jefe del Ejército, hecho que se publicó en la Orden General, siendo recomendado a S. M., para que le fuese concedida la Cruz de San Fernando de 1ª clase, como así fue, por Real Orden de 30 de octubre de ese mismo año.
SEPARACIÓN DEL EJÉRCITO
Concluida esta primera etapa de gloria, Carsy decidió pasar página y buscar otros derroteros, apartarse de sus compañeros de Unidad, cuando en Segorbe pasaba por momentos comprometidos. Todo comenzó cuando solicitó una licencia, por un mes, para resolver asuntos particulares en la capital valenciana. Mientras Carsy estaba en Valencia resolviendo sus asuntos, desde Segorbe su batallón se incorporaba a la tercera División para marchar sobre Cuenca, a luchar contra los hombres del general carlista Cabrera.
Finalizado su permiso, el 19 de febrero, Carsy decide, mientras sus compañeros se batían en el frente, e ignorando las calamidades por las que estaba atravesando en sus continuos combates y operaciones, no incorporarse a su Batallón, del que era jefe el Comandante Sanz, permaneciendo en Valencia, donde casualmente lo encontró, pues desde Chiva había ido hasta allí, a resolver asuntos propios de su Unidad.
Durante el encuentro le preguntó los motivos por los que no se había incorporado al Batallón, alegando Carsy, que no lo había considerado oportuno, ya que el camino estaba ocupado por los carlistas y la incorporación resultaba muy peligrosa. Parece que Sanz disculpó su alegato pero le expuso, que si bien hasta cierto punto esto le parecía lógico, no entendía el por qué no se había incorporado a Segorbe, ó a Alventosa, donde la cuarta compañía estaba de guarnición, como habían hecho otros oficiales y tropa del Batallón. Otras razones le presentó Carsy para justificar su no incorporación, como era la de estar arreglando documentos en vistas a su licencia absoluta.
Considerando su jefe que estaba incumpliendo con su deber, separado del cuerpo sin ninguna autorización superior, al término del encuentro le ordenó que se incorporara a su Unidad y que le acompañara al día siguiente a Murviedro, donde a la sazón se encontraban destacados.
Pero Carsy no se presentó. En vista de ello, el habilitado del Batallón, quese había desplazado a Valencia, le transmitió reiteradamente la orden de su jefe de que se incorporase inmediatamente. Como no lo hiciera, el once de Abril, el Comandante Sanz, firmó un escrito solicitando que Carsy fuese detenido, y conducido a su Unidad, al mismo tiempo que daba parte al General del Ejército con el fin de que se le impusiese la pena, de que se había hecho merecedor por haberse excedido en el tiempo de permiso, y por haber desobedecido reiteradamente sus órdenes. Cuando fueron a detenerlo, Carsy había desaparecido.
Mientras su Unidad seguía combatiendo en Alpuente, en Bejis, se apoderaba de Castielfabib, de Cañete, contribuía a la derrota de Guadalaviar, tomaba el castillo de Beteta, Carsy decidió marchar a Madrid, para solucionar su situación personal, dedicándose en la capital, a arreglar sus papeles de solicitud de licencia absoluta. Se había saltado el conducto reglamentario. Su jefe se debió quedar de piedra cuando, ya en fecha de dos de Mayo, recibe una carta de Carsy, enviada desde Madrid, justificando su proceder, y pidiéndole que le remitiese una copia de su hoja de servicios. Todo un poema.
Estamos 1841, el 27 de abril, se le expide pasaporte para que se incorpore a la Unidad, y finalmente, el marqués de Rodil dispuso, en un escrito dirigido al Coronel del Regimiento Infantería Cazadores de Luchana 9º ligero, que Carsy causara definitivamente baja en el cuerpo, hecho ocurrido el 31 de mayo de 1841.
PRESIDENTE DE LA JUNTA REVOLUCIONARIA DE BARCELONA
Concluido su compromiso con el Ejército; sus ideas liberales, hecho que se refleja en su hoja de servicios, “profesando además opiniones puramente liberales”, le van a llevar a erigirse presidente de la Junta creada en Barcelona, el 14 de noviembre de 1842.
Espartero ostentaba la Regencia, y la ex Reina Gobernadora María Cristina, desde París conspiraba contra aquél, aprovechando cualquier coyuntura para tratar de desestabilizar el gobierno de los ayacuchos. Si al tratado librecambista de comercio con Inglaterra, que perjudicaba gravemente la industria textil catalana, sumamos, que el Gobierno pretendía rebajar los intereses a las importaciones inglesas, el descontento por la llamada a quintas, el anuncio del cierre de la fábrica de cigarros, que hizo que mucha gente se quedaría en la calle, y la noticia de que el gobierno pensaba reconstruir la parte de la ciudadela demolida, se completaba el caldo efervescente con todos los ingredientes, que habían se saltar con los violentos encuentros en la calle entre soldados y paisanos.
A lo largo del año 1842, por parte de los demócratas, se venía provocando mediante artículos publicados en las páginas del El republicano, una labor subversiva contra el régimen, incitando a la lucha armada. Que intervinieron los republicanos en los hechos inmediatamente posteriores, es evidente, aunque Pérez Galdos tiene sus dudas, “cierto que el día 15 se habló de república, cierto que se cantaba el ja la campana sona, pero también es cierto que así se lo habían mandado y muchos lo repitieron como en broma, sin verdadero calor; no se trataba, pues, de asaltar la Bastilla…sino de quitar de en medio a un triste Gobierno y con él a una situación política, la Regencia de Espartero”, continua, “puedo asegurar a usted que ninguno de los que combatían en nombre del pobe invocó a la cesante Reina Gobernadora, ni a nadie se le ocurrió proclamarla; y no obstante por ella derramaron su sangre los muy locos, sin saberlo, que es lo más triste del caso, ¡Infelíz pueblo, criado en la inocencia y en la ignorancia de la ciencia política!. El ha sido y es instrumento de los que han estudiado las artes revolucionarias y el mecanismo de los motines.”
En la misma línea se encuentra Pirala, “se ha dado por algunos un origen exclusivamente republicano a los sucesos que vamos a referir, fundándolo en el programa que se publicó días antes del famoso Abdón Terradas, en que en el momento del primer desorden en la puerta del Ángel se hallaban reunidos en la cofradía de Zapateros los afiliados en aquel partido, y que los primeros prisioneros que se hicieron por orden del jefe político don Juan Gutiérrez, fueron las de los redactores del periódico El Republicano, Cuello, Montalvo, Bruguera, Casals y otros, aduciendo otros hechos, que si prueban todos la grande participación que tuvo aquel partido, los hay también para demostrar la del moderado y aun la de los progresistas, por la mucha parte que tuvieron las disensiones que les dividían, provocadas diariamente por El Papagayo, periódico moderado que se valía de la libertad de imprenta para desprestigiar la situación, concitar en su contra los ánimos é ir hacinando combustibles á la grande hoguera que todos preparaban”.
El día 13 de noviembre era festivo en Barcelona, las gentes habían salido de la ciudad a pasar una jornada en el campo, encontrándose con una serie de controles, a los que no terminaban de acostumbrarse, saltando la chispa en la puerta del Ángel. Cuando uno de los ciudadanos se negó a ser cacheado por la autoridad, se organizó un tumulto al que acudió la tropa, siendo recibida con lanzamiento de piedras e insultos, viéndose obligados a disparar al aire, consiguiendo que se dispersaran los grupos.7 La prudencia del oficial que la mandaba evitó que aquello revistiera mayor gravedad. Sin embargo el brote de la insurreción, se trasladó de lugar.
Interin, el jefe de la casa ayuntamiento pudo entrevistarse con el general Van Halen, Capitán General de Cataluña, quien, al tener conocimiento que los autores originales de tales movimientos fueron los redactores del periódico El Republicano, del que era redactor, un “periodista casi desconocido en nuestra capital”, Juan Manuel Carsy, se personó en sus oficinas, deteniendo a gentes sospechosas y en posesión de gran número de armas. El jefe político procedió a la detención a la que antes hemos aludido. Aquella noche fue tranquila y también las primeras horas de la mañana del día siguiente 14 de noviembre.
Las gentes se fueron concentrando en la plaza de San Jaime, y algunos jóvenes junto a un individuo del Ayuntamiento, se presentaron al Jefe político, exigiendo la puesta en libertad de los redactores detenidos, quien les advirtió de la imposibilidad de tal petición por estar el caso en manos de la justicia. El jefe político, Joan Gutiérrez, desde el balcón del Ayuntamiento, nada pudo hacer para calmar los ánimos
Como quiera que insistieran, fueron detenidos. Los ánimos se encresparon. El Ayuntamiento se veía desbordado ante el cariz que tomaban las cosas, incluso la Milicia no acertaba a que atenerse, puesto que la opinión más generalizada de sus miembros era que se pusiese en libertad a los detenidos para restablecer el orden, estimando que al no ser posible, se pusiese a los mismos bajo la custodia de dicha Milicia. De esta manera los comandantes llegaron a un acuerdo con el Ayuntamiento, pero todo fue inútil.
