SÍNTESIS
DE UNA COMUNICACIÓN, AL I SIMPOSIO DE ESTUDIOS GENEALÓGICOS, DEL
CIRCULO DE ESTUDIOS GENEALÓGICOS FAMILIARES, (PÁG. 67 Y SS ) CELEBRADO EN LA SALA DE
CONFERENCIAS DEL ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL.
En
la comunicación que aporto a este Simposio, hago un sucinto
recorrido sobre la trayectoria y evolución del apellido en el
devenir de la civilización, basándome en los escritos que eruditos
en la materia investigaron, a cuyos trabajos tuve acceso.
En su protohistoria,
los individuos necesitaron llamarse para trasmitir sus mensajes, e
identificar a sus interlocutores. Lo que tenían mas a mano, eran de
lo que se servían para el sustento; los individuos se identificaban
con animales y plantas, en razones de semejanza. Los hombres de cada
tronco, eran así descendientes del león, del tigre o del roble;
cuando pasaban varias generaciones, se distorsionaba la idea inicial,
llegando aquellos individuos a proclamarese descendientes de tal o
cual animal o planta. Aparece la idea del totem, adorado por una
comunidad de individuos o tribu. Estas palabras llegaron a ser
míticas para los individuos y a estar tan inseparablemente unidas a
su ser que incluso se ponían otro nombre, para preservarlas de
cualquier maleficio.
Las sociedades
siguen evolucionando y va a surgir un concepto nuevo: La familia.
Como consecuencia, a la propiedad pública sucede la propiedad
doméstica o amayorazgada. Surge el derecho hereditario y el apellido
como consecuencia, al ser necesario identificar al individuo,
tomándole la filiación familiar.
Parece que fueron
los Etruscos, los primeros que legaron a los romanos muchos aspectos
de su “modus vivendi”, siendo uno de ellos el de perpetuar el
nombre de sus familias. Los romanos para rendir culto a sus
antepasados hicieron uso del praenomen,
lo que llamamos hoy el
nombre, para identificar a cada uno de los individuos del clan
familiar; con el nomen
o gens se identificaba
a la propia familia y que viene a ser el apellido de hoy; con el
cognomen
o sobrenombre se caracterizaba a cada una de las familias que
descendían de una misma estirpe. Además con el agnomen
o sobrenombre individual, que se tomaba como consecuencia de una
hazaña o característica individual, se completaba las señas de
identidad del individuo. La mujeres romanas eran conocidas por su
nombre propio y el de su familia. Los esclavos tenían un solo
nombre, que unas veces era el praenomen del dueño un tanto
modificado, - Marcipor por Marcipuer, esclavo de Marco – y otras el
que el mismo dueño le daba según su capricho. Ahora bien, cuando
conseguía la libertad y se le emancipaba, anteponía a su nombre el
praenomen y nomen de su dueño.
Los pueblos
bárbaros, contra los que luchaba Roma, no conocían mas que el
nombre individual. Cuando se infiltraron en el Imperio y la
decadencia romana se inició, con el triunfo del Cristianismo, los
apellidos dejaron de ser hereditarios. El nombre romano se convirtió
en objeto de enorme desprecio.
La lectura de
documentos, nos viene a
demostrar la ausencia de apellido durante los primeros siglos después
de Cristo. Los visigodos no conocieron nombres de familia; el nombre
entre ellos era individual. Hasta principios de la Edad Media, no se
empezó a usar el apellido en Europa, siendo los señores feudales y
caudillos guerreros, los primeros que empezaron por unir a sus
nombres de pila, el de las tierras o pueblos, cuyo dominio o posesión
obtuvieron. Es decir, antes del siglo XII, no existen verdaderos
apellidos en el sentido actual de la palabra. En España, dejando a
un lado las conjeturas, de que si uno u otro documento es falso o de
interpretación errónea, tenemos al menos la seguridad, de que en el
año 800 aparece el primer apellido auténtico, o uno de los
primeros, se lee en él: “Comasio cognomento Gomazi”.
El P. Gonzalo Diez
Melcón, en su obra de los apellidos leoneses, nos presenta una
estadística referida al siglo IX, donde de un total de 2232 personas
sacadas del estudio de los cartularios, tan solo tenían apellido
153, es decir un 6.8 % . Esta corriente va a ir en aumento lentamente
y la doble denominación en los documentos, va a ver aumentada su
frecuencia, a medida que el siglo X se va extinguiendo. En la
estadística referida al siglo XI, nos refleja ya, que el número de
personas que firman como testigos en los cartularios con nombre y
apellido, llega a un 57.8%. Es decir, hasta el reinado de Ordoño II,
no se hizo general en sus estados el uso del apellido patronímico.
La forma de
convertir el nombre en patronímico, se hacía a través del genitivo
latino, - Federnandus Federnandici;
Ferrandus Ferrandici -
expresión de propiedad o descendencia. Había otra, algunas de ellas
reflejadas en mi comunicación. La creciente confusión y anarquía
que reinaba en la formación y uso del patronímico, se reflejaba en
los documentos del siglo XI; además, la población se hacía cada
vez mas estable, dando lugar a que los nombres de estos convecinos,
fuesen cada vez mas frecuentes con lo que las confusiones para
identificarlos iba en aumento. Se tuvo que recurrir, a lo que se
llamó alcuña,
un sobrenombre o mote.
Muchos de los
apellidos que hoy en día existen, se formaron como producto de una
serie de coincidencias, principalmente en las antiguas mesnadas de
Castilla. Los apellidos vienen referenciadas por la prioridad del
nombre del varón y pocas veces son las que se menciona el nombre de
la mujer o de la madre y menos alguna de las cualidades con que se
distinguieron, que indudablemente tuvieron y que han sido muchas a lo
largo de la Historia. Máxime cuando esta tendencia, se reflejaba de
modo oficial, en Las Partidas, cuando a pesar de que tanto la madre
como el padre aportaban el mismo porcentaje de genes a sus hijos, se
convino, dar preferencia a la influencia de los del padre a los de la
madre, a pesar de ir en contra de los principios naturales y
jurídicos de que el
parto sigue al vientre y de que la madre es siempre cierta. Esta
situación de injusticia, a lo largo de los tiempos y que aún
subsiste, considerando
a la mujer capitis
diminutio, no sabemos,
si porque se consideró el hecho de que el hombre fue creado primero
o porque aquellos primeros legisladores fueron hombres.
Realmente, al no
haber censos nominales, previos al momento de que a causa de las
disposiciones del concilio de Trento, en que comenzó la iglesia
española a recoger las actas de bautismo y defunción, no es
posible, saber de manera fidedigna, cual es el siglo en que de forma
sistemática, la población comenzó a utilizar los apellidos.
Los mayorazgos, no
contribuyeron tanto como debieron a fijar la permanencia del
apellidos, por las caprichosas condiciones que sus fundadores ponían
para la sucesión; los asientos en los libros parroquiales de
nacimientos y defunción, a finales del siglo XV, por iniciativa del
Cardenal Cisneros, denotaban cierta informalidad, a la hora de su
redacción y parecían mas bien apuntes privados. Reinaba pues,
libertad completa en la adopción de apellido.
Cambiaban los
apellidos la mayoría de los acusados por la Inquisición, a quienes,
a causa de las sentencias condenatorias, se les cerraban las puertas
en casi en todas las profesiones y cuyos nombres, inscritos en los
muros de las iglesias ó en los sambenitos que de ellos pendían,
imprimían sello de infamia en sus descendientes. En el pueblo llano,
se detecta en menor medida; la trayectoria vital de sus gentes se
circunscribió únicamente
al lugar de su nacimiento, cosa que para la gran mayoría debió de
ser lo mas corriente en las épocas medievales.
Los cambios y la
configuración del orden de los apellidos, no fueron frenados durante
los siglos XVI y XVII, por el recrecimiento de la vanidad nobiliaria,
el consiguiente desarrollo de la ciencia genealógica para satisfacer
una necesidad social, y por poseer ejecutoria, hidalguía recibida o
limpieza de sangre probada.
Un aspecto
importante, en la evolución que han tenido gran parte de los
apellidos que hoy conocemos, la tienen los copistas seculares. Aunque
son muchos los ejemplos, que podriamos mencionar, me he permitido,
como muestra de ello, exponer mis conclusiones al estudio realizado
sobre el mio. Después de la supresión de los mayorazgos, las nuevas
costumbres onomásticas se fueron implantando, no sin cierta
resistencia, de tal forma que en no mas de medio siglo, el panorama
que nos encontramos, en la forma de identificar a los individuos, es
completamente distinto. La Ley de Registro Civil de 17 de Junio de
1870, establecía en el Articulo 48, que todos los españoles serian
inscritos con el nombre y los apellidos de los padres y de los
abuelos paternos y maternos; se oficializaba de esta manera una
costumbre.
No cabe duda que
debemos de afrontar, por una parte, los nuevos retos que las
sociedades modernas y mas ricas nos imponen; los modelos de
estructura familiar están cambiando y ello exige un cambio de
mentalidad e imaginación por parte de los legisladores, para aplicar
las leyes relativas a los apellidos, con mayor flexibilidad o crear
otras nuevas que, como consecuencia, habrán de incidir en nuevos
planteamientos en todo aquello que tenga una relación directa su
aplicación, bien, por parte de los estudiosos en temas familiares,
como por los genealogístas en particular. De hecho, la última
reforma del Código Civil, en donde el Articulo 109, establece que el
hijo al alcanzar la mayoría de edad podrá solicitar que se altere
el orden de sus apellidos, viene a flexibilizar la rigidez impuesta
en los últimos cien años.
Por último una
reflexión: A pesar de estar al comienzo del tercer milenio, las
sociedades mas atrasadas y pobres, se desmarcan en forma negativa de
aquellas, de manera pavorosa. Vease sino la cantidad de niños en el
mundo que carecen de nombre legal; la tercera parte de los niños que
nacen en el mundo carecen de identificación individual, es decir
unos 40 millones en la actualidad, debido a que numerosos pueblos se
niegan a registrar a sus recién
nacidos, acaso hasta ignoren estos requisitos. Ya tenemos bastante
con las catástrofes
naturales que llegan a arrasar ciudades, poblados y familias
enteras, para que además creemos estos añadidos problemas de
subsistencia, de salud y pongamos en peligro la genealogía de la
Humanidad en todo su conjunto. FIN
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