Friday, December 01, 2006

LUIS NOVAL FERRAO

Asturquín

En Septiembre del año 2009, al cumplirse el centenario de la muerte de Luis Noval Ferrao, es un motivo para sacar a la luz, una serie de datos y documentos históricos, relativos tanto a su persona y a las circunstancias de su gloriosa muerte, como a la serie de correspondencia, que en poder de familiares e instituciones oficiales, he conocido.
Me atrevo a presumir que, para muchos, la figura del Cabo Noval, no les sea muy familiar, pues se trata de estos personajes de nuestra Historia que, en su momento, tuvieron una gran relevancia, pero luego, pasado el tiempo, forma todo lo más, un nombre que figura al pie de un monumento, al que nos aproximamos para leer, a alguno de nuestros familiares o amigos y decir, con respeto: es un soldado que murió en Melilla.
Mi trabajo ha sido el de desentrañar, si aún cabe más de lo que se ha escrito, las circunstancias de su muerte, salvaguardar sus verdaderos apellidos, de cómo regreso a su tierra del Principado de Asturias y dar algunos apuntes a documentos, con motivo por la erección de un monumento a su memoria, en la Plaza de Oriente, junto al convento de la Encarnación.
Recordar una promesa incumplida al Ayuntamiento de Oviedo, que en su momento, prometió levantar en su ciudad un monumento, pero por extrañas circunstancias, tal vez económicas, tal vez por olvido burocrático, no se llevó a cabo; se le dedicó una calle, y una placa en un edificio aledaño, a la casa modesta donde nació.
En la portada de la Revista España en Marruecos, un dibujo de Navarrete, me ha servido para dar inicio a mi trabajo. En él, se puede desprender que los hechos fueron muy distintos de los que fueron en realidad.
Noval en ningún momento fue hecho prisionero, como se refleja con las muñecas maniatadas y tampoco le quitaron su arma, ni tampoco le obligaron los moros a nada, todo lo que hizo fue obra de su propia iniciativa, cosa que se ira desgranando a lo largo de la literatura de esta pequeña investigación.
Afortunadamente hubo en la época representaciones excelentes de aquella gesta, ahí esta sino la pintura de Degrain. Las malas interpretaciones de la realidad dan pábulo, no en pocas ocasiones, a sacar versiones de todo tipo, máxime cuando se impregna del carácter español, muy dado a la chanza y a la chirigota.
Interpretaciones distintas del hecho no faltaron, muestra de ello, tenemos algunos ejemplos. En el Diario El Comercio de fecha 3 de Octubre de 1909, se pudo leer: “....los moros, valiéndose de mil argucias, lograron apoderarse del cabo del regimiento del Príncipe, llamado Luis Noval, y después de desarmarle, se lo llevaron prisionero a uno de sus aduares, donde se reunieron los jefes de la jarca para discutir la clase de muerte que habían de aplicar al desventurado Noval; pero se conoce que uno de los jefes pensándolo mejor, propuso a sus compañeros utilizar al cabo, para tratar de sorprender al campamento...”, sigue diciendo el cronista: “.. con amenaza de infligirle los más terribles tormentos... le obligaron a decir a los españoles que no disparasen..”. En Verdades Amargas, por el Capitán X... , se puede leer: “..: “La patrulla, mandada por el cabo del regimiento del Príncipe Luis Noval, y formada por los soldados y un tambor del mismo regimiento, fue sorprendida por los moros, y muertos los soldados con arma blanca, hicieron prisionero al cabo, a quien obligaron les enseñase la puerta de entrada del campamento.”. En el libro de Eduardo Gallego, titulado: La Campaña del Rif, se puede leer, incluso dando nombres evidentemente que nada tienen que ver con el hecho concreto. Hasta alguno llegó a pensar que le habían cogido en un momento de apuro fisiológico.
Aplicando todo ello y viendo el dibujo engañoso, la tan consabida frase de que una imagen vale más que mil palabras, a veces, resulta tremendamente impertinente.
Pero vayamos a su historia y trasladenmonos hasta aquellos verdes campos, donde pastan el ganado y el maíz se seca al sol, expuesto en la balaustrada de los hórreos, donde tenía el caserío Juan Noval, en un lugar de Valdesoto del Concejo de Siero del Principado de Asturias, Allí nacieron sus hijos, entre ellos uno de su mismo nombre Juan Noval y uno de sus nietos Juan Noval Fernández, nacido el 23 de Mayo de 1786.
Este último contrae matrimonio con Sinforosa Camino García, nacida en 1785, en la parroquia de Santa Eulalia de Turriellos, del Concejo de Langreo. Fruto de esta unión será José Noval, que llega al mundo el día 22 de Marzo de 1817, en Valdesoto.
José Noval contrae nupcias con Josefa Suárez Moral, trasladándose a Castiello, localidad cercana a Valdesoto y allí engendrarán a Ramón Noval Suárez en el año 1860.
En 1884, apenas cumplidos los veinticuatro años, decide marchar a la capital de Principado, encontrando un empleo en Oviedo, como carretero al servicio del Ayuntamiento, casándose con Perfecta Ferrao, a la sazón de dieciocho años de edad, natural de La Goleta parroquia de Sorribas del Concejo de Infiesto. En Oviedo nacerían los hijos de este matrimonio a saber: María el Olvido Noval Ferrao, Luis Noval Ferrao en 1888 y Julio Noval Ferrao, en 1892, viviendo en la calle Santa Susana, aunque más tarde la familia se trasladaría a la Plazuela de San Miguel 1 y 3.