Las autoridades no tuvieron más remedio que publicar la ley marcial, pero el bando fue arrancado de las esquinas. Fueron arrestados oficiales del ejército que se encontraban paseando por la calle, siendo llevados detenidos al cuartel de la Milicia Nacional, mientras otras fuerzas de la misma fueron convencidos, junto a más paisanos a ocupar la plaza de San Jaime, ocupando los terrados de las casas inmediatas. Las tropas de la guarnición procedieron a cercarlos.
En el cuartel de San Felipe, parte de la tropa del tercer batallón de la Milicia se había revelado, y por parte del Ayuntamiento se ordenaba que se tomaran medidas para restablecer el orden, mientras, los redactores de El Republicano, que habían llegado hasta las casas consistoriales, insultaban a un regidor porque habían libertado a los oficiales del ejército que se habían apresado.
La Milicia tocó generala, reuniéndose en los puntos de concentración las tropas; sus comandantes pedían también la libertad de los presos. Llegó un momento que la población entera hicieron causa común con los levantados. La situación se prolongó durante toda la noche del 14 al 15 de junio, siendo los comandantes de la Milicia los que trataron de mediar entre el jefe político y los amotinados, pero no dieron ningún resultado satisfactorio. La situación era caótica. La insurrección se había generalizado, y cada casa, desde donde se atacaba a la tropa de la guarnición que trataba inútilmente de controlar la situación, y que habían recibido la orden de penetrar en la plaza o morir, era un reducto. “Así habría sucedido á no haberse pedido por los insurrectos una suspensión de hostilidades, ofreciendo retirarse a sus casas, por haber sido engañados”.
No todos los insurrectos opinaban de esta manera; frente al convento de la Merced, el batallón de la Milicia Nacional que allí se encontraba, atacó al batallón Saboya que se dirigía hacia las Atarazanas, así como soldados aislados se vieron atacados al grito “muerte a los castellanos”. Juan Manuel Carsy, aquel mismo día 15, pronunció un bando incitando a la rebelión, empleando un léxico revolucionario para exaltar a la revuelta y echando tinta sobre los militares y a favor de la independencia. Aprovechó la ocasión para lanzarse contra el Gobierno, acusándole de los males de la empresa catalana, y apeló a la dignidad del pueblo catalán y a ensalzar la Milicia Nacional, con el objeto de instigarla a nombrar una Junta, de la que casualmente el sería Presidente.
La forma y el como llegó a presidir esta Junta entra dentro de los interrogantes sobre su personalidad o sobre los verdaderos motivos. No deja de ser paradójico que “tres días antes del movimiento, Carsy, había sido expulsado de la redacción, por haberle encontrado sus compañeros (descerrajando el cajón de su mesa) alguna correspondencia de Madrid, por lo que adquirieron el conocimiento del doble papel que representaba a su lado aquel advenedizo”.
Con toda probabilidad logró llegar hasta ella, empleando recursos económicos cristinos, para dirigir un movimiento, que sin duda favorecía a los intereses de la ex Reina Regente María Cristina, en su afán de derribar al gobierno de Espartero. El impulsor de este movimiento catalán, estaba en manos del Duque de Riansares, en connivencia con el interesado rey de Francia, Luis Felipe. Un comentario expresado en una carta dirigida al coronel Don Fernando Fernández de Córdova, desde Florencia, por Don Manuel de la Concha, al referirse a esta conspiración contraesparterista, decía: "…apruebo los trabajos que ahí se preparan para que podamos utilizar cualquier acontecimiento como el de Barcelona", es bastante elocuente.
La proclama de Carsy no consignaba ningún principio ni levantaba ninguna bandera, sin embargo logró erigirse Jefe de la insurrección. Sorprende que nadie lo cuestionase, que nadie protestare de aquella barbarie, y aún más que formara parte de una Junta en la que no había nadie de su clase, y fuese obedecido y respetado por todos.
Van Halen, con las fuerzas del ejército, tomó posiciones en la Rambla apoyado por artillería, publicando un bando declarando el estado de sitio, e invitando a los amotinados a deponer sus actitud. La resistencia comenzó a disparar contra los componentes del ejército, provocando a su vez una lluvia de toda clase de artefactos, muebles, piedras, disparos etc. por lo que ordenó abrir fuego a la artillería contra las casas. Van Halen disponía de 2000 hombres, pero se vio obligado a replegarse, el día 15 noviembre de 1842, a la Ciudadela, presionado por la Milicia y el pueblo exasperado. Las campanas de todas las iglesias tocaban a rebato, y los pueblos colindantes enviaban refuerzos a los amotinados.
Después de este levantamiento, el día 16 la Milicia Nacional acometería un asalto contra la ciudadela, donde se habían retirado las fuerzas del ejército, con el ánimo de tomarla. En la tarde de ese día, dos batallones de Milicia de la ciudad y el de Gracia acometieron la Ciudadela tres veces repetidas con ánimo de asaltarla; fueron rechazados aunque con poca pérdida, quedando únicamente destruido el jardín de la explanada por los fuegos de la fortaleza. Este acontecimiento motivo el bombardeo de la ciudad desde Montjuich, y los cañonazos de la Ciudadela y de Atarazanas. Cayeron en la ciudad varias bombas: dos en la plaza de San Jaime, habiendo una de ellas desmoronado un ángulo del palacio de la Diputación, una en casa de Plandolit, calle de Escudellers; otra en la imprenta de El Papagayo, otra en la calle de la Unión, que atravesó cuatro pisos, otra en casa de un hornero en la riera del Pino, taladrando tres pisos, y algunas más en distintos puntos. A pesar de haber sido rechazadas las fuerzas que asaltaron la ciudadela, no creyéndose, en ella, segura la guarnición, cerca de la una de la noche, empezó a disparar cañonazos hacia la ciudad, para llamar la atención en aquel punto y escaparse precipitadamente por la puerta de socorro. Se dirigieron por la carretera de la marina,….”
La Junta de carácter popular, presidida por Juan Manuel Carsy, en su primera proclama, que va a ser el día 17 de noviembre, establecía las bases que habían de provocar el alzamiento barcelonés.
“1º Unión y puro españolismo entre todos los catalanes libres, entre los españoles que amen sinceramente la Libertad, el bien positivo, el honor de su país, y que odien la tiranía y la perfidia del poder que ha conducido a la nación al estado más deplorable, ruinoso y degradante, sin admitir entre nosotros la distinción de ningún matiz político o fracción; con tal que pertenezca a la gran comunión liberal española. 2ª Independencia de Cataluña, con respecto a la corte, hasta que se restablezca un gobierno justo, protector, libre e independiente; con nacionalidad, honor e inteligencia; uniéndonos estrechamente a todos los pueblos y provincias de España que sepan proclamar y conquistar esta misma independencia, imitando nuestro heroico ejemplo. 3º Como consecuencia material de las bases que anteceden, protección franca y justa a la industria española, al comercio, a la agricultura, a todas las clases laboriosas y productivas; arreglo en la administración, justicia para todos sin distinción de clases ni categorías”
En esos días Carsy escribía al diputado Cortés Ametller, al que suponía liderando la Junta revolucionaria de Gerona, ofreciéndole recursos y demás, decía: “que ya había visto el programa; que aunque no era lo que se había pensado no podía hacerse otra cosa, y que con respecto al asunto de la niña de Valladolid (?) todavía no podía explicarse ni decir nada”
El cuartel de Atarazanas capitulaba, el día 18 de noviembre, ante las exigencias de la Junta de Carsy, y a partir de aquel momento, toda la ciudad cae en manos de los revoltosos, quedando solamente el castillo de Montjuich, en manos del ejército de Espartero. La unión de todas las fuerzas políticas, a excepción de los progresistas, fue una evidencia. En estas circunstancias y ante la alteración que vivía la población de Barcelona, obligó a la Junta popular a hacer una manifestación para calmar tal estado de cosas, y dar a conocer a donde iban dirigidos los esfuerzos
“Unión entre todos los liberales: abajo Espartero y su gobierno: Cortes constituyentes: en caso de Regencia, más de uno; en caso de enlace de la reina Isabel II, con español; justicia y protección a la industria nacional. Este es el lema de la bandera que tremolamos y en su triunfo está cifrada la salvación de España”.
