Tuesday, June 24, 2008

LOS APELLIDOS
(ESTUDIO)
Por Asturquín
La constante preocupación para evitar la extinción del nombre y salvarle del olvido, ha sido una constante común significativo de cada familia; el apellativus, apareció por primera vez en la sociedad romana, aunque esta parece que la tomó de los etruscos.
Los romanos, bajo la denominación de lares y penates consagraban culto a la memoria de sus antepasados, usando el preanomen, el nomen y el cognomen. El primero lo utilizaban para distinguir a cada individuo; por el segundo gens se identificaba a la familia, que cuando era numerosa se añadía el tercero. Así decían: Publio Cornelio Léntulo, Marco Julio Cicerón, Lucio Sergio Catalina, Marco Porcio Latron.
En la España romana, se comenzó a aceptar los nombres de los bárbaros, lo que favoreció la fusión de los reyes; en cuanto al apellido, comenzó por la forma más natural, por el patronímico, que perpetuaba el espíritu de partido, heroicas hazañas y memorables hechos de armas de los progenitores. La forma de convertir el nombre en patronímico (de apellare después apellitare, designar o llamar), la tomaron del genitivo latino que expresa propiedad o descendencia, pero de una manera arbitraria, propia de la época, según se ve por antiguos manuscritos, documentos de donaciones y escrituras de ventas, heredamientos y cesiones. Así por ejemplo: de Federnandus o Ferrandus hacían Federnandici o Ferrandici; de Gutier Gutierrici; de Rudericus Ruderiquici, etc.
Algunas veces convertían la i final en e, en a o en o, y hacían Gomacé, Garcesa y Menero, y en esta forma fluctuaron hasta el principio de la Edad Media en que se despojaron de la vocal final con algunas excepciones, entre otras, Aparici y Asensi, puesto que predominaba la z como final. El genitivo en i lo desterraron todos los pueblos de la raza latina, a excepción de los italianos que aún lo conservan. La tendencia a dulcificar los sonidos fue convirtiendo la terminación iz en ez, de forma que los patronímicos Federnandici, Gutierrici, Ruderiqui, etc. se convirtieron en Federnandiz, Gutierriz, Roderiquiz, y finalmente, por la razón expuesta, en Fernández, Gutiérrez y Rodríguez.
Si embargo no hacemos de esto regla general, porque algunos patronímicos se resistieron a esta modificación y quedaron Gomiz, Ferrandiz, Llopis, Muñiz, Peris y Ruiz. Los patronímicos cuya terminación la hacían en ozi, ati y aci, han dejado huella en Muiniozi, Reparati, y Belaci, quedando en Muñoz, Reparaz y Belaz. Muchos patronímicos fueron sincopados, y por el uso reducidos hasta quedar convertidos en monosílabos, y de Fernando por ejemplo, se fueron formando, Fernández, Fernán, Ferran, Ferriz, Ferro y Fer; como de Sancho se formó Sánchez, Sanchiz, Saenz, Sans, Saez, y San.
También se usó el patronímico en nominativo, y en esta forma se han transmitido uno con modificaciones en la raíz o desinencia, y otros con alteraciones muy marcadas, pero no dejan duda del nombre de que proceden. Como ejemplo del primer caso, tenemos Hernando, Alfonso, Galindo, Alvaro, García, etc. Como ejemplo del segundo: Macías, de Mathias; Manso de Manetiuns; Oliveros y Oliva, de Oliverius; Valerio de Valerius y otros muchos.
El patronímico tomó tan distintas terminaciones que, sin dejar de serlo, varió según el acento o dialecto de cada provincia, como de Marino, Marin o Mari; de Enrique, Erich o Enric, de Bernardo o Bernaldo, Bernal; de Duarte, Durán; de Froila, Florez o Flores, y los patronímicos catalanes y valencianos formados por la terminación at o et.
La costumbre creó la necesidad de no poder vivir en sociedad sin apellido, y se formaron otros que no eran patronímicos, comenzando los unos por un cognomen, que expresaba la cualidad o defecto de un individuo; defecto o cualidad que inmortalizaba un hecho memorable y a veces heroico, con cuyo cognomen o sobrenombre se honraban sus descendientes, adoptándolo por apellido preeminente: Delgado, Crespo, Rubio, Mellado, Moreno, Calvo, Ladrón, Izquierdo, Girón, Malo, Pardo, Calzado, y otros muchos y muy nobles apellidos que fueron apodos en su origen.
Otros adoptaron voluntariamente sitios, comarcas y lugares; en escrituras anteriores y aún posteriores a la Edad Media, vemos firmantes tales como: De la Iglesia, de la Corte, de la Calle, de la Huerta, del Campo, del Valle, de la Casa, etc. quedando como apellidos.
También han sido formados muchos apellidos de los lugares conquistados o de cuyo solar han sido dueños, de la fortaleza asaltada, de la patria de su elección, del reino en que es soberano su estirpe, de la provincia, ciudad o fortaleza que ha gobernado; otros por el contrario, han dado su apellido a lugares, villas y poblados, resultando que muchos nombres geográficos lo han sido antes de personas. “Vocoverunt nomina sua in terris suis”: los de Mayorga lo tomaron de la villa de su nombre, en Tierra de Campos, y más tarde dieron su nombre a otros lugares. FIN

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