Los tres hermanos estudiaron en el colegio del Fontán. Ingresó en él Luis Noval cuando contaba con cinco años y donde permaneció hasta que cumplió los catorce, fechas en la que se incorporó a la Escuela Mercantil y después a la Escuela de Artes y Oficios, donde finalizó el oficio de ebanista. Olvido concluyó los estudios de Magisterio y el menor Julio acabaría siendo Maestro Armero en la fábrica de Armas de Trubia.
Una nueva quinta era llamada a cumplir con la Patria. Entre ellos estaba Luis Noval que contaba entonces veintiún años; en las listas figuraba con el número 148, firmando su compromiso el primero de Agosto de 1908, después de haber sido sometido a el reconocimiento médico preceptivo, figurando en sus datos una talla de 1.642 m., y un peso de 56 Kilos.
Por Real Orden de cinco de febrero, es llamado para que se incorpore al Ejército, no haciéndolo hasta el día 4 del mes de Marzo, siendo destinado a la tercera compañía del segundo batallón del Regimiento del Príncipe 3, de guarnición en el cuartel de Pelayo en Oviedo.
El once de Abril tiene lugar la ceremonia de Juramento a la Bandera. Después de escuchar, bajo la mirada emocionada de sus padres, las palabras del capellán del Regimiento, que transcribo literalmente: ¿Juráis por Dios y prometéis al rey, seguir constantemente sus Banderas, defendiéndolas, hasta perder la última gota de sangre, y no abandonar al que os manda en acción de guerra, o disposición para ella?, de su garganta brotó un: “si juramos”, pasando inmediatamente a depositar un beso a la enseña nacional.
En el Norte de África soplaban vientos de guerra. En el campo exterior de Melilla se trabajaba en el tendido de la línea férrea para llegar hasta las minas, que los kabileños rebeldes hostigaban constantemente, y la situación a las puertas de la ciudad era un verdadero caos. Con el fin de interceptar estos ataques el general Marina ordenó ocupar las alturas del Atalayón, pero el día nueve de Julio de aquel año de 1909, los rebeldes atacaron a los obreros que trabajaban en la segunda y tercera caseta, acuchillando y dando muerte a cuatro de ellos , aunque tres pudieron escapar de la refriega.
La reacción no se hizo esperar y se sucedieron en los día siguientes una serie de acciones bélicas, donde hubo bajas por ambas partes y aquello se convirtió en una guerra abierta. Los rifeños llegaban hasta las mismas puertas de Melilla, y los vecinos corrían asustados a refugiarse en sus casas tras la muralla. La llegada de las tropas de refuerzo en dos trasatlánticos permitió el contraataque, avanzando por el campo exterior para llegar hasta las faldas del Gurugú, ordenándose la retirada.
Los rifeños seguían levantando las vías del ferrocarril, por lo que el general Pintos recibe la orden de vigilar la entrada del barranco del Lobo e impedir que los rifeños bajasen al llano y siguieran cometiendo desmanes. Pero en las alturas el enemigo, parapetado disponía de un gran contingente. Con el fin de proteger al convoy, que había llegado sin obstáculos hasta la segunda caseta, cañoneó a los rebeldes y avanzó hacia las lomas de Ait Aixa, por un terreno quebrado, dificultoso, lleno de piedras movedizas.
Aquella subida debió de ser un total sufrimiento, se veían muertos y heridos diseminados por el terreno y los hombre de vez en cuando paraban en su alocada carrera hacia delante. El general Pintos se recostó momentáneamente sobre una peña, para recuperar el resuello, momento que aprovechó un francotirador para segarle la vida de un certero disparo. Algunas unidades se meten en el barranco del Lobo, viéndose rodeados por una lluvia de balas para cuya única salida era el calar bayonetas y en un supremo acto morir heroicamente. Hubo más de mil bajas entre muertos y heridos.
Aquello hirió la sensibilidad del pueblo español. Los más exaltados lo demostraron con una serie de altercados graves como los ocurridos durante la Semana Trágica de Barcelona.
En el mes de septiembre, Luis Noval es ascendido a cabo de Infantería, quedando destinado en la cuarta compañía del primer batallón, del regimiento del Príncipe 3, cuyas unidades preparaban ya el viaje como refuerzos, pedidos por el general Marina, Jefe d el Ejército de África, ante la situación por la que estaban atravesando en el Rif.
El nueve de septiembre, la fábrica Mauri de Oviedo se había convertido en un lugar de encuentros, entre militares y civiles, en un cuartel desde donde iban a partir las tropas del Príncipe, con destino a Madrid. Reinaba una gran animación. Los soldados cantaban y se contaban hazañas futuras que tenían en mente y, de una esquina a otra, resonaban los cantos asturianos acompañadas por el ronquido dulzón de las gaitas.
Por parte del Ayuntamiento y particulares, se repartían obsequios todo el mundo quería compartir aquella despedida. Según cuentan más bien parecía una fiesta conmovedora y hermosa, tratando de olvidar por momentos que se dirigían a una guerra en toda regla.
A principios del siglo XX., a las máquinas de vapor les costaba remontar la larga pendiente del puerto de Pajares, por lo que no tenían otro remedio que llevar pocos vagones. Por ello el regimiento se vio obligado a viajar dividido en tres expediciones, cada una para un tren.
Cerca de las dos de la tarde, salieron del cuartel, camino de la estación, las tres compañías del primer batallón, al mando del teniente Coronel Díaz Gómez, y del comandante González Martínez, para embarcar en el primer convoy. En cabeza viajarían la plana mayor, 29 mulos cargados con munición y material de campaña. La gran muchedumbre, que se agolpaba en las calles, hacía que, a duras penas, pudiera avanzar la columna, y aquellos quinientos setenta hombres se veían rodeados de abrazos, besos y saludos emocionados de los asturianos.
En los andenes estaban esperando las familias, en los coches de tercera clase había una gran animación. Los soldados cantaban al ritmo de los acordes de la banda del regimiento que entonaba alegres piezas, siendo sus acordes ahogados por los gritos de ¡Viva España¡. En este tren viajaba también la cantinera del regimiento, Emilia Pérez, que lucía una guerrera de rayadillo, y en su moño varias cintas con los colores de la bandera de España. A las tres y seis minutos exactamente el silbido de la máquina anunciaba la salida. Nueve horas y veinticinco después saldría el segundo tren, y la última al día siguiente.
Esta última sería la que llevaría a Luis Noval. En el tren viajarían toda la plana mayor del regimiento, al mando del coronel Molo Saenz, junto al comandante Albert Alonso, el capellán Otero Gándara, el capitán ayudante Rasa Alpón, Alférez abanderado González Herrero y el sargento de cornetas Redondo Izquierdo. Los mandos directos de Luis Noval que eran el Teniente Antonio del Castillo Tejada y el capitán José Ricardo Jiménez.
Las chicas de la Cruz Roja, en la estación repartían meriendas entre los soldados que estaban envueltas en pañuelos con inscripciones patrióticas. Obviamente, no he encontrado ningún documento familiar que hable de aquellos momentos, pero podemos imaginar que pudiera haber sucedido de esta manera: Luis se despedía de su familia, de su madre Perfecta, de su padre Ramón y de sus hermanos Olvido y Julio.
Hasta pronto rapaz, cuídate bien y cumple con tu deber y, Luisín, no dejes de escribir cuando llegues. La madre, a duras penas podía contener las lágrimas que empañaban sus ojos. Olvido no cesaba de decirle que escribiera y Julio, aún con pantalones cortos, miraba el uniforme de su hermano, sin llegar a alcanzar la trascendencia de aquella partida. Sube al tren y se encarama a la ventanilla, se destoca del sombrero militar para saludar, mientras se oye el silbido de partida y se fijan las miradas que, poco a poco, se van diluyendo entre la lejanía y el humo de la locomotora.
Sería la última vez que le vieron con vida.
El tren paró en Ujo y Pola de Gordón. Los vecinos se acercaban a despedir a sus paisanos, agasajándoles con toda suerte de regalos, llenaban sus botas de vino. En León el recibimiento fue grandioso. Hicieron un alto mayor en Palencia donde comieron, nadie cobraba en las cantinas, y en Valladolid, el público agolpado con las autoridades al frente, esperaba la llegada del convoy, interpretando alegres marchas marciales y bellos pasacalles que interpretaban las bandas del regimiento de Isabel II.
A las diez y media de la mañana estaban en Medina del Campo y el primer tren llegaba a la estación del Norte en Madrid, a las siete menos cinco de la tarde del día diez de septiembre. S. M. El Rey Alfonso XIII, había llamado por teléfono personalmente dado el interés que tenía en dar la bienvenida al regimiento ante el palacio real.
En la explanada de la estación, se organiza de inmediato un desfile, rompiendo la marcha a los sones de la banda de trompetas y tambores y al frente una banda de música, para remontar la cuesta de San Vicente, entrar en la calle Bailén y llegar a los jardines de Oriente, donde, al entrar en la plaza, la banda se desplazaría, colocándose haciendo frente al balcón donde se encontraba D. Alfonso.
Una vez efectuado el desfile, continuaron hacia el cuartel de María Cristina, por la calle Arenal, Puerta del Sol, Carrera de San Jerónimo, Prado, y el Paseo de Atocha. El viaje había sido largo y cansado pero, no era más que la primera etapa de su recorrido en pos del campo de batalla. A las dos y cuarenta y cuatro de la madrugada llegaba el segundo tren, a la estación del Norte, al mando del teniente coronel Fernández Santiago, y el comandante García Vallejo, y al frente de sus respectivas compañías los capitanes Paniagua Ferrán y Mateos. La última expedición, llegaba a Madrid a las siete de la tarde del día once, dirigiéndose directamente al cuartel de María Cristina.
Después de un merecido descanso, el suficiente para recuperar el cansancio del viaje, las tres expediciones, a distintas horas, manteniendo los de tiempo que habían plateado hasta la llegada a Madrid, partían de la estación de Atocha hacia Málaga, donde fueron recibidos con las mismas muestras de entusiasmo por parte de la población. Allí actuó la banda de Música del regimiento de Extremadura, mientras por doquier se escuchaban emocionados gritos de ¡Viva España¡, ¡Viva Asturias¡, ¡Viva el regimiento del Príncipe¡.
En el puerto, amarrados, se encontraban los barcos que deberían trasladarlos hasta Melilla: el Alfonso XII, de la Compañía Trasatlántica, y el Valverde, de la misma Compañía naviera, en los que zarparon las dos primeras expediciones. El mar estaba tranquilo y la navegación era suave. A las once de la mañana, del día trece de septiembre, comienza el desembarco, acomodándose en las calles, mientras esperaban que terminaran de acondicionar el campamento, donde debían instalarse definitivamente. En tal escenario se produjeron escenas pintorescas, con animadas formaciones en torno a las gaitas, contagiando con su alegría a los vecinos de Melilla. No tardó mucho, el cornetín de ordenes, en tocar a formación para marchar hacia Rostrogordo.
La expedición de Noval, llegaba a Málaga, embarcando los componentes de las cuartas compañías, al mando del Jefe del regimiento coronel Molo, en el "Ciudad de Cádiz. Antes de zarpar las chicas de la Cruz Roja, les repartieron postales y les animaban a escribir en ellas a sus familias, para posteriormente ellas mismas encargarse del franqueo y del envío.
El mar permanecía en calma, como el día anterior, y Málaga se iba alejando, mientras no cesaban de sonar las gaitas y, aquellos jóvenes asturianos recordaban sus tierras del Principado salpicada de romerías: la del Cármen, la de Somiedo, la de Santiago de Ceares, la de sacramental en Jove,.....
Melilla se acercaba, amanecía, y a lo lejos, la silueta del Gurugú. El mar facilitó el desembarco que se hacía, por turnos en lanchones, y a cada lanchón que abandonaba el buque, se repetían desde la cubierta los repetidos y animados Vivas. En la noche del quince de Septiembre, todo el regimiento descansaba en Rostrogordo, reunido de nuevo.
El día dieciocho de septiembre ya estaba en Melilla, ocupando los distintos campamentos, la totalidad del ejército expedicionario que había solicitado el general Marina. Las mañanas eran frías, los rumores del aumento de las rebeldías rifeñas iban en aumento. Algo se estaba tramando en el Zoco de Beni Sicar, un lugar donde solían reunirse los jefes de las jarcas para deliberar. Entre ellos, algunos optaban por la paz, sin embargo la mayoría se inclinaban por la intransigencia., tanto fue así que al amanecer del día diecinueve de septiembre, aparecieron infinidad de rifeños ocupando las distintas alturas que dominaban los campamentos, aumentando de forma alarmante a medida que avanzaba la mañana, y en los altos del Gurugú, las fogatas indicaban su presencia.
Cuando estaba cerca el mediodía, los musulmanes abrieron fuego sobre las avanzadas de los campamentos, siendo inmediatamente contrarrestados por las baterías españolas, obligándoles a dispersarse. Esa misma tarde el general Tovar convoca a los demás generales y a los jefes de Cuerpo para deliberar la decisión a tomar. El día veinte de septiembre llegan noticias de que algo importante se estaba fraguando en el zoco de Beni Sicar, sería el preludio del gran avance.
A las cinco de la mañana del día veintiuno de septiembre, las avanzadas de los campamentos inician las descubiertas para volver de nuevo a los campamentos, al toque de retirada. Las bandas de cornetas y tambores, a lo largo y ancho de Rostrogordo, tocaban diana, mientras los primeros rayos del sol iluminaban valles y montes. los soldados a la voz de sus mandos salían de sus tiendas sorteaban los vientos, para ocupar sus puestos en formación, entre ruidos de cucharas y jarrillos, dispuestos para el desayuno.
Ese día se ejercitaron en la instrucción y en el tiro, mientras esperaban la entrada en combate que se preveía cercana. Hacía un sol de justicia, aunque el agua no escaseaba, aún así había que tomar ciertas precauciones y beberla una vez pasada por filtros, mientras las moscas hacían su labor, complicando la situación, pues molestaban más que los propios rifeños.
El toque de diana, a las cuatro de la mañana, del día 22, hizo presagiar que aquel era la fecha elegida. Pronto corría la voz que había de ocuparse Beni Sicar. En la meseta, un punto estratégico para las operaciones militares, del zoco el Had de Beni Sicar, se asentaban los poblados de Hayra Muna, Mariguari, mas otros aduares. El zoco lo establecían los indígenas, en la parte occidental, y una senda, por la que solamente podían circular carruajes, lo unía con Melilla.
El general Sotomayor se dirigió a los soldados del Príncipe 3, y les dijo: "Vosotros, los del Príncipe, tendréis la ocasión de demostrar que, con razón ostentáis orgullosos el título de asturianos y que, en vuestra provincia, dio comienzo la gloriosa conquista del solar patrio, allá, en aquel rincón de Covadonga, que tanto se destacó en la historia de nuestra patria. Cumplid españoles, esto bastará para que el enemigo huya aterrado. Soldados de mi mando, ¡Viva España¡¡Viva el Rey¡¡Viva el Ejército¡¡Viva la Cuna de la Reconquista¡. Cuatro veces con cuatro vivas rompieron el silencio emocionado de los españoles.
