SALAMANCA ¡Qué maravilla¡
Por Asturquín
Un gran esplendor me acompaña, iluminando el naciente día, los rayos del sol al alba, incidían deslumbrantes sobre mi espejo retrovisor, cuando camino de Salamanca, vi aquella gran catedral. Me sorprendió, a estas alturas de curso, y debo una explicación. La de sentir, no haber conocido antes tal maravilla.
De paseo entre piedras milenarias, van dejando la huella las labras de aquellos artistas, que en tan vetustos edificios dejaron su impronta y su alma. Y por eso les pido perdón y dejo al aire mis disculpas.
Todo por aquí es diferente, hay que verlo, estimarlo desde cerca, pues, aunque no se toquen las piedras, se sienten. La Catedral Vieja, más allá, el Palacio Episcopal. Entrar en el patio de las escuelas y admirar los artísticos pórticos, me causan sensación de no ser nada; la evocación de aquellas gentes, que esculpieron tales obras, iban dejando en mi, por los suelos trozos de pensamiento ¡Qué maravilla¡
Aún estuve pensando entrar o no entrar, en aquel privilegiado centro, la Universidad. ¿Es que tenía algún derecho a pisar donde holló Unamuno, ó Juan de Junes, por decir de los más egregios maestros? ¿Tendría yo algún derecho de profanar sus espacios, subir los mismos peldaños que utilizó el docto Fray Luis? Pensé que no era merecedor de tal privilegio, pero mi curiosidad fue mayor y el Señor me dejó gustar de tal maravilla. Y la autoridad de austera su cátedra me hizo sentir pequeño.
De aquí a la Pontificia hay un paso, subí por la escalinata y penetré en su vientre: Mucha gente esta en clase y la biblioteca repleta de estudiantes. En ella todo es piedra, que guardan reflejos de áureas, de pensamientos.
De nuevo fuera, me espera otro monumento, donde también hay biblioteca. La Casa de las Conchas me asombra, con la belleza del patio y alzo la vista para que me muestren las piedras sus leones, blasones que colgados de sus bocas, vigilan.
Aquí, en Salamanca, a las piedras se las mira, no se estudian. Aquí a las piedras, se las contempla, despacio, y si por algo te quedas quieto, te imaginas que te hablan. Figuras y filigranas esculpidas, tan bien logradas, parece que te miran. Aquí, en Salamanca, las fachadas no engañan y puede estar seguro el viajero, que no hay sorpresa ni misterio, que su interior guarda una estrecha semejanza.
Cuando ya la noche estaba cerca, llegué a San Marcos, la puerta estaba abierta y no lo dude un momento, empujando entré en de aquél templo sagrado, de planta circular de formidable sillares, de anchas columnas soportes de los arcos ojivales, albergaban mucha gente, que escuchaban la Santa Misa. Un Cristo colgante encima del altar incitaba a la oración y una preciosa Virgen morena, me llenó de admiración.. Templo en un torreón de su antiquísima muralla. Salamanca todo es piedra.
Es que las piedras me gustan, y las más viejas todavía más, esas que arrastran los siglos, que no rompen, estas que aguantan, las de Salamanca, estas que requieren tener un alma. El alma que con el cincel, dejaron en ellas su paciencia y su trabajo, los mejores obradores, que buscaron las de mayor dureza, las más buenas y que son las que admiramos. Hay muchas más: en La Plaza Mayor, alguna torre, conventos, palacios e iglesias y un formidable puente romano.
¡Qué maravilla¡ Volveré Salamanca.
FIN.
Por Asturquín
Un gran esplendor me acompaña, iluminando el naciente día, los rayos del sol al alba, incidían deslumbrantes sobre mi espejo retrovisor, cuando camino de Salamanca, vi aquella gran catedral. Me sorprendió, a estas alturas de curso, y debo una explicación. La de sentir, no haber conocido antes tal maravilla.
De paseo entre piedras milenarias, van dejando la huella las labras de aquellos artistas, que en tan vetustos edificios dejaron su impronta y su alma. Y por eso les pido perdón y dejo al aire mis disculpas.
Todo por aquí es diferente, hay que verlo, estimarlo desde cerca, pues, aunque no se toquen las piedras, se sienten. La Catedral Vieja, más allá, el Palacio Episcopal. Entrar en el patio de las escuelas y admirar los artísticos pórticos, me causan sensación de no ser nada; la evocación de aquellas gentes, que esculpieron tales obras, iban dejando en mi, por los suelos trozos de pensamiento ¡Qué maravilla¡
Aún estuve pensando entrar o no entrar, en aquel privilegiado centro, la Universidad. ¿Es que tenía algún derecho a pisar donde holló Unamuno, ó Juan de Junes, por decir de los más egregios maestros? ¿Tendría yo algún derecho de profanar sus espacios, subir los mismos peldaños que utilizó el docto Fray Luis? Pensé que no era merecedor de tal privilegio, pero mi curiosidad fue mayor y el Señor me dejó gustar de tal maravilla. Y la autoridad de austera su cátedra me hizo sentir pequeño.
De aquí a la Pontificia hay un paso, subí por la escalinata y penetré en su vientre: Mucha gente esta en clase y la biblioteca repleta de estudiantes. En ella todo es piedra, que guardan reflejos de áureas, de pensamientos.
De nuevo fuera, me espera otro monumento, donde también hay biblioteca. La Casa de las Conchas me asombra, con la belleza del patio y alzo la vista para que me muestren las piedras sus leones, blasones que colgados de sus bocas, vigilan.
Aquí, en Salamanca, a las piedras se las mira, no se estudian. Aquí a las piedras, se las contempla, despacio, y si por algo te quedas quieto, te imaginas que te hablan. Figuras y filigranas esculpidas, tan bien logradas, parece que te miran. Aquí, en Salamanca, las fachadas no engañan y puede estar seguro el viajero, que no hay sorpresa ni misterio, que su interior guarda una estrecha semejanza.
Cuando ya la noche estaba cerca, llegué a San Marcos, la puerta estaba abierta y no lo dude un momento, empujando entré en de aquél templo sagrado, de planta circular de formidable sillares, de anchas columnas soportes de los arcos ojivales, albergaban mucha gente, que escuchaban la Santa Misa. Un Cristo colgante encima del altar incitaba a la oración y una preciosa Virgen morena, me llenó de admiración.. Templo en un torreón de su antiquísima muralla. Salamanca todo es piedra.
Es que las piedras me gustan, y las más viejas todavía más, esas que arrastran los siglos, que no rompen, estas que aguantan, las de Salamanca, estas que requieren tener un alma. El alma que con el cincel, dejaron en ellas su paciencia y su trabajo, los mejores obradores, que buscaron las de mayor dureza, las más buenas y que son las que admiramos. Hay muchas más: en La Plaza Mayor, alguna torre, conventos, palacios e iglesias y un formidable puente romano.
¡Qué maravilla¡ Volveré Salamanca.
FIN.
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