Ante la posibilidad de represalias, por parte del ejército, la Junta hizo un comunicado alegando que los militares que se hallaban en la ciudad disfrutaban de paz, de consideraciones, de respetos y de socorros suministrados por la Junta, pretendiendo salir al paso de los rumores de la supuesta represalia con los soldados que había en Barcelona, aunque en ese mismo comunicado preguntaban a las tropas fieles a Espartero porqué no se unían a la insurrección
“¡Qué esperáis pues, valientes del ejército. Venid a recibir el abrazo de vuestros compatriotas y conoced de una vez la mano de hierro que intenta sumirnos en la más degradante miseria”!
Como no tuvo efecto, la población se apresta a la resistencia. El 21 de noviembre se crea una comisión municipal con la intención de recoger cualquier proposición, por escrito, para mejorar las condiciones del pueblo, mientras la Junta, por su parte, crea un cuerpo con el nombre de Tiradores de la Patria, que había de formar el grueso de los grupos en caso de lucha.
El comité popular, a cambio de la participación de la población, ofreció cuatro reales por día y parte del equipo de combate preciso para la lucha, pero no tuvo el efecto esperado, y el paso de los días, sin alternativas favorables, acabará convenciendo a la población, que se encontraba aislada y con pocas o nulas posibilidades, de salir airoso de la delicada situación en que se encontraban. Por otra parte, el abandono de la población civil, fue constante en los días siguientes por temor a un bombardeo mucho más duro, que el de los primeros momentos del conflicto.
En estas circunstancias, la Junta el 23 de noviembre emitió un bando, en el que demandaba desesperadamente a la población, constancia, unión y fraternidad para superar la delicada coyuntura, pero, a pesar de ello, las autoridades ya habían tomado conciencia de la necesidad de hacer un pacto con el ejército dirigido por Van Halen y Zurbano, para evitar la entrada de las tropas de forma brutal en la ciudad. Así las cosas, a partir del día 24 de noviembre, la Junta entabla conversaciones con Van Halen, para llegar a un acuerdo de capitulación. La primera condición fue, que se pusiera en libertad a los prisioneros en el recinto de la ciudad, con su armamento al completo, suscitándose un tira y afloja, entre las autoridades del Ejército, y la Junta, sobre si debían ser entregados con todo su armamento y equipo o sin él, y la pretensión de esta última de que el ejército abandonara el castillo de Montjuch. Lo que intentaba en realidad Carsy, era ofrecer una postura de imagen de fuerza y representatividad, que evidentemente no tenía, con una salida honrosa para los revolucionarios.
La junta popular se autodisolvió el 28 de noviembre, con la finalidad de crear, por una parte, una comisión popular compuesta por miembros de la Milicia Nacional y alcaldes de barrio, y por otra, una junta consultiva, que había de gestionar y pactar la rendición de la ciudad.
Como en el primer caso, cuando se intentó nombrar una comisión de este tipo, ahora, los individuos que la formaron eran todos ricos y prestigiosos de la ciudad. Fueron 21 los vocales escogidos, destacando, el barón de Maldá, el fabricante Salvador Bonaplata, y el antiguo presidente de la Junta popular Juan Manuel Carsy, que fue el único individuo representativo de las clases sociales más humildes.
La disolución de la Junta popular y la delegación de funciones, en ésta consultiva, pretendía dos cosas: primeramente, favorecer la negociación de la capitulación entre el ejército ultrajado y un grupo de prestigiosos habitantes de la ciudad, con quienes el ejército, se suponía, sería más amable y sensible a la hora de llegar a un acuerdo, y segundo, intentar camuflar las acciones de los miembros de la junta popular ante una posible entrada de las tropas esparteristas por la fuerza, y evitar la venganza, pues les sería mas dificultoso identificar a los cabecillas de la insurrección.
Tampoco pudo instalarse esta nueva Junta, por no encontrase sus individuos en sus casas. Nadie sabía que hacer, Barcelona presentaba un cuadro muy triste y espantoso porque se veía en medio de su soledad y abandono, los Alcaldes de barrio eran las únicas autoridades, que quedaron mandando y aun estos eran pocos por haberse ausentado su mayor parte. D. Juan Manuel Carsy, y sus adláteres, temiendo por sus personas, formaron una especie de guardia pretoriana, compuesta por tres batallones de los llamados Tiradores de la patria.
El 30 de noviembre, se iniciaron las conversaciones entre la junta y el ejército, que se mostró totalmente intransigente en la capitulación. Desde el primer momento pidió que se desarmara a la Milicia Nacional, anunciaba el castigo a los dirigentes de la insurrección y otorgaba clemencia a todo aquel que se sometiese a las tropas. El general Van Halen, a cambio, lo único que garantizaba era la disciplina de las tropas en el momento de entra en la ciudad.
Estas condiciones provocaron que la Milicia Nacional optara por defender la ciudad toda costa, mientras los republicanos, viendo que de todas maneras iban a ser castigados, dirigen el movimiento y crearon una junta de signo más popular, a cuyo frente se puso Paula Cuello e Ignacio Montalda. Ante las posiciones totalmente radicalizadas, Carsy huye a Francia a bordo del buque francés, Meleagre.
Espartero llegaba a las afueras de la ciudad a primeros de diciembre, y el día 3 ordenaba el bombardeo de Barcelona, 1014 proyectiles caerán sobre ella durante doce horas. Van Halen bombardeó la ciudad destruyendo cuatrocientas casas y sembrando de cadáveres las calles. Espartero castigó a los barceloneses suprimiendo la Fábrica de tabacos, la casa de la Moneda, y les obligó a reconstruir los muros de Atarazanas, por lo que Cataluña estuvo pronta a coadyuvar a la revolución antiesparterista con todos los medios a su alcance. Carsy se había granjeado la enemistad de más de sus compañeros de armas, y también las dudas en las filas republicanas, en Francia.
CONSPIRACIÓN DESDE FRANCIA
Incluso los más radicales progresistas estaban contra de Espartero, pronunciándose algunos regimientos para que las cosas volviesen al estado en que se quedaron en 1840. De aquella revuelta barcelonesa, se refugiaron en Francia unos setecientos u ochocientos revolucionarios, que inmediatamente comenzaron a reunirse para buscar un jefe que los guiase y levantar de nuevo la insurrección contra Espartero. Algunos emisarios de Prim, sostenidos por Carsy y algunos moderados, habían ofrecido en nombre de aquél, que si le elegían jefe aceptaría este cargo, contando con los recursos y las relaciones necesarias, pero los planes de los agentes de Prim, bajo el liderazgo de Carsy, no prosperaron.
Carsy, el 10 de junio de 1843, con una pequeña fuerza de emigrados, logró pasar la frontera por Perpiñan, para unirse al movimiento de junio, proclamado en Reus por el general Prim. “…Y en aquella coyuntura entró Carsy, con dinero que le facilitó el mismo agente de Cristina, que quiso ganar a Terrados en noviembre, y un centenar de emigrados, con los cuales se metió en Figueras…”
Describe su hoja de servicios: “ Según certificaciones expedidas por los Generales Prim y Córdoba consta lo siguiente: que se unió a la División del 1º en el campamento de Olot el día 22 de junio, ofreciéndose a prestar los servicios mas penosos y arriesgados en provecho del Alzamiento nacional; que a sus servicios y desvelos se debe el alzamiento de algunos pueblos del Ampurdán de Cataluña, contando entre ellos La Junquera y Plaza de Figueras, que por lo arriesgado de la empresa y en razón a la poca fuerza de que disponía el mismo fue un hecho digno del mayor elogio y atención siguió al lado de dichos generales como Capitán adicto a S. M., en el ejército expedicionario de Cataluña, en todas las operaciones hasta la llegada a Madrid”, sigue más adelante: “... en atención a los méritos contraídos se le concedió el Grado de Primer Comandante de Infantería y en 29 de noviembre, de 1843, es destinado a la Comandancia de Valencia, al Cuerpo de Carabineros”.
Poco tiempo después, abandona a su mujer llevándose consigo más de 30.000 reales pertenecientes a su esposa y correspondientes a la herencia, que la habían dejado sus padres. Carsy, de nuevo, se ve inmerso en complicaciones.
ENTRE LOS REVOLUCIONARIOS DE LEVANTE
El régimen de Espartero había caído por la coalición de progresistas de izquierda y moderados, pero que se romperá en 1843, siendo Alicante el escenario donde aparecerá de nuevo nuestro personaje.
Durante el gobierno de González Bravo, se intenta marginar del poder a los progresistas, mientras se prepara el terreno para el acceso de los moderados al gobierno, con la consecuente eliminación de la Milicia Nacional y los Ayuntamientos.
