Wednesday, January 18, 2012


RÍO MANZANARES
                                                                                                      Asturquín

¡Ay! Manzanares, quien te ha visto y quien te ve, cuando ha siglos pasados arrimabas, tus aguas cerca de los alcázares reales. ¿De donde venías, las más de las veces, tranquilo? Observo que sigues naciendo cerca de Becerril y Navacerrada; no han cambiado aún la cuna de tus balbuceos y refrescas con tus aguas varios pueblos de la Sierra,dando nombre a uno que orgulloso contempla, desde las atalayas de su castillo, la visita que hacen las aves peregrinas.
Utilicé, tus piedras acantiladas, para disfrutar del sol y pasé muchas de mis horas sobre tus remansos, en soleadas primaveras; vi aquellos peces que señoreaban escamas y extraer de tus arenas limpias, las almejas que abundaban. Hoy, aún guardas entre tus cañaverales, reflejos de aquel pasado y, algún ánade coloreada prefiere esconder celosa bajo tus puentes medievales, la puesta de su futura prole.
El puente medieval descansa del trajinar de jumentos, piaras, carros y carretas, de coches de caballos y motores de explosión. ¿Cuántos, ha siglos, cansados del camino se asomaron al barranco que horadaste, Manzanares?
Restos de tus batanes se dejan ver orillados, entonces muy apreciados, donde sus dueños trabajaban las demandadas pieles de ovejas que pastaban y en rebaños acudían presurosas y sedientas, a mitigarse con tus aguas.
Aún los gamos merodean y huyen asustados, entre altos pastizales y puntiagudos juncales. Ahora se abren tus aguas mansamente en los llanos, retenidas más abajo por los bloques de piedra cimentados de un pantano, que cubrieron encinares e incluso, aquella ermita renombrada, donde las gentes compartían misa y presenciaron los torneos más honrosos.
Nadie, en otros de mis espacios, osaba entorpecer tu camino, batracios y culebrillas de agua jalonaban tu torrente discurso, y apenas salía del fondo de tu caudal, el sonido armonioso del brincar, cubiertas de burbujas, aquellas aguas cristalinas.
Acudieron a tu orilla osos, lobos, jabalíes, y esto conocieron reyes y otros hombres muy nombrados, cuando aún no retenía tus aguas, el pantano; ellos se las ingeniaron para acotar mucho monte y disfrutar con la caza que escapaba.
Llegaron los carros repletos de telas inmensas, importadas de allende el Rhín y las desplegaron en el bosque por orden del rey alemán, poderoso Carlos V., primero de este nombre español.
Por huir por los vados de tus aguas, levantaron algún puente y le pusieron rejas de hierro en sus arcos. Después, cercaron tu monte del Pardo con grandes redes de esparto y como no era bastante, terminaron de tapiarlo con una muralla fuerte y unas puertas formidables, de Hierro, llamada la más preciada.
Antes de la capital, otros puentes de madera levantaron, y más fuertes los de piedra: San Fernando, y ya en la falda de Madrid el de Segovia y Toledo. Abundaba en tus aguas mucha vida, requerida por los pescadores que con sus artilugios y anzuelos, extraían buena pesca. Los bañistas disfrutaban de la calma trasparente y las lavanderas, en los aledaños del toledano, comenzaban con sus labores a emplear la corriente, sin saber que iniciaban el declive de tu pureza ancestral.
Y dejaron de habitar los peces tus aguas y se volvieron sucias y turbias, para, en algún momento de mi propio devenir, llegar en aquel horizonte, las gaviotas de las orillas del mar.
La modernidad hizo que en la capital emparedaran tu cauce; no volviste a regar las huertas de tus vecinos, y como no llevabas el agua bastante, tal cual requería la prosapia de la ciudad, los alcaldes decidieron embalsarte y dejaste de ver tus verdes orillas donde, en algunas de tus praderas, araba el bueno del santo Isidro y celebraron los castizos las fiestas, en memoria del Patrón.
¡Ay! ¡Que ahora te he visto renovado! Ya sé que no es lo mismo, pero ha mejorado tu aspecto pasado. Ya no volverán las huertas, pero volverán jardines que señorearán tu paso majestuoso, y volverán los peces, navegarán las barcas y volverá la vida, donde antes lo impidieron coches que ahora, en ésta mi juventud, circulan soterrados.
¡Ay! Río Manzanares. Quien te ha visto y quien te ve.
FIN

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