LA CASA DE HIPPOLYTUS
Escrito de Asturquín
Procurar dar lo mejor a los hijos, la mejor educación, prepararlos para desenvolverse en la sociedad en la que les toca vivir, sacrificando incluso el propio bienestar, es la labor más encomiable de todos los tiempos. Unos lo hacen con mas comodidad, consecuencia de su mayor nivel económico, otros retrayéndose, pero en todos, está latente el hecho de que su desarrollo hacia la mayoría de edad, se realice bajo perspectivas de una sana moralidad, acrisolada en ambientes de compañerismo, respeto y todos aquellos valores trascendentales, que son la base para la buena economía de una sociedad.
Eso lo sabían muy bien los romanos, mientras estos principios, estuvieran presentes en la enseñanza de los jóvenes, aquellos tenían la certeza, de que su sociedad no se desmoronaría, y por ende, el Imperio seguiría fuerte. Por suerte o por desgracia, aquellas enseñanzas se fueron relajando y se fueron dejando en segundo lugar, entrando en una dinámica de corrupción, en todos los estamentos de aquella sociedad y la caída del Imperio fue estrepitosa.
Cuando visité la casa de Hippolytus, pensaba todas aquellas cosas, observando sus ruinas. En aquel enclave de la civitas Complutum, hoy Alcalá de Henares, Hippolitus construyó un Colegio, donde se pudieran preparar los jóvenes complutenses, de aquel siglo primero d. C. Debía de ser, indudablemente, un colegio que exigiría ciertos sacrificios para mas de un pater familiae, tal como se presentaba cerca de 2000 años mas tarde.
Pero, aquel Director, no escatimó esfuerzos en dotar a su colegio, seguramente en régimen de internado, o seminternado, de todas aquellas necesidades básicas para llevar a cabo las enseñanzas de sus alumnos.
Cuidó, dentro de la austeridad que caracteriza a su construcción, una fachada con columnas y acogedora, que daba entrada al colegio, desde unos jardines con estanques, donde se dejaban ver algunos animales exóticos, y que servían, al igual que hoy sirven a los jóvenes los campus universitarios.
En el interior, compartimentos que servían para las enseñanzas, cuyos restos arqueológicos nos hablan de una gran sala, que deja ver un formidable mosaico, realizado con texelas, que dibujan escenas marinas, y que en sus dos extremos figuran, por un lado un estanque trilobulado, y por otro, una piscina, donde realizaban los alumnos toda clase de ejercicios físicos, antes de entrar en las termas, alimentadas por el fuego que atizaban unos operarios fogoneros. Se unían las funciones formativas, lúdicas y religiosas, disponiendo para este último de capilla.
Parece ser que el Colegio estuvo en actividad hasta el siglo III o hasta el IV, lo cierto es que debió dejar de cumplir su labor, cuando la sociedad atravesaba ya por momentos de crisis de identidad, pasando sus restos a servir de cementerio. FIN
Procurar dar lo mejor a los hijos, la mejor educación, prepararlos para desenvolverse en la sociedad en la que les toca vivir, sacrificando incluso el propio bienestar, es la labor más encomiable de todos los tiempos. Unos lo hacen con mas comodidad, consecuencia de su mayor nivel económico, otros retrayéndose, pero en todos, está latente el hecho de que su desarrollo hacia la mayoría de edad, se realice bajo perspectivas de una sana moralidad, acrisolada en ambientes de compañerismo, respeto y todos aquellos valores trascendentales, que son la base para la buena economía de una sociedad.
Eso lo sabían muy bien los romanos, mientras estos principios, estuvieran presentes en la enseñanza de los jóvenes, aquellos tenían la certeza, de que su sociedad no se desmoronaría, y por ende, el Imperio seguiría fuerte. Por suerte o por desgracia, aquellas enseñanzas se fueron relajando y se fueron dejando en segundo lugar, entrando en una dinámica de corrupción, en todos los estamentos de aquella sociedad y la caída del Imperio fue estrepitosa.
Cuando visité la casa de Hippolytus, pensaba todas aquellas cosas, observando sus ruinas. En aquel enclave de la civitas Complutum, hoy Alcalá de Henares, Hippolitus construyó un Colegio, donde se pudieran preparar los jóvenes complutenses, de aquel siglo primero d. C. Debía de ser, indudablemente, un colegio que exigiría ciertos sacrificios para mas de un pater familiae, tal como se presentaba cerca de 2000 años mas tarde.
Pero, aquel Director, no escatimó esfuerzos en dotar a su colegio, seguramente en régimen de internado, o seminternado, de todas aquellas necesidades básicas para llevar a cabo las enseñanzas de sus alumnos.
Cuidó, dentro de la austeridad que caracteriza a su construcción, una fachada con columnas y acogedora, que daba entrada al colegio, desde unos jardines con estanques, donde se dejaban ver algunos animales exóticos, y que servían, al igual que hoy sirven a los jóvenes los campus universitarios.
En el interior, compartimentos que servían para las enseñanzas, cuyos restos arqueológicos nos hablan de una gran sala, que deja ver un formidable mosaico, realizado con texelas, que dibujan escenas marinas, y que en sus dos extremos figuran, por un lado un estanque trilobulado, y por otro, una piscina, donde realizaban los alumnos toda clase de ejercicios físicos, antes de entrar en las termas, alimentadas por el fuego que atizaban unos operarios fogoneros. Se unían las funciones formativas, lúdicas y religiosas, disponiendo para este último de capilla.
Parece ser que el Colegio estuvo en actividad hasta el siglo III o hasta el IV, lo cierto es que debió dejar de cumplir su labor, cuando la sociedad atravesaba ya por momentos de crisis de identidad, pasando sus restos a servir de cementerio. FIN
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