Para los progresistas alicantinos esta política produjo un gran desengaño, pues habían creído que se iba a respetar el programa de la coalición antiesparterista, por lo que adoptaron una franca oposición cuando el gobierno restableció la ley moderada de los Ayuntamientos de 1840. A pesar de las precauciones adoptadas por el jefe político no pudieron evitar, que en enero de 1844 estallase un movimiento revolucionario en defensa de la autonomía municipal, sustentada en la Milicia cuyo jefe era Manuel Carreras, que tras confirmar a las autoridades militares y civiles en el castillo de Santa Bárbara de Alicante, se formó una junta de gobierno integral por Pantaleón Bonét como Presidente, y vocales de reconocido talante de liberal radicales, adscritos a la versión más demócrata de la revolución liberal, conspiradores románticos, que aportaban la pasión intelectualizada de emoción y sentimentalismo.
Con el fin de impulsar el movimiento revolucionario, la Junta decretó el 29 de enero la movilización de la Milicia Nacional de la provincia y creo una Junta de Armamento y Defensa, de la que formaba parte, entre otros, Juan Manuel Carsy, veterano en experiencias de este tipo. Es decir que el movimiento estaba en manos de progresistas radicales y de republicanos. Temiendo, que estas posturas se extendieran por todo el país, el gobierno se decidió sofocar la rebelión, deteniendo en los primeros días de febrero a algunos líderes progresistas: Madoz, Cortina etc., la prensa progresista amordazada, mientras el general Roncali, declara el estado de excepción, ordenando el bloqueo de Alicante por mar y tierra.
Desde Murcia un contingente militarizado al mando del brigadier Juan Antonio Pardo, se enfrenta a las fuerzas de Bonét, en los campos de Elda el día 5 de febrero, resultando el encuentro favorable a las fuerzas del gobierno. A partir de esos momentos, estaba claro que la rebelión quedaba limitada a Alicante y Cartagena y las fuerzas conservadoras se movilizan en apoyo de la Monarquía que creían amenazada.
Desde el 8 de febrero, Alicante quedó bloqueada por el ejército gubernamental, que establecieron sus cuarteles en Muchamiel y San Vicente de Raspeg. El día 14 el general Roncali, fusiló, en Villafranqueza, a los oficiales que habían sido hechos prisioneros en la acción de Elda, y la situación de los rebeldes se hacía cada vez más angustiosa, que se vieron obligados a tomar los suministros de los comerciantes, provocando el descontento generalizado de la población alicantina, que dieron lugar a que surgieran graves discrepancias entre los miembros de la junta al perder el apoyo social.
Roncali, el 6 de marzo, entró en la ciudad con un ejército de 5000 hombres, ordenando la disolución de la Milicia Nacional, y el desarme de todos los individuos que hubieran pertenecido a cualquier cuerpo armado ordenado por la Junta. Se practicaron numerosas detenciones y el día 8 de marzo, al amanecer, fueron fusilados en el malecón 24 personas, entre las que se encontraba su presidente Pantaleón Bonét.
Los miembros de la Junta de Armamento y Defensa consiguieron escapar, entre los que se encontraba Juan Manuel Carsy, que le llevaría de nuevo al exilio el 15 de febrero de 1844.
Emigrado en el extranjero estuvo todo el año 1845, hasta que decide entrar en España de forma clandestina, siendo detenido el 30 de abril de 1846 en Madrid, poniéndose a disposición de la Autoridad y trasladado a Valencia para ser juzgado por las causas antes expuestas, pero Carsy, logra escaparse entre Albacete y Almansa, dirigiéndose a Portugal, donde permaneció.
Tuvo suerte puesto que el 17 de octubre de ese mismo año, se publica un Real decreto de Amnistía, por lo que pudo regresar libre de cargos, presentándose al capitán general de Badajoz, el 26 de noviembre del mismo año.
LA SORPRESA FINAL
No acababa con esto su introvertida personalidad, también sus más allegados sufrieron las consecuencias. Tenía treinta y siete años cuando conoció a Micaela Alfonsa, una joven de veintiún años, natural de Ciudad Real y con ella mantuvo una relación sentimental, que duró hasta el final de sus días y fruto de la cual tuvo tres hijos, manteniendo con sus vecinos el secreto de esta relación, que por otra parte no le convenía que conocieran; sabía muy bien que estaba casado, cosa que ocultó hasta más allá de la tumba a Micaela y a sus propios hijos. La lectura de un escrito dirigido al Sr. Previsor y Teniente Vicario General castrense, D. Marcos Aniano González, que se encuentra en su hoja de servicios, no necesito comentario.
Efectivamente, el matrimonio se celebró en la misma habitación de su casa, donde se encontraba enfermo y en grave peligro de muerte, el siete de Julio de ese mismo año. Micaela no sabía la sorpresa que su fallecimiento la iba a acarrear.
Juan Manuel Carsy, falleció el ocho de enero de mil ochocientos cincuenta y siete. Enterada su verdadera mujer Doña Manuela Rico, que a la sazón vivía en Valencia, se dispuso a reunir la documentación como viuda, con el fin de conseguir dos pagas, ya que la pensión de viudedad, según consta en la hoja de servicios de su marido, no le correspondía, encontrándose con la sorpresa, que presentados, aquellos, la informaron del hecho de que su mujer era otra.
En su último acto Carsy no solamente confundió a su verdadera mujer, sino que engañó torpemente a sus hijos, y a Micaela, que no podía serlo.
CONCLUSIONES
La historia del oficial Carsy, hubiera permanecido en el anonimato, inmerso su historia en los legajos acumulados en las estanterías de los archivos, a no ser por la repercusión que tuvo su actuación, en la revuelta de noviembre del 42 en Barcelona, como Presidente de una Junta en Barcelona. Es difícil, conocer el carácter de un personaje, a través de unos cuanto retazos de su vida, pero aún así me atrevo a imaginar a una persona muy comprometida consigo misma, enérgica, rebelde, como parece desprenderse observando su hoja de servicios donde se expresa que su valor estaba acreditado, pero que también se granjeó el desprecio de sus compañeros por su comportamiento. Sus glorias y miserias, sus triunfos y derrotas, sólo pueden explicarse por ese especial carácter y por el ambiente enrarecido que le tocó vivir.
La historia de Juan Manuel Carsy da lugar a reflexionar sobre el papel que jugó en la historia de España. ¿Fue un agente al servicio de Fernando Muñoz, Duque de Riansares? Sus contactos con Prim parecen ser evidentes. Carsy parece pertenecer a la masonería, al menos así se refleja en alguna obra sobre el tema, nada de extrañar puesto que en esta época muchos militares pertenecían a esta organización. También es evidente, que contaba con bastantes apoyos, dando solución a cuantas situaciones difíciles se le presentaban. María Cristina lo conocía bien; Camilo Carsy, algún familiar de nuestro personaje, estaba al servicio de la familia real en París.
Por una parte a Juan Manuel Carsy, se le concede la máxima distinción militar: la Cruz Laureada de San Fernando, por otra, sus compañeros de armas le lanzan los más escabrosos comentarios: “.. cuando observo al hombre nulo, al ignorante, al mal soldado, al desertor al fin, proclamando ideas y principios que le son absolutamente desconocidos; cuando contemplo en él al oficial desidioso o inaplicado, que no ha estudiado nada, que jamás ha abierto un libro, ni ha asistido a un ejercicio doctrinal….” “porque desertó de sus banderas”…”abandona las filas y se deserta en medio de una guerra”….
FIN
Hablar de un personaje como Carsy, que aparece en la Historia de España de forma esporádica en los libros de texto y cuyo tema de investigación he elegido, se justifica por las connotaciones ambiguas, que se dan en él. Sus sorprendentes apariciones, incitan a la curiosidad sobre el papel desempeñado, al servicio, ó no, del Duque de Riansares, consorte de la reina regente María Cristina. El estado de la cuestión, es que parece presentarse, en los primeros años de la década de los cuarenta del siglo XIX, como un personaje al servicio de un republicanismo incipiente en Barcelona, cuyo protagonismo principal estaba en manos de Abdón Terrades,
La justificación de este trabajo se basa en que Carsy, por una serie de circunstancias, y a tenor de la documentación al respecto, se nos presenta rara avis, un personaje desequilibrante, liberal, controvertido, con una personalidad política en donde tiene cabida tanto lo republicano, como lo monárquico, aspectos a discernir y uno de los objetivos a alcanzar. Su actuación en diferentes momentos históricos, ejerciendo acciones dispares, pueden llegar a inducir, que estamos ante un miembro del servicio de inteligencia, ó no, hipótesis, a alcanzar en este trabajo. Su audacia le pudo librar, en más de una ocasión, de las dificultades por la que estaba atravesaba en cada momento, y su sentido del secreto lo llevó hasta el entorno familiar, sorprendiendo incluso sentimentalmente a sus más inmediatos allegados.
