Wednesday, November 15, 2006




LA RELIQUIA DE UN HÉROE
PRIMER CENTENARIO DE LA MUERTE DEL CABO NOVAL
Por Asturquín
Un recuerdo entrañable del Cabo Noval nos acompaña: su fusil, último refugio de su vida, con el que murió aferrado, exhalando el último suspiro. Custodiada la reliquia sagrada del héroe, estuvo en su Regimiento hasta 1910, fecha en que fue reclamada para ocupar un lugar de honor en el Museo del Ejército, entre recuerdos de personas y hechos relevantes de la Infantería Española. Su entrega fue solemne, no podía ser de otra manera, los presentes en el Alcázar de Toledo, cuna de la Infantería vivieron una jornada gloriosa.
Fue un veinte de junio de 1910 cuando se llevó a cabo la solemne entrega, al Museo de la Infantería, del fusil número 1115, serie A, que usó en su vida el heroico cabo del Regimiento de Infantería del Príncipe 3, Don Luis Noval Ferrao, que de modo glorioso sucumbió en los campos de batalla del Rif, el 28 de septiembre de 1909, y por cuya valerosa acción, fue recompensado con la Cruz de segunda clase de la Real Orden Militar de San Fernando.
Aquel día la Academia de Infantería, formada con Bandera, en el patio del Alcázar recibió, el Señor Coronel Director don José Villalva, el referido trofeo, de manos de la comisión especial del Regimiento del Príncipe, compuesta por el capitán don Nicolás Cáceres Suárez, el segundo teniente don Alfredo Jiménez Ajiller, el sargento Luis García Marchante y los cabos Doroteo Vidal y Pedro Reduello.
Al discurso de entrega del capitán Cáceres, respondió con otro no menos vibrante el coronel Villalva, y con armas presentadas, fue donada al Museo de la Infantería tan preciada reliquia, como testimonio del heroísmo de la raza y gloria del Arma.
A media tarde una honda emoción embargaba a todos, un hálito de grandeza flotaba en el ambiente del cuadro sencillo y majestuoso del patio del Alcázar. Cada cual en su puesto, persuadidos de la solemnidad que les congregaba, tenían toda la atención puesta en la ceremonia. Allí estaban todos los jefes y oficiales residentes en la capital en uniforme de media gala y el Regimiento de Alumnos. La comisión de entrega del Regimiento del Príncipe ocupaba la entrada al patio del Alcázar.
A la orden del cornetín, rasgaron el aire los acordes de las cornetas y los de la Marcha Real, multiplicándose las notas en aquella solemne caja de resonancia de sólidas arcadas y elevadas galerías, mientras, la Enseña Patria y la del Regimiento de Alumnos desfilaban, a ocupar su puesto en la formación, entre el silencio emocionado.
El capitán Cáceres, recogiendo el fusil de manos de uno de los cabos del Regimiento del Príncipe, en medio de aquel silencio sepulcral, se dirigió a los allí prentes, brotando de sus labios en forma pausada y elocuente un canto de amor al Arma: “Rasgando el ambiente de tristeza que nos rodeaba, el huracán abrasador que vino de las costas rifeñas, nos trajo un efluvio divino y el alma nacional, al respirarlo, se sintió fortalecida. Sí, los días fueron lúgubres, el dolor nos invadió, la muerte nos cercó, pero ahí estuvo la raza, con su férrea dureza, insensible a la desgracia, vencedora, más que de sus enemigos, de su propia mala venturada suerte.
A través de los errores ajenos y de las vacilaciones de la angustia, por fin la hemos encontrado tal y como fue siempre: el rostro adusto, inalterable, la mano recia, sin temblores nerviosos; el corazón firme, con su latir isocrono, que no conoce las agitaciones de la emoción...es la vieja España, la eterna, la augusta, con la grandeza del risco pirenaico, con la majestad de la llanura bética. Sobre los campos asolados, entre los diluvios de lágrimas, entre los más terribles estertores de la agonía, permanece tranquila...
No es un pueblo, es un destino histórico; no es un dogma, es una esencia...
La prueba fue terrible.... Allá en la tierra norteafricana, aquel enemigo nos hirió, y cuando todo era confusión en el ánimo de la ciudadanía, detrás de la Bandera de España reaparecieron los que estábamos esperando, los que estábamos seguros que habían de venir... los de siempre, los que en el momento oportuno han roto, con los filos de sus espadas, las nieblas ahogadizas en que el espíritu patrio se asfixiaba. Es la legión de los héroes: Pintos, Giloche, Ripoll, Vicario y los demás cuyos nombres, sublimes y gloriosos, formaran larga columna en el áureo libro de la gratitud nacional.
!Gloria a los valerosos campeones! A los que conservan en las generaciones sucesivas de soldados, que la Patria les entrega, el depósito de su fe en la región inmortal del patriotismo y ungen con el óleo sus frentes, y elevan con el sublime sacrificio sus almas. Algo representa en el caudal de España ese heroísmo prodigado, esa resolución de morir con gloria, ese desprecio de la vida, porque al penetrar en la región de la inmortalidad, sus héroes hacen algo más que defender a sus conciudadanos, les dan un ejemplo terrible que debiera llenar de espanto a los egoístas, a los miserables teorizadores del oro y de la dicha, a los que pasan la existencia entre la fortuna que de forma imbecil les sonríe y la indiferencia les insensibiliza.
Y, por si esto fuera poco, aún su ejemplo sublime dio preciados frutos en la cruenta lucha sostenida, porque ellos son semillero de hazañas y epopeyas, que abrillantan la Historia de la Patria.
Y de estos héroes ninguno, sin que en mi ánimo influyan apasionadamente ni espíritu de cuerpo, ninguno repito, como el que motiva este solemne acto, cuyo recuerdo guardaré siempre en mi alma.
!El Cabo Noval! ¿Quien desconoce su hazaña? ¿Quien aquel sublime grito, digno de esculpirse en mármoles: !Tirad, que son los moros!, con que finó su vida elevando su nombre en aras de la fama a la región de los inmortales?.
Yo no puedo ahora repetirla, porque si bien lleno de voluntad me presento entre vosotros huérfano de las restantes potencias del alma, y porque carezco de todas esas galas con quien la naturaleza tan pródiga en ella cincela el oro de nuestro rico lenguaje, y para cantarla, en toda su excelsa magnitud, harían falta las dotes de ese mago de la lírica que se llama Rueda o de ese orfebre del habla que se llama Melquiades Álvarez.
Me limito, pues, a haceros entrega en nombre de mi Regimiento, mejor dicho, del Arma entera, que las glorias no pueden ser privativas de un solo Cuerpo, sino que a todos por igual los alcanza, de ese fusil que desde el 28 de septiembre, y gracias al esfuerzo de un pobre soldado, se convirtió en reliquia y en mudo testigo de nuestra grandeza.
Cuando en la vitrinas de nuestro Museo este colocado, nosotros, educadores de los que mañana han de continuar las gloriosas epopeyas de la “Invencible”, mostrándoles este arma, para que a su vista se templen sus almas y salgan de nuestra solariega casa dispuestos al sacrificio, sepan dignificar sus nombres y engrandecer a la Patria”.
Tomando entonces la palabra el coronel Villalva, director de la Academia, entusiasmado y conmovido, después de una salