MI SOMBRA Y YO
Asturquin
Encontré el camino de mi
ejercicio en las arenas de la playa, en los últimos días de enero,
meditando entre Isla Cristina e Islantiilla, bajo el sol de las
claras y refrescantes mañanas en las costas onubenses. Me acompañan
constantemente el crujir de las conchas, al sentir la presión de mi
caminar y el suave y abrumador soniquete de las pequeñas olas,
rompiendo cerca de mis pies, borrando una u otra vez la huellas de mi
larga caminata.
Nadie pasa a estas
tempranas horas, tan solo las gaviotas nerviosas se levantan cuando
paso, entretenidas picando en la carroña marina y las pequeñas y de
veloz paso, los charranes van buscando sus alimentos preferidos, por
el borde espumoso de las olas.
Mi pensamiento se
desborda en imaginaciones en base a los objetos inanimados desechados
por el mar, venidos de otros lugares transportados por las grandes
corrientes oceánicas capaces de traer hasta estas arenas, las
conchas de las vieiras gallegas y fija mi vista las piezas de
cerámica desgastadas, rocas de diferentes colores, como cantos
rodados o despojos y peces muertos, como último destino de sus
efímeras vidas.
Es la mañana cansada
recorriendo la distancia, dulcificada por el olor al salitre del
agua, que pasa rápidamente entretenida por este o aquel objeto y
cuando ensimismado estaba en todos estos pasajes caigo en la
reflexión de cuantas cosas se pierden por el camino, pues hacia
tiempo que hasta mi sombra había perdido, sombra que de nuevo me
acompaña animada, llevando el mismo ritmo de marcha para llegar al
puente de madera, recuerdo en cierta manera al japonés del Kwai y
que me deja todas estas mañanas, cuando entro en el hotel.
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