NACIMIENTO Y DIAS DE GLORIA
Juan Manuel Martín y Carsy nació el 18 de diciembre de 1808, en el seno de un hogar valenciano, constituido por Don Vicente Carsy, su padre y por Doña Salvadora Orchíll, su madre, naturales, ambos de San Juan, Valencia, y bautizado en la parroquia de San Martín Obispo y San Antonio Abad de la misma ciudad. Sus abuelos paternos fueron: Francisco Carsi y Manuela Ramón, naturales de San Juan, Valencia, maternos: Juan Orchill y Antonia Villacampa, siendo su padrino Juan Orchíll.
El 26 de enero de 18322, contrae matrimonio con Doña Manuela Rico y Adelantado, en la misma iglesia donde fue bautizado, viuda, con una buena posición económica, y, que a juzgar por su actuación, a la que más tarde nos referiremos, debió ser causa principal de la boda. Ingresó en el Ejército, en el Batallón de Francos Tiradores de la Patria, donde pronto ascendió, el 22 de diciembre de 1837, al empleo de Subteniente de Francos; tenía diecinueve años.
En 1838, participó en operaciones contra el ejército carlista, como la llevada a cabo contra el general carlista Don Basilio, en Valdepeñas, y en otras: Bejar o en Santa Cruz de Retamar. Por ésta última fue recomendado por el mando, ante el Gobierno de S. M., por su buen comportamiento.
Entre los días 6 y 15 de abril de 1839, estuvo en las acciones dadas en las inmediaciones de Segura (Aragón), el 1º de mayo, de ese mismo año, en el levantamiento del sitio de Montalbán. El Día 3 de junio, al mando de un destacamento, compuesto de veinte hombres, apostado en el pueblo de Villafeniche a orillas del Jiloca, contuvo y rechazó a un grupo de enemigos a caballo, que le atacaron entre los pueblos de Fuentes y Morata. Su acción le valió el honor de recibir las gracias del General en Jefe del Ejército, hecho que se publicó en la Orden General, siendo recomendado a S. M., para que le fuese concedida la Cruz de San Fernando de 1ª clase, como así fue, por Real Orden de 30 de octubre de ese mismo año.
SEPARACIÓN DEL EJÉRCITO
Concluida esta primera etapa de gloria, Carsy decidió pasar página y buscar otros derroteros, apartarse de sus compañeros de Unidad, cuando en Segorbe pasaba por momentos comprometidos. Todo comenzó cuando solicitó una licencia, por un mes, para resolver asuntos particulares en la capital valenciana. Mientras Carsy estaba en Valencia resolviendo sus asuntos, desde Segorbe su batallón se incorporaba a la tercera División para marchar sobre Cuenca, a luchar contra los hombres del general carlista Cabrera.
Finalizado su permiso, el 19 de febrero, Carsy decide, mientras sus compañeros se batían en el frente, e ignorando las calamidades por las que estaba atravesando en sus continuos combates y operaciones, no incorporarse a su Batallón, del que era jefe el Comandante Sanz, permaneciendo en Valencia, donde casualmente lo encontró, pues desde Chiva había ido hasta allí, a resolver asuntos propios de su Unidad.
Durante el encuentro le preguntó los motivos por los que no se había incorporado al Batallón, alegando Carsy, que no lo había considerado oportuno, ya que el camino estaba ocupado por los carlistas y la incorporación resultaba muy peligrosa. Parece que Sanz disculpó su alegato pero le expuso, que si bien hasta cierto punto esto le parecía lógico, no entendía el por qué no se había incorporado a Segorbe, ó a Alventosa, donde la cuarta compañía estaba de guarnición, como habían hecho otros oficiales y tropa del Batallón. Otras razones le presentó Carsy para justificar su no incorporación, como era la de estar arreglando documentos en vistas a su licencia absoluta.
Considerando su jefe que estaba incumpliendo con su deber, separado del cuerpo sin ninguna autorización superior, al término del encuentro le ordenó que se incorporara a su Unidad y que le acompañara al día siguiente a Murviedro, donde a la sazón se encontraban destacados.
Pero Carsy no se presentó. En vista de ello, el habilitado del Batallón, quese había desplazado a Valencia, le transmitió reiteradamente la orden de su jefe de que se incorporase inmediatamente. Como no lo hiciera, el once de Abril, el Comandante Sanz, firmó un escrito solicitando que Carsy fuese detenido, y conducido a su Unidad, al mismo tiempo que daba parte al General del Ejército con el fin de que se le impusiese la pena, de que se había hecho merecedor por haberse excedido en el tiempo de permiso, y por haber desobedecido reiteradamente sus órdenes. Cuando fueron a detenerlo, Carsy había desaparecido.
Mientras su Unidad seguía combatiendo en Alpuente, en Bejis, se apoderaba de Castielfabib, de Cañete, contribuía a la derrota de Guadalaviar, tomaba el castillo de Beteta, Carsy decidió marchar a Madrid, para solucionar su situación personal, dedicándose en la capital, a arreglar sus papeles de solicitud de licencia absoluta. Se había saltado el conducto reglamentario. Su jefe se debió quedar de piedra cuando, ya en fecha de dos de Mayo, recibe una carta de Carsy, enviada desde Madrid, justificando su proceder, y pidiéndole que le remitiese una copia de su hoja de servicios. Todo un poema.
Estamos 1841, el 27 de abril, se le expide pasaporte para que se incorpore a la Unidad, y finalmente, el marqués de Rodil dispuso, en un escrito dirigido al Coronel del Regimiento Infantería Cazadores de Luchana 9º ligero, que Carsy causara definitivamente baja en el cuerpo, hecho ocurrido el 31 de mayo de 1841.
PRESIDENTE DE LA JUNTA REVOLUCIONARIA DE BARCELONA
Concluido su compromiso con el Ejército; sus ideas liberales, hecho que se refleja en su hoja de servicios, “profesando además opiniones puramente liberales”, le van a llevar a erigirse presidente de la Junta creada en Barcelona, el 14 de noviembre de 1842.
Espartero ostentaba la Regencia, y la ex Reina Gobernadora María Cristina, desde París conspiraba contra aquél, aprovechando cualquier coyuntura para tratar de desestabilizar el gobierno de los ayacuchos. Si al tratado librecambista de comercio con Inglaterra, que perjudicaba gravemente la industria textil catalana, sumamos, que el Gobierno pretendía rebajar los intereses a las importaciones inglesas, el descontento por la llamada a quintas, el anuncio del cierre de la fábrica de cigarros, que hizo que mucha gente se quedaría en la calle, y la noticia de que el gobierno pensaba reconstruir la parte de la ciudadela demolida, se completaba el caldo efervescente con todos los ingredientes, que habían se saltar con los violentos encuentros en la calle entre soldados y paisanos.
A lo largo del año 1842, por parte de los demócratas, se venía provocando mediante artículos publicados en las páginas del El republicano, una labor subversiva contra el régimen, incitando a la lucha armada. Que intervinieron los republicanos en los hechos inmediatamente posteriores, es evidente, aunque Pérez Galdos tiene sus dudas, “cierto que el día 15 se habló de república, cierto que se cantaba el ja la campana sona, pero también es cierto que así se lo habían mandado y muchos lo repitieron como en broma, sin verdadero calor; no se trataba, pues, de asaltar la Bastilla…sino de quitar de en medio a un triste Gobierno y con él a una situación política, la Regencia de Espartero”, continua, “puedo asegurar a usted que ninguno de los que combatían en nombre del pobe invocó a la cesante Reina Gobernadora, ni a nadie se le ocurrió proclamarla; y no obstante por ella derramaron su sangre los muy locos, sin saberlo, que es lo más triste del caso, ¡Infelíz pueblo, criado en la inocencia y en la ignorancia de la ciencia política!. El ha sido y es instrumento de los que han estudiado las artes revolucionarias y el mecanismo de los motines.”
En la misma línea se encuentra Pirala, “se ha dado por algunos un origen exclusivamente republicano a los sucesos que vamos a referir, fundándolo en el programa que se publicó días antes del famoso Abdón Terradas, en que en el momento del primer desorden en la puerta del Ángel se hallaban reunidos en la cofradía de Zapateros los afiliados en aquel partido, y que los primeros prisioneros que se hicieron por orden del jefe político don Juan Gutiérrez, fueron las de los redactores del periódico El Republicano, Cuello, Montalvo, Bruguera, Casals y otros, aduciendo otros hechos, que si prueban todos la grande participación que tuvo aquel partido, los hay también para demostrar la del moderado y aun la de los progresistas, por la mucha parte que tuvieron las disensiones que les dividían, provocadas diariamente por El Papagayo, periódico moderado que se valía de la libertad de imprenta para desprestigiar la situación, concitar en su contra los ánimos é ir hacinando combustibles á la grande hoguera que todos preparaban”.
