UNA CRUZ DE PIEDRA
Os voy a contar mi pequeña historia con esta cruz.
Cuando hace mas de treinta años había llegado a Tres Cantos, en mis ratos libres solía pasearme con mi perra por estos campos tricantinos, observando la naturaleza y tomando fotografías de cuanto me parecía digno de ser recordado, a sabiendas que la nueva ciudad traería mas habitantes y consecuentemente nuestros alrededores serían hollados con frecuencia.
Cuando hace mas de treinta años había llegado a Tres Cantos, en mis ratos libres solía pasearme con mi perra por estos campos tricantinos, observando la naturaleza y tomando fotografías de cuanto me parecía digno de ser recordado, a sabiendas que la nueva ciudad traería mas habitantes y consecuentemente nuestros alrededores serían hollados con frecuencia.
El caso es que llegado delante de esta cruz de piedra de magnífica factura, levantada en 1801, llamó mi atención y decidi hacer la correspondiente instantanea. Y asi quedó y que me sirvió para ilustrar algún que otro artículo.
Pues bien años más tarde quise regresar al lugar donde se encontraba. Con gran sorpresa la encontré fracturada por el centro, la había sacado de la peana y el trozo superior lo habían invertido y colocado al reves sobre el hueco de la peana, de tal forma que me llenó de tristeza y no quise que aquello quedara así. También entonces me acompañaba mi perra Tilka.
Era una tarde despejada de finales de invierno, no llovía pero las nubes estaban amenazando. Me puse manos a la obra y con no poco esfuerzo logré levantar de la peana el trozo superior. Acto seguido coloqué el trozo restante en su lugar y finalmente con un último esfuerzo logré con ciertos apuros, debido al peso, que quedara colocada como Dios manda, eso si no cabe duda que en precario puesto que la fractura no había foma de recompònerse, y me fui de allí satisfecho por haber intentado de algún modo desagraviar la acción vil de algún descerebrado.
Era una tarde despejada de finales de invierno, no llovía pero las nubes estaban amenazando. Me puse manos a la obra y con no poco esfuerzo logré levantar de la peana el trozo superior. Acto seguido coloqué el trozo restante en su lugar y finalmente con un último esfuerzo logré con ciertos apuros, debido al peso, que quedara colocada como Dios manda, eso si no cabe duda que en precario puesto que la fractura no había foma de recompònerse, y me fui de allí satisfecho por haber intentado de algún modo desagraviar la acción vil de algún descerebrado.
Pasaron algunos años y volví al lugar y la cruz con su peana habían desaparecido, después de haber
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