Aquella casa del pueblo, de mis recuerdos, siento que desaparece bajo
la máquina inexorable del tiempo, borrando otros que fueron felices.
Aquella casa que levantara mis padres con sacrificios sin cuento,
veía años tras años como la maraña, la arboleda, el espino e
innumerable arbustos invadían su patio, mientras la vieja parra se
resistía en la fachada, implorando cuidados que ya no se le daban.
Los grandes y frondosos negrillos, dejaban caer año tras años las
hojas muertas cubriendo el suelo de cemento, esperando inútilmente
que volvieran los viejos sueños de mi padre, ahora unos metros mas
allá, en el campo santo, descansando junto a mi madre en su morada
eterna, junto a tantos vecinos y amigos que se fueron hace ya tiempo.
Mientras recogía los últimos enseres para proceder a su venta y
cuando salgo, me lamento de estar tan lejos de ellos y de su sueño,
fueron otros los míos, fueron otras las circunstancias.
Con que facilidad, Dios mio, nos despojamos de las cosas otrora
importantes. El tapiz del juego de cartas, antaño muy bien doblado
y recogido entre las manos amorosas de mi madre, ahora yacía en el
suelo, entre cartones viejos. En las estanterías del cuarto
trastero, modestamente construido en la esquina del patio, llenos de
arañas y telas de araña, herramientas inservibles que jugaron su
papel, facilitando las chapucillas de mi padre, las veía
herrumbradas, junto a la sierra abandonada y su cuadernillo, donde
apuntaba las porras de sus partidas de tute vespertinas.
Tirada en una de las esquinas, apenas imperceptibles, asomaban las
patas de la barbacoa de hierro marca original de la casa, una casa
muy modesta de piedra que antaño había sido la cuadra del ganado de
mi abuelo. Antaño el pozo tenía brocal y polea y en le cubo de
latón, se bajaban las cervezas, el vino y la gaseosa y permanecían
frescas bajo el agua, cuando en la casa no había nevera, después,
cuando lo desbancó el frigorífico, derribó mi padre aquello que
sobresalía del pozo para aprovechar mejor el espacio y aunque se
donde se encuentra su tapa, permanece ahora oculta bajo las hojas
muertas del patio.
Quise llevar todo lo que significó para mi y no pude, las sillas
donde me sentaba, la mesa camillas donde acomodado a su alrededor, en
las mañanas frías de otoño abulense, departía mis preocupaciones
laborales, mientras mi madre en la cocina preparaba la comida y mi
padre que siempre tenía dispuesto unas tapas de jamón serrano, me
ofrecía un trago de buen vino en su bota de campaña que siempre
llevaba consigo cuando salía de caza.
Aún así recuperé las de mayor valor sentimental, sus cuadros,
fotografías y pequeños objetos que recogía mi madre cuando ya
jubilados, viajaban con el Inserso. Mientras se resistía el candado
a cerrarse y la puerta de hierro del patio chirriaba, sentía que se
terminaba todo lo que fue una vida; allí quedaba mi infancia, cuando
veía como los carros de vaca transportaba la piedra berroqueña,
para construir los anchos muros. Los mozos del pueblo ayudando
sacando tierra y construyendo el pozo, la colocación de las vigas a
base de troncos que aún resisten el peso de las tejas añejas.
Dejaba mi juventud, los bailes en la esquina de la casa de mi abuela,
a la luz de la tenue luz de las pocas bombillas que entonces
iluminaban las calles de barro, infectadas de excrementos de vacas,
cerdos y de gallinas que deambulaban diseminadas aquí y allá. Las
fiestas de San Roque, las veladas nocturnas en los pajares, el capado
de las mozas, los huertos de mis amigos, las jornadas de caza, los
perros moviendo la cola o tumbados plácidamente al sol. Todo se
agolpaba en mi memoria por momentos y quería retenerlo aferrarme a
todo lo que no había de volver.
Cuando aún ellos vivían, ya intuía que algún vez llegaría este
momento y me preocupaba que sería cuando desaparecieran y que con
tanto desvelo cuidaron Ya había desaparecido la fragua, el potro de
herrar que estuvieron en completa actividad, la casa estaba en ruinas
y había llegado su hora. Todo lo material se desvanece, nada queda y
todo pasa, nada es eterno todo es efímero solamente queda el buen
recuerdo y con él, definitivamente cerré el candado de la
desvencijada puerta de hierro del abandonado jardín. FIN
1 comment:
jo que bonito Tio,... a mi me da mucha pena... que recuerdos... que veranos con los abuelos, que yo le lloraba a mamá porque no queria quedarme alli... y ahora cuantisimo echo de menos a los abuelos que los sueño mucho...,y esos dias fresquitos con ellos, y la abuela llevandonos a mi hermana y ami a comprar pastita ricas que traia el del camión....
y las vacas cuando salian a pastar ahi estabamos las dos, como locas viendo las vacas que iban a beber.
y saliamos y nos ensuciabamos y la abuela nos llamaba y ummm nos hacia croquetitas riquisimas.
Y las tardes de tormenta, que daban miedo... porque decian los de alli, que se nos caia el cielo encima...
que veranos que agostos, que calores, que partidas de cartas con pesetas,,,... que noches estrelladas tan bonitas,y levantarte por la mañana y que la abuela te hubiera puesto el colacao con su bizcocho delicioso" el bollo de la abuela" asi se ha quedado en mi casa.... que tiempos...!
y el abuelo que se enfadaba con nosotras porque bebiamos agua despues de comer... y nos gritaba "al hospital que vais" y mi hermana y yo escondidas destrás de la puerta del baño.... (jaja todavia no se ni como entrabamos ahi)
En fin... todo empieza y todo termina...yo doy gracias por haber vivido esos veranos, que mama y papá nos dejaban alli, y ahora volveria con los abuelos con mis ojos cerrados, para jugar al parchis con la abuela,hacer mis deberes de verano, escuchar las historias del abuelo!!!
que bonitoo ,me ha emocionado mucho leerte....!
besitosss
Paloma
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