El día 13 de noviembre era festivo en Barcelona, las gentes habían salido de la ciudad a pasar una jornada en el campo, encontrándose con una serie de controles, a los que no terminaban de acostumbrarse, saltando la chispa en la puerta del Ángel. Cuando uno de los ciudadanos se negó a ser cacheado por la autoridad, se organizó un tumulto al que acudió la tropa, siendo recibida con lanzamiento de piedras e insultos, viéndose obligados a disparar al aire, consiguiendo que se dispersaran los grupos.7 La prudencia del oficial que la mandaba evitó que aquello revistiera mayor gravedad. Sin embargo el brote de la insurreción, se trasladó de lugar.
Interin, el jefe de la casa ayuntamiento pudo entrevistarse con el general Van Halen, Capitán General de Cataluña, quien, al tener conocimiento que los autores originales de tales movimientos fueron los redactores del periódico El Republicano, del que era redactor, un “periodista casi desconocido en nuestra capital”, Juan Manuel Carsy, se personó en sus oficinas, deteniendo a gentes sospechosas y en posesión de gran número de armas. El jefe político procedió a la detención a la que antes hemos aludido. Aquella noche fue tranquila y también las primeras horas de la mañana del día siguiente 14 de noviembre.
Las gentes se fueron concentrando en la plaza de San Jaime, y algunos jóvenes junto a un individuo del Ayuntamiento, se presentaron al Jefe político, exigiendo la puesta en libertad de los redactores detenidos, quien les advirtió de la imposibilidad de tal petición por estar el caso en manos de la justicia. El jefe político, Joan Gutiérrez, desde el balcón del Ayuntamiento, nada pudo hacer para calmar los ánimos
Como quiera que insistieran, fueron detenidos. Los ánimos se encresparon. El Ayuntamiento se veía desbordado ante el cariz que tomaban las cosas, incluso la Milicia no acertaba a que atenerse, puesto que la opinión más generalizada de sus miembros era que se pusiese en libertad a los detenidos para restablecer el orden, estimando que al no ser posible, se pusiese a los mismos bajo la custodia de dicha Milicia. De esta manera los comandantes llegaron a un acuerdo con el Ayuntamiento, pero todo fue inútil.
Las autoridades no tuvieron más remedio que publicar la ley marcial, pero el bando fue arrancado de las esquinas. Fueron arrestados oficiales del ejército que se encontraban paseando por la calle, siendo llevados detenidos al cuartel de la Milicia Nacional, mientras otras fuerzas de la misma fueron convencidos, junto a más paisanos a ocupar la plaza de San Jaime, ocupando los terrados de las casas inmediatas. Las tropas de la guarnición procedieron a cercarlos.
En el cuartel de San Felipe, parte de la tropa del tercer batallón de la Milicia se había revelado, y por parte del Ayuntamiento se ordenaba que se tomaran medidas para restablecer el orden, mientras, los redactores de El Republicano, que habían llegado hasta las casas consistoriales, insultaban a un regidor porque habían libertado a los oficiales del ejército que se habían apresado.
La Milicia tocó generala, reuniéndose en los puntos de concentración las tropas; sus comandantes pedían también la libertad de los presos. Llegó un momento que la población entera hicieron causa común con los levantados. La situación se prolongó durante toda la noche del 14 al 15 de junio, siendo los comandantes de la Milicia los que trataron de mediar entre el jefe político y los amotinados, pero no dieron ningún resultado satisfactorio. La situación era caótica. La insurrección se había generalizado, y cada casa, desde donde se atacaba a la tropa de la guarnición que trataba inútilmente de controlar la situación, y que habían recibido la orden de penetrar en la plaza o morir, era un reducto. “Así habría sucedido á no haberse pedido por los insurrectos una suspensión de hostilidades, ofreciendo retirarse a sus casas, por haber sido engañados”.
No todos los insurrectos opinaban de esta manera; frente al convento de la Merced, el batallón de la Milicia Nacional que allí se encontraba, atacó al batallón Saboya que se dirigía hacia las Atarazanas, así como soldados aislados se vieron atacados al grito “muerte a los castellanos”. Juan Manuel Carsy, aquel mismo día 15, pronunció un bando incitando a la rebelión, empleando un léxico revolucionario para exaltar a la revuelta y echando tinta sobre los militares y a favor de la independencia. Aprovechó la ocasión para lanzarse contra el Gobierno, acusándole de los males de la empresa catalana, y apeló a la dignidad del pueblo catalán y a ensalzar la Milicia Nacional, con el objeto de instigarla a nombrar una Junta, de la que casualmente el sería Presidente.
La forma y el como llegó a presidir esta Junta entra dentro de los interrogantes sobre su personalidad o sobre los verdaderos motivos. No deja de ser paradójico que “tres días antes del movimiento, Carsy, había sido expulsado de la redacción, por haberle encontrado sus compañeros (descerrajando el cajón de su mesa) alguna correspondencia de Madrid, por lo que adquirieron el conocimiento del doble papel que representaba a su lado aquel advenedizo”.
Con toda probabilidad logró llegar hasta ella, empleando recursos económicos cristinos, para dirigir un movimiento, que sin duda favorecía a los intereses de la ex Reina Regente María Cristina, en su afán de derribar al gobierno de Espartero. El impulsor de este movimiento catalán, estaba en manos del Duque de Riansares, en connivencia con el interesado rey de Francia, Luis Felipe. Un comentario expresado en una carta dirigida al coronel Don Fernando Fernández de Córdova, desde Florencia, por Don Manuel de la Concha, al referirse a esta conspiración contraesparterista, decía: "…apruebo los trabajos que ahí se preparan para que podamos utilizar cualquier acontecimiento como el de Barcelona", es bastante elocuente.
La proclama de Carsy no consignaba ningún principio ni levantaba ninguna bandera, sin embargo logró erigirse Jefe de la insurrección. Sorprende que nadie lo cuestionase, que nadie protestare de aquella barbarie, y aún más que formara parte de una Junta en la que no había nadie de su clase, y fuese obedecido y respetado por todos.
Van Halen, con las fuerzas del ejército, tomó posiciones en la Rambla apoyado por artillería, publicando un bando declarando el estado de sitio, e invitando a los amotinados a deponer sus actitud. La resistencia comenzó a disparar contra los componentes del ejército, provocando a su vez una lluvia de toda clase de artefactos, muebles, piedras, disparos etc. por lo que ordenó abrir fuego a la artillería contra las casas. Van Halen disponía de 2000 hombres, pero se vio obligado a replegarse, el día 15 noviembre de 1842, a la Ciudadela, presionado por la Milicia y el pueblo exasperado. Las campanas de todas las iglesias tocaban a rebato, y los pueblos colindantes enviaban refuerzos a los amotinados.
Después de este levantamiento, el día 16 la Milicia Nacional acometería un asalto contra la ciudadela, donde se habían retirado las fuerzas del ejército, con el ánimo de tomarla. En la tarde de ese día, dos batallones de Milicia de la ciudad y el de Gracia acometieron la Ciudadela tres veces repetidas con ánimo de asaltarla; fueron rechazados aunque con poca pérdida, quedando únicamente destruido el jardín de la explanada por los fuegos de la fortaleza. Este acontecimiento motivo el bombardeo de la ciudad desde Montjuich, y los cañonazos de la Ciudadela y de Atarazanas. Cayeron en la ciudad varias bombas: dos en la plaza de San Jaime, habiendo una de ellas desmoronado un ángulo del palacio de la Diputación, una en casa de Plandolit, calle de Escudellers; otra en la imprenta de El Papagayo, otra en la calle de la Unión, que atravesó cuatro pisos, otra en casa de un hornero en la riera del Pino, taladrando tres pisos, y algunas más en distintos puntos. A pesar de haber sido rechazadas las fuerzas que asaltaron la ciudadela, no creyéndose, en ella, segura la guarnición, cerca de la una de la noche, empezó a disparar cañonazos hacia la ciudad, para llamar la atención en aquel punto y escaparse precipitadamente por la puerta de socorro. Se dirigieron por la carretera de la marina,….”
La Junta de carácter popular, presidida por Juan Manuel Carsy, en su primera proclama, que va a ser el día 17 de noviembre, establecía las bases que habían de provocar el alzamiento barcelonés.