La División Sotomayor se pone en marcha, y al grito de ¡Viva Asturias¡ inician el movimiento, al mando del coronel Molo, los del Príncipe. El mando superior, el general Tovar cruza con las unidades los campamentos y se va perdiendo en la lejanía hacia la divisorio del Oro y del Frajana, que formaban una serie de valles, de pasos angostos y peligrosos, mientras protegían su avance los buques cañoneros que habían zarpado del puerto de Melilla en apoyo de la operación, el "Carlos V", el "Príncipe de Asturias", y el "Pinzón".
Los soldados del Príncipe tenían ordenes concretas de abrir fuego, sobre el enemigo, con el objeto de tomar el zoco El Had, pero la resistencia era feroz, no obstante, los españoles seguían avanzando contando con el apoyo de la artillería del general Tovar, momento este, en que los rebeldes, ante el arrojo que mostraron los asturianos, y sorprendidos entre dos fuegos, se vieron obligados a retirarse del zoco. Enterado el general Marina envió inmediatamente un telegrama de felicitación.
Una vez ocupada la posición, se procede, acto seguido, a izar la Bandera de España. La banda de cornetas y tambores batían marcha y la Música interpretaba la Marcha Real. Comienzan a realizarse las primeras obras de atrincheramiento con el fin de evitar contraataques. El terreno estaba empapado, a causa de las recientes lluvias y se establecen centinelas y escuchas por la noche, relevados cada quince minutos. La caballería del regimiento Alfonso XII, tuvo el acierto de facilitar abundante cantidad de paja, que extendió por la zona y que sirvió de improvisada cama, donde de alguna manera pudieran descansar los soldados. Arriba, en lo más alto del Gurugú, una inmensa hoguera rompía intermitente la noche.
Los días 23 y 24 de septiembre, continuarán los trabajos de fortificación, colocación de alambradas, preparación de parapetos y puestos de tirador a base de sacos terreros. La posición tenía en su flaco derecho dos atrincheramientos, uno de ellos guarnecido por tres compañías, es decir por las tres primeras del primer batallón del Príncipe 3. En dos de ellas estaba encuadrado el destacamento de Gijón. El otro atrincheramiento, el del extremo derecho, a unos doscientos metros, algo más retrasado, defendido por una compañía, ante el cual se iban a suceder una serie de hechos totalmente imprevistos.
Con la toma de la alcazaba de Zeluán había concluido el gran avance, y todos entendía que el regreso a casa estaba cerca, las operaciones habían concluido con éxito, al menos aparentemente. Se había sometido a las kábilas y la única condición que les impuso el general Marina fue la de que las familias indígenas pagasen ocho duros, mientras los jefes musulmanes del Had acudían a entregarse sumisamente en Melilla, aduciendo que habían sido engañados por el Chaldy, y que ellos mismos habían ordenado a sus indígenas recoger los fusiles, demostrando con ello que era verdad cuanto decían.
Así se llega al día 27 de Septiembre. Se descubre, con horror el estado lamentable en que se encuentran los cuerpos sin vida de los ciento diez valientes que sucumbieron en el barranco del Lobo. ¿Cómo se iban a suponer los españoles que ni siquiera se les hubiera dado sepultura?. Difícil postura y difícil de entender.
Aquella noche, en el zoco el Had, se permaneció alerta, pero la noche fue pasando en silencio y tranquila, hasta allí habían llegado las noticias, los soldados escribieron cartas a sus familiares y se comentaba el hallazgo. En el Had, nadie podía pensar que otros acontecimientos pudieran surgir en aquella posición olvidada, los jefes de los indígenas habían prometido el fin de las hostilidades, estaban recogiendo las armas, pero aún así nadie descuidaba la guardia.
Se habían dado ordenes de no abrir fuego sobre los rifeños de los aduares más próximos, ya que se habían sometido, y se les había concedido autorización, para pasar con los suyos aquella noche, sin embargo, la noche, de silenciosa no tenía nada, constantemente se escuchaba el ladrido de los perros, de una forma que no correspondía con las noches anteriores. Razón tenían en desconfiar, la traición planeaba por las mentes enemigas, y la noche elegida fue, precisamente esta, la del 28 de septiembre y la posición, precisamente esta, la del zoco el Had de Beni Sicar.
Se ocultó la luna, y una neblina espesa, húmeda y fría, se hacía sentir en los huesos, evitada, a duras penas, por las mantas con las que se cubrían los centinelas, y la cerrazón hacía que no se pudiera ver a mayor distancia que los veinticinco pasos. Después de las dos de la madrugada quedó la noche, de repente, inmersa en una inquietante oscuridad.
Aprovechando aquella negrura, desde el fondo de los barrancos, una gran partida de indígenas, que se habían escondido en los aduares, en las lomas y detrás de las chumberas, poco a poco, saliendo de sus escondrijos, sigilosamente, se acercan a las trincheras del zoco, llegando hasta las proximidades de las alambradas, mimetizados con sus chilabas pardas, y ocupar posiciones de ventaja, tanto al frente, como a la derecha del recinto, y cuyas defensas aún no estaban concluidas puesto que, algunas alambradas, no se habían terminado de colocar.
Con el fin de completar la seguridad, el teniente Castillo, al mando de su sección, estableció un servicio en el espacio que se extendía entre el reducto, donde se encontraba el coronel Molo con tres compañías, y el de la tercera compañía del primer batallón, que como ya se ha dicho estaba más retrasado. Lo hizo estableciendo seis puestos dobles, separados unos de otros cada veinticinco metros, en pozos de tirador, designando una patrulla, con el fin de recorrer simultáneamente las seis parejas de escuchas y dejando al resto de la sección en retén. Para este servicio de patrulla se nombra al cabo Luis Noval y al soldado de primera clase José Gómez, que se turnarían en el servicio.