“1º Unión y puro españolismo entre todos los catalanes libres, entre los españoles que amen sinceramente la Libertad, el bien positivo, el honor de su país, y que odien la tiranía y la perfidia del poder que ha conducido a la nación al estado más deplorable, ruinoso y degradante, sin admitir entre nosotros la distinción de ningún matiz político o fracción; con tal que pertenezca a la gran comunión liberal española. 2ª Independencia de Cataluña, con respecto a la corte, hasta que se restablezca un gobierno justo, protector, libre e independiente; con nacionalidad, honor e inteligencia; uniéndonos estrechamente a todos los pueblos y provincias de España que sepan proclamar y conquistar esta misma independencia, imitando nuestro heroico ejemplo. 3º Como consecuencia material de las bases que anteceden, protección franca y justa a la industria española, al comercio, a la agricultura, a todas las clases laboriosas y productivas; arreglo en la administración, justicia para todos sin distinción de clases ni categorías”
En esos días Carsy escribía al diputado Cortés Ametller, al que suponía liderando la Junta revolucionaria de Gerona, ofreciéndole recursos y demás, decía: “que ya había visto el programa; que aunque no era lo que se había pensado no podía hacerse otra cosa, y que con respecto al asunto de la niña de Valladolid (?) todavía no podía explicarse ni decir nada”
El cuartel de Atarazanas capitulaba, el día 18 de noviembre, ante las exigencias de la Junta de Carsy, y a partir de aquel momento, toda la ciudad cae en manos de los revoltosos, quedando solamente el castillo de Montjuich, en manos del ejército de Espartero. La unión de todas las fuerzas políticas, a excepción de los progresistas, fue una evidencia. En estas circunstancias y ante la alteración que vivía la población de Barcelona, obligó a la Junta popular a hacer una manifestación para calmar tal estado de cosas, y dar a conocer a donde iban dirigidos los esfuerzos
“Unión entre todos los liberales: abajo Espartero y su gobierno: Cortes constituyentes: en caso de Regencia, más de uno; en caso de enlace de la reina Isabel II, con español; justicia y protección a la industria nacional. Este es el lema de la bandera que tremolamos y en su triunfo está cifrada la salvación de España”.
Ante la posibilidad de represalias, por parte del ejército, la Junta hizo un comunicado alegando que los militares que se hallaban en la ciudad disfrutaban de paz, de consideraciones, de respetos y de socorros suministrados por la Junta, pretendiendo salir al paso de los rumores de la supuesta represalia con los soldados que había en Barcelona, aunque en ese mismo comunicado preguntaban a las tropas fieles a Espartero porqué no se unían a la insurrección
“¡Qué esperáis pues, valientes del ejército. Venid a recibir el abrazo de vuestros compatriotas y conoced de una vez la mano de hierro que intenta sumirnos en la más degradante miseria”!
Como no tuvo efecto, la población se apresta a la resistencia. El 21 de noviembre se crea una comisión municipal con la intención de recoger cualquier proposición, por escrito, para mejorar las condiciones del pueblo, mientras la Junta, por su parte, crea un cuerpo con el nombre de Tiradores de la Patria, que había de formar el grueso de los grupos en caso de lucha.
El comité popular, a cambio de la participación de la población, ofreció cuatro reales por día y parte del equipo de combate preciso para la lucha, pero no tuvo el efecto esperado, y el paso de los días, sin alternativas favorables, acabará convenciendo a la población, que se encontraba aislada y con pocas o nulas posibilidades, de salir airoso de la delicada situación en que se encontraban. Por otra parte, el abandono de la población civil, fue constante en los días siguientes por temor a un bombardeo mucho más duro, que el de los primeros momentos del conflicto.
En estas circunstancias, la Junta el 23 de noviembre emitió un bando, en el que demandaba desesperadamente a la población, constancia, unión y fraternidad para superar la delicada coyuntura, pero, a pesar de ello, las autoridades ya habían tomado conciencia de la necesidad de hacer un pacto con el ejército dirigido por Van Halen y Zurbano, para evitar la entrada de las tropas de forma brutal en la ciudad. Así las cosas, a partir del día 24 de noviembre, la Junta entabla conversaciones con Van Halen, para llegar a un acuerdo de capitulación. La primera condición fue, que se pusiera en libertad a los prisioneros en el recinto de la ciudad, con su armamento al completo, suscitándose un tira y afloja, entre las autoridades del Ejército, y la Junta, sobre si debían ser entregados con todo su armamento y equipo o sin él, y la pretensión de esta última de que el ejército abandonara el castillo de Montjuch. Lo que intentaba en realidad Carsy, era ofrecer una postura de imagen de fuerza y representatividad, que evidentemente no tenía, con una salida honrosa para los revolucionarios.
La junta popular se autodisolvió el 28 de noviembre, con la finalidad de crear, por una parte, una comisión popular compuesta por miembros de la Milicia Nacional y alcaldes de barrio, y por otra, una junta consultiva, que había de gestionar y pactar la rendición de la ciudad.
Como en el primer caso, cuando se intentó nombrar una comisión de este tipo, ahora, los individuos que la formaron eran todos ricos y prestigiosos de la ciudad. Fueron 21 los vocales escogidos, destacando, el barón de Maldá, el fabricante Salvador Bonaplata, y el antiguo presidente de la Junta popular Juan Manuel Carsy, que fue el único individuo representativo de las clases sociales más humildes.
La disolución de la Junta popular y la delegación de funciones, en ésta consultiva, pretendía dos cosas: primeramente, favorecer la negociación de la capitulación entre el ejército ultrajado y un grupo de prestigiosos habitantes de la ciudad, con quienes el ejército, se suponía, sería más amable y sensible a la hora de llegar a un acuerdo, y segundo, intentar camuflar las acciones de los miembros de la junta popular ante una posible entrada de las tropas esparteristas por la fuerza, y evitar la venganza, pues les sería mas dificultoso identificar a los cabecillas de la insurrección.
Tampoco pudo instalarse esta nueva Junta, por no encontrase sus individuos en sus casas. Nadie sabía que hacer, Barcelona presentaba un cuadro muy triste y espantoso porque se veía en medio de su soledad y abandono, los Alcaldes de barrio eran las únicas autoridades, que quedaron mandando y aun estos eran pocos por haberse ausentado su mayor parte. D. Juan Manuel Carsy, y sus adláteres, temiendo por sus personas, formaron una especie de guardia pretoriana, compuesta por tres batallones de los llamados Tiradores de la patria.
El 30 de noviembre, se iniciaron las conversaciones entre la junta y el ejército, que se mostró totalmente intransigente en la capitulación. Desde el primer momento pidió que se desarmara a la Milicia Nacional, anunciaba el castigo a los dirigentes de la insurrección y otorgaba clemencia a todo aquel que se sometiese a las tropas. El general Van Halen, a cambio, lo único que garantizaba era la disciplina de las tropas en el momento de entra en la ciudad.
Estas condiciones provocaron que la Milicia Nacional optara por defender la ciudad toda costa, mientras los republicanos, viendo que de todas maneras iban a ser castigados, dirigen el movimiento y crearon una junta de signo más popular, a cuyo frente se puso Paula Cuello e Ignacio Montalda. Ante las posiciones totalmente radicalizadas, Carsy huye a Francia a bordo del buque francés, Meleagre.
Espartero llegaba a las afueras de la ciudad a primeros de diciembre, y el día 3 ordenaba el bombardeo de Barcelona, 1014 proyectiles caerán sobre ella durante doce horas. Van Halen bombardeó la ciudad destruyendo cuatrocientas casas y sembrando de cadáveres las calles. Espartero castigó a los barceloneses suprimiendo la Fábrica de tabacos, la casa de la Moneda, y les obligó a reconstruir los muros de Atarazanas, por lo que Cataluña estuvo pronta a coadyuvar a la revolución antiesparterista con todos los medios a su alcance. Carsy se había granjeado la enemistad de más de sus compañeros de armas, y también las dudas en las filas republicanas, en Francia.
CONSPIRACIÓN DESDE FRANCIA
Incluso los más radicales progresistas estaban contra de Espartero, pronunciándose algunos regimientos para que las cosas volviesen al estado en que se quedaron en 1840. De aquella revuelta barcelonesa, se refugiaron en Francia unos setecientos u ochocientos revolucionarios, que inmediatamente comenzaron a reunirse para buscar un jefe que los guiase y levantar de nuevo la insurrección contra Espartero. Algunos emisarios de Prim, sostenidos por Carsy y algunos moderados, habían ofrecido en nombre de aquél, que si le elegían jefe aceptaría este cargo, contando con los recursos y las relaciones necesarias, pero los planes de los agentes de Prim, bajo el liderazgo de Carsy, no prosperaron.
Carsy, el 10 de junio de 1843, con una pequeña fuerza de emigrados, logró pasar la frontera por Perpiñan, para unirse al movimiento de junio, proclamado en Reus por el general Prim. “…Y en aquella coyuntura entró Carsy, con dinero que le facilitó el mismo agente de Cristina, que quiso ganar a Terrados en noviembre, y un centenar de emigrados, con los cuales se metió en Figueras…”
Describe su hoja de servicios: “ Según certificaciones expedidas por los Generales Prim y Córdoba consta lo siguiente: que se unió a la División del 1º en el campamento de Olot el día 22 de junio, ofreciéndose a prestar los servicios mas penosos y arriesgados en provecho del Alzamiento nacional; que a sus servicios y desvelos se debe el alzamiento de algunos pueblos del Ampurdán de Cataluña, contando entre ellos La Junquera y Plaza de Figueras, que por lo arriesgado de la empresa y en razón a la poca fuerza de que disponía el mismo fue un hecho digno del mayor elogio y atención siguió al lado de dichos generales como Capitán adicto a S. M., en el ejército expedicionario de Cataluña, en todas las operaciones hasta la llegada a Madrid”, sigue más adelante: “... en atención a los méritos contraídos se le concedió el Grado de Primer Comandante de Infantería y en 29 de noviembre, de 1843, es destinado a la Comandancia de Valencia, al Cuerpo de Carabineros”.
Poco tiempo después, abandona a su mujer llevándose consigo más de 30.000 reales pertenecientes a su esposa y correspondientes a la herencia, que la habían dejado sus padres. Carsy, de nuevo, se ve inmerso en complicaciones.
ENTRE LOS REVOLUCIONARIOS DE LEVANTE
El régimen de Espartero había caído por la coalición de progresistas de izquierda y moderados, pero que se romperá en 1843, siendo Alicante el escenario donde aparecerá de nuevo nuestro personaje.
Durante el gobierno de González Bravo, se intenta marginar del poder a los progresistas, mientras se prepara el terreno para el acceso de los moderados al gobierno, con la consecuente eliminación de la Milicia Nacional y los Ayuntamientos.
Para los progresistas alicantinos esta política produjo un gran desengaño, pues habían creído que se iba a respetar el programa de la coalición antiesparterista, por lo que adoptaron una franca oposición cuando el gobierno restableció la ley moderada de los Ayuntamientos de 1840. A pesar de las precauciones adoptadas por el jefe político no pudieron evitar, que en enero de 1844 estallase un movimiento revolucionario en defensa de la autonomía municipal, sustentada en la Milicia cuyo jefe era Manuel Carreras, que tras confirmar a las autoridades militares y civiles en el castillo de Santa Bárbara de Alicante, se formó una junta de gobierno integral por Pantaleón Bonét como Presidente, y vocales de reconocido talante de liberal radicales, adscritos a la versión más demócrata de la revolución liberal, conspiradores románticos, que aportaban la pasión intelectualizada de emoción y sentimentalismo.
Con el fin de impulsar el movimiento revolucionario, la Junta decretó el 29 de enero la movilización de la Milicia Nacional de la provincia y creo una Junta de Armamento y Defensa, de la que formaba parte, entre otros, Juan Manuel Carsy, veterano en experiencias de este tipo. Es decir que el movimiento estaba en manos de progresistas radicales y de republicanos. Temiendo, que estas posturas se extendieran por todo el país, el gobierno se decidió sofocar la rebelión, deteniendo en los primeros días de febrero a algunos líderes progresistas: Madoz, Cortina etc., la prensa progresista amordazada, mientras el general Roncali, declara el estado de excepción, ordenando el bloqueo de Alicante por mar y tierra.
Desde Murcia un contingente militarizado al mando del brigadier Juan Antonio Pardo, se enfrenta a las fuerzas de Bonét, en los campos de Elda el día 5 de febrero, resultando el encuentro favorable a las fuerzas del gobierno. A partir de esos momentos, estaba claro que la rebelión quedaba limitada a Alicante y Cartagena y las fuerzas conservadoras se movilizan en apoyo de la Monarquía que creían amenazada.
Desde el 8 de febrero, Alicante quedó bloqueada por el ejército gubernamental, que establecieron sus cuarteles en Muchamiel y San Vicente de Raspeg. El día 14 el general Roncali, fusiló, en Villafranqueza, a los oficiales que habían sido hechos prisioneros en la acción de Elda, y la situación de los rebeldes se hacía cada vez más angustiosa, que se vieron obligados a tomar los suministros de los comerciantes, provocando el descontento generalizado de la población alicantina, que dieron lugar a que surgieran graves discrepancias entre los miembros de la junta al perder el apoyo social.
Roncali, el 6 de marzo, entró en la ciudad con un ejército de 5000 hombres, ordenando la disolución de la Milicia Nacional, y el desarme de todos los individuos que hubieran pertenecido a cualquier cuerpo armado ordenado por la Junta. Se practicaron numerosas detenciones y el día 8 de marzo, al amanecer, fueron fusilados en el malecón 24 personas, entre las que se encontraba su presidente Pantaleón Bonét.
Los miembros de la Junta de Armamento y Defensa consiguieron escapar, entre los que se encontraba Juan Manuel Carsy, que le llevaría de nuevo al exilio el 15 de febrero de 1844.
Emigrado en el extranjero estuvo todo el año 1845, hasta que decide entrar en España de forma clandestina, siendo detenido el 30 de abril de 1846 en Madrid, poniéndose a disposición de la Autoridad y trasladado a Valencia para ser juzgado por las causas antes expuestas, pero Carsy, logra escaparse entre Albacete y Almansa, dirigiéndose a Portugal, donde permaneció.
Tuvo suerte puesto que el 17 de octubre de ese mismo año, se publica un Real decreto de Amnistía, por lo que pudo regresar libre de cargos, presentándose al capitán general de Badajoz, el 26 de noviembre del mismo año.
LA SORPRESA FINAL
No acababa con esto su introvertida personalidad, también sus más allegados sufrieron las consecuencias. Tenía treinta y siete años cuando conoció a Micaela Alfonsa, una joven de veintiún años, natural de Ciudad Real y con ella mantuvo una relación sentimental, que duró hasta el final de sus días y fruto de la cual tuvo tres hijos, manteniendo con sus vecinos el secreto de esta relación, que por otra parte no le convenía que conocieran; sabía muy bien que estaba casado, cosa que ocultó hasta más allá de la tumba a Micaela y a sus propios hijos. La lectura de un escrito dirigido al Sr. Previsor y Teniente Vicario General castrense, D. Marcos Aniano González, que se encuentra en su hoja de servicios, no necesito comentario.
Efectivamente, el matrimonio se celebró en la misma habitación de su casa, donde se encontraba enfermo y en grave peligro de muerte, el siete de Julio de ese mismo año. Micaela no sabía la sorpresa que su fallecimiento la iba a acarrear.
Juan Manuel Carsy, falleció el ocho de enero de mil ochocientos cincuenta y siete. Enterada su verdadera mujer Doña Manuela Rico, que a la sazón vivía en Valencia, se dispuso a reunir la documentación como viuda, con el fin de conseguir dos pagas, ya que la pensión de viudedad, según consta en la hoja de servicios de su marido, no le correspondía, encontrándose con la sorpresa, que presentados, aquellos, la informaron del hecho de que su mujer era otra.
En su último acto Carsy no solamente confundió a su verdadera mujer, sino que engañó torpemente a sus hijos, y a Micaela, que no podía serlo.
CONCLUSIONES
La historia del oficial Carsy, hubiera permanecido en el anonimato, inmerso su historia en los legajos acumulados en las estanterías de los archivos, a no ser por la repercusión que tuvo su actuación, en la revuelta de noviembre del 42 en Barcelona, como Presidente de una Junta en Barcelona. Es difícil, conocer el carácter de un personaje, a través de unos cuanto retazos de su vida, pero aún así me atrevo a imaginar a una persona muy comprometida consigo misma, enérgica, rebelde, como parece desprenderse observando su hoja de servicios donde se expresa que su valor estaba acreditado, pero que también se granjeó el desprecio de sus compañeros por su comportamiento. Sus glorias y miserias, sus triunfos y derrotas, sólo pueden explicarse por ese especial carácter y por el ambiente enrarecido que le tocó vivir.
La historia de Juan Manuel Carsy da lugar a reflexionar sobre el papel que jugó en la historia de España. ¿Fue un agente al servicio de Fernando Muñoz, Duque de Riansares? Sus contactos con Prim parecen ser evidentes. Carsy parece pertenecer a la masonería, al menos así se refleja en alguna obra sobre el tema, nada de extrañar puesto que en esta época muchos militares pertenecían a esta organización. También es evidente, que contaba con bastantes apoyos, dando solución a cuantas situaciones difíciles se le presentaban. María Cristina lo conocía bien; Camilo Carsy, algún familiar de nuestro personaje, estaba al servicio de la familia real en París.
Por una parte a Juan Manuel Carsy, se le concede la máxima distinción militar: la Cruz Laureada de San Fernando, por otra, sus compañeros de armas le lanzan los más escabrosos comentarios: “.. cuando observo al hombre nulo, al ignorante, al mal soldado, al desertor al fin, proclamando ideas y principios que le son absolutamente desconocidos; cuando contemplo en él al oficial desidioso o inaplicado, que no ha estudiado nada, que jamás ha abierto un libro, ni ha asistido a un ejercicio doctrinal….” “porque desertó de sus banderas”…”abandona las filas y se deserta en medio de una guerra”….
FIN
1 comment:
Estudio sobre el General Van Halen de don Nicolas Gonzalez Deleito
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