La tensión era grande, los soldados se aferraban al fusil, atentos a cualquier movimiento, asumido el santo y seña. Alto. ¿Quien va?, con voz queda. Soy Noval. Esto parece la boca del lobo.. malditas piedras, ¡y estos palmitos¡, ridículo caer por culpa de ellos y te mandaran al hospital. Bueno, tener cuidado, continua hablando mientras se dirige en pos de la siguiente pareja.
Serían las dos y media de la madrugada. Noval estaba llegando al último puesto de la derecha, donde se encontraban ocupando el puesto el soldado Patiño y el soldado Fandiño, Simultáneamente aparecen en su frente un grupo de rebeldes, que subían por el barranco que limitaba la posición, al mismo tiempo que desde la derecha, comenzaron a hacer fuego, rebeldes, sobre el reducto de la derecha, respondiendo desde las alambradas los españoles.
Cabo, le dijo Patiño, fuera de aquí que estamos entre dos fuegos. Respondió Noval, nada de eso, esto no es nada. El fuego arreciaba y las cosas se estaban poniendo feas así que ahora Noval, decidió el abandono de la posición diciendo: ¡vamos muchachos seguidme¡.
Fandiño hizo caso omiso, refugiándose en una pequeña trinchera que se encontraba a unos veinticinco metros a retaguardia, pero Patiño le siguió, dirigiéndose ambos hacia la alambrada del reducto del extremo derecho, hacia donde Noval sabía que estaba una entrada. Fatalidad, aquella misma tarde la habían cambiado de lugar, y son recibidos a balazos por sus mismos compañeros que estaban situados en el ángulo izquierdo del recinto.
Noval gritó. ¡Viva España¡¡ Alto el fuego¡¡No tiréis que somos españoles¡. Detrás de ellos corría un grupo de rebeldes y viendo Patiño la evidencia del peligro, se arrojó al suelo, pasando entre las alambradas, a la vez que gritaba: ¡No tiréis, soy de la cuarta del primero¡, logrando salvar el obstáculo, a pesar del fuego que sobre él realizaban sus compañeros creyéndole enemigo.
A todo esto, Noval siguió recorriendo la alambrada tratando de encontrar una entrada, a pocos pasos le seguían. De repente, delante de él, aparecieron un grupo de rifeños, que recorrían la alambrada en sentido contrario gritando de forma engañosa: No tiréis que somos españoles¡.
El teniente Almendariz, al ver el uniforme de Noval y al grupo que le seguía, supuso se trataría de un pelotón de soldados, que en ese momento salía a rechazar al grupo que venía por su derecha y que no eran otros que los que se presentaron al frente de Luis Noval, por lo que ordenó de inmediato: ¡Alto el fuego¡, cesando al instante el tiroteo.
El cabo Noval, aprovechando este momento de silencio, exclamó enrabietado, dirigiendo la voz hacia sus compañeros de la trinchera: ¡Tirad que son los moros¡¡fuego aquí, que son ellos¡¡fuego contra ellos que son los moros¡¡viva España¡, al mismo tiempo que apuntaba con su fusil al grupo que de frente se le venía encima, cayendo instantes después, herido de muerte y exclamando, ¡Ay mi madre, y varias veces ¡Viva España¡.
El fuego y el tiroteo siguió durante media, con gran ferocidad y los españoles que se habían echado sobre las trincheras, hacia las troneras formadas con los sacos terreros, consiguieron al fin dominar la situación y contener el ataque de los rifeños.
El teniente Castillo, pronto echó en falta al cabo de su unidad y del regimiento del Príncipe quedaron fuera del recinto el resto de una avanzadilla, se trataba del sargento Biesca, y en esos primeros momentos no se sabía de su suerte.
Por miedo a herir a los miembro de la avanzadilla, no se pudo hacer fuego desde los campamentos durante tres horas y se calaron bayonetas, para impedir que los rebeldes llegaran a las alambradas y trataran de atravesarlas como de hecho hizo alguno de ellos. Por fin la noche se iba desvaneciendo y a las cinco y media de la mañana las baterías artilleras abren fuego sobre los aduares donde aún se refugiaban los rebeldes que huyen despavoridos hacia las lomas próximas.
De inmediato, se organizan las descubiertas con el fin de recoger los muertos o heridos que se habían producido en la retirada y defensa de las trincheras, ya que no hubo posibilidades de recogerlos durante el repliegue.
Al alba, con el primer clarear del día 28 de septiembre, el cuerpo inerte de Noval aparecía cada vez más nítido a la vista de sus compañeros de trinchera. El sargento Álvarez con ocho soldados sale de las alambradas para recoger su cuerpo. De cubito supino y con el rostro como si mirada hacia Melilla y en dirección al barranco, abrazaba fuertemente el fusil contra su cuerpo, adherido a sus manos a causa del rigor mortis, sus compañeros tuvieron dificultades para recogerlo, tenía aún tres cartuchos sin disparar, la bayoneta calada, ensangrentada y a su lado un rifeño muerto. Los soldados camilleros Ortíz y Rico, levantaron cogiendo por los hombros el cadáver de Noval, posándole sobre la camilla con sus heridas mortales y su paso se observa en silencio camino de la enfermería, recordando su postrer ¡Viva a España¡.
Al día siguiente, 29 de septiembre, la bandera de España, ondeando al viento en las cumbres del Gurugú, rendía homenaje a sus héroes que estaban recibiendo aquella mañana cristina sepultura, en el cementerio de la Purísima Concepción de Melilla. Corrió como reguero de pólvora la hazaña del Cabo Noval, heredero de la vieja raza del pueblo, conmoviendo los corazones a todos los españoles a lo ancho y largo del territorio. Fue el revulsivo, el hecho que todos esperaban, en su persona homenajeaban a todos los que habían caído los día pasados a manos enemigas. Estaba muy cerca lo del barranco del Lobo.
Luis Noval murió de manera heroica, vistió en vida el uniforme militar español, con orgullo, desde el día 4 de Marzo de 1909, hasta el 29 de septiembre, del mismo año, y con él, fue enterrado.
Durante algunos años permaneció enterrado en Melilla, en una fosa común junto a sus compañeros de infortunio muertos en aquella noche triste y gloriosa de 28 de septiembre de 1909. Sus paisanos querían verlo descansar en su tierra, consiguiendo finalmente la autorización para trasladar sus restos.
Esta es la historia de su regreso a casa.
Un bando del Ayuntamiento de Oviedo rezaba: Para honrar la memoria del heroico hijo de esta ciudad, Don Luis Noval, Cabo del Regimiento del Príncipe, que dio su vida por la Patria, en la campaña de 1909, el Ayuntamiento de Oviedo, toma los siguientes acuerdos: Primero, regalarle su sepultura en el cementerio de El Salvador. Segundo, pagar la mitad de los gastos que se ocasionen con motivo de la traída de sus gloriosos restos a la ciudad, siendo por cuenta del Ministerio de Guerra, el pago de la otra mitad. Tercero, acordar el programa de recepción en Oviedo, y que una comisión compuesta de dos señores concejales, con el Alcalde fuera a recibirlos a Madrid. Evidentemente, como veremos a continuación, no se sabía en aquellos momentos en que medios serían trasladados.
En una urna funeraria, se encontraban los restos del Cabo, preparados para partir, en el interior de la capilla del cementerio de la Inmaculada Concepción de Melilla. Dentro de aquella, se encontraba una pequeña cajita de plata que albergaba sus galones y las cifras de su regimiento del Príncipe 3. La urna de roble, se hallaba precintada con el sello de la Junta de Arbitrios de Melilla, envuelta en la Bandera. Todos los jefes de Cuerpo de Melilla, se encontraban presentes.
Después de entonar un solemne responso, se organiza la comitiva. La urna es transportada de manos de cuatro cabos del regimiento de Ceriñola, que se encontraba de guarnición en la Plaza y un piquete de un cabo y doce soldados, sin armas, rinden honores mientras la banda de música interpretaba la Marcha Real. Una nutrida representación de la colonia asturiana, desfilaba detrás y, flanqueando la procesión, en aquella tarde gris, se movían los cirios encendidos en manos de los ministros de Dios, que con sus chisporroteos, rompían el silencio, avanzando hacia el muelle de Villanueva, repleto de melillenses.
Al costado del buque "Hespérides", re entona el responso final, entregándose los restos del Cabo Noval , al capitán del navío Don Jaime Gelpi, disponiendo la urna en el mejor camarote del buque. Llega la hora de la partida, la sirena anuncia la partida, se suelta amarras y el barco se aleja solemne en presencia de las gentes en silencio y emocionadas.
Cuando llega a Málaga el buque los restos del Cabo Noval se trasladan al "Españoleto".
A primeras horas de la mañana del día 23 de Octubre de 1915, arribó el buque, al mando del capitán don Guillermo Menéndez, quedando fondeado fuera de diques, en espera de la marea, para poder abocar al puerto local de Cimadevilla en Gijón. A las diez y media de la mañana atravesaba la barra, al mismo tiempo que salvas de cañón anunciaban su llegada.
El "Españoleto”, llevaba bandera a media hasta, y su llegada fue presenciada por infinidad de personas. Tan pronto como quedó atracado, las autoridades se personaron a bordo, visitando la capilla ardiente, instalada en el camarote del capitán. Coronas diversa cubrían el espacio y en el centro, la urna cubierta con la bandera de España, dejaba ver una carta dirigida al Alcalde de Oviedo, escrita por las autoridades de Melilla. Un cabo y cuatro soldados, se incorporaron para montar guardia.
El día 24, lucía un sol espléndido, y desde las ocho de la mañana, la gente se echó a la calle, para dirigirse a los muelles locales y presenciar el desembarco, así como el desfile de la Compañía de Honores, habiéndose hecho el día libre en todos los talleres y comercios.
Los muelles se encontraban ocupados por una abigarrada muchedumbre, y los vapores en el puerto, presentaban sus bandera a media asta. A la estación del Norte habían llegado las autoridades desde Oviedo y en coche se trasladaron hasta el puerto, mientras el resto de la comitiva de recepción lo hacía en tranvía. En el portalón del buque fueron recibidos por el capitán, que les acompañó hasta el camarote, haciéndoles entrega del sobre lacrado que se encontraba sobre la urna.
En la carta se podía leer: En Melilla, a los veintiún días del mes de Junio de 1915, reunidos en el cementerio (se relacionan los nombres de diferentes autoridades), se procedió en vista de las indicaciones claras y exactas, dadas por el citado cabo (se refiere a uno de los relacionados, llamado Escaño Cuenca), que ayudó a enterrar el cuerpo del Cabo Noval, a la exhumación de dicho cadáver, el cual fue encontrado en idéntico sitio y situación que predecía el susodicho cabo de Infantería, hijo del conserje, coincidiendo en todos los detalles, que el mismo había dado, con los que se encontraron en el cuerpo exhumado; entre ellos se le recogió parte del uniforme, con un galón solamente, detalle que hicimos constar y certificamos los presentes. Estamos todos en la completa seguridad, que los restos habidos son los del Cabo Noval, muerto gloriosamente en el zoco el Had, el día veintiocho de septiembre de 1909, se levantó el presente acta por duplicado, que firman todos los presentes, haciendo constar, así mismo que fueron cuidadosamente guardados en una caja forrada de cinc, y depositada en el panteón para las víctimas de la campaña del Rif. Es copia del original y lo firma el general Luis Aizpuru.
Seguía otra nota, certificando la extracción del panteón, y de la entrega al capitán del buque "Hespérides". Sobre la urna una placa de plata, con la siguiente inscripción: “Restos sagrados del heroico Cabo Noval, del regimiento del Príncipe 3, muerto en el Zoco El Had de Beni Sicar, el 28 de septiembre de 1909. Cubra de laureles estos restos. La hazaña del héroe, perpetuará en la Historia el nombre de la raza española. La Junta de Arbitrios de Melilla, al Ayuntamiento de Oviedo.”
La urna fue conducida a tierra por cabos del regimiento del Príncipe, formándose la comitiva. Seguían marineros y soldados portando coronas, cantándose un responso. La marcha la abría un piquete de la Guardia Civil a caballo, autoridades, comisiones, cerrando el desfile un piquete de Infantería y el coche de respeto, un gran armón, tirado con seis caballos y palafreneros.
Desde la plaza del Marqués, a la calle Corrida, cubrían la carrera los Exploradores Gijoneses, y tropas del regimiento del Príncipe que iban formando a retaguardia, a medida que pasaba la comitiva. Por los muelles de Oriente, la calle Corrida, la de Langreo, Pedro Duro, Marqués de San Esteban, hasta llegar a la estación, el suelo se cubrió de laurel y flores, lanzadas desde los balcones. Antes de embarcar con destino a Oviedo, en la estación se organizó un desfile, rindiendo honores ante los restos del cabo.
En Oviedo, las autoridades y el pueblo, esperaban los restos del héroe asturiano. El carro de municiones de la sección de ametralladoras, del regimiento del Príncipe, aguardaba engalanado con crespones negros y hojas de laurel; flores naturales dibujaban en la parte anterior y posterior la laureada de San Fernando. Otro carro serviría para trasladar las innumerables coronas de flores. A las nueve y veinte de la mañana, llegó el tren a la estación. En el furgón de cabeza rodeado de coronas llegaba, por fin a su tierra natal, Oviedo, a la misma estación que le vio partir, algunos años antes. Allí le esperaba su familia, su padre Ramón y Perfecta junto a su herma Olvido y Julio, con sentimientos de dolor y orgullo. Nadie mejor que ellos sabían el significado de aquel regreso.
El trayecto de la comitiva que se formó hasta San Isidoro, fue un fiel reflejo de lo experimentado en Gijón. En el templo se levantó un severo túmulo, rodeado de candelabros y atributos militares. El orfeón cantó con el acompañamiento de orquesta la misa de réquiem del Maestro Hernández. Desde allí, la comitiva se dirigió hacia la Magdalena, Puerta Nueva y San Roque, para celebrar un responso, antes de trasladarse hasta su última morada.
El Alcalde, Sr. Fernández, Gobernadores, Coronel del Príncipe, serían los que acompañarían a Noval hasta el cementerio de El Salvador, donde se encontraban su familia para decirle el adiós definitivo, antes de recibir cristiana sepultura.
De Melilla nunca del todo partió, pues en su tierra dejó derramada su sangre, sobre la meseta del Had, también su carne consumida le dieron sosiego, arropado entre antiguos compañeros, y aún siendo Oviedo, la cuna que le vio nacer, fue Melilla la tierra que le hizo inmortal, y aún siendo más grande el nacer para morir, aún mayor es el morir para vivir eternamente (de un poeta de la época).
El espíritu de Luis Noval vivió en los corazones de los que sintieron el fuego sagrado del patriotismo, a lo largo del siglo XX, muchos españoles, ante el terror, sacrificaron sus vidas, juventud e ideales pensando en los demás, y en su heroísmo no pensaban en el corazón desgarrado y sangrante de una madre, ni en las lágrimas que brotaban de los ojos de un padre, o en el dolor de sus hermanos. En el momento sublime del sacrificio, morían como Noval, valientemente ante el enemigo, a sabiendas que la Patria, mantendrá perenne, en el santuario de los héroes, la lámpara votiva, de los que por ella se sacrifican.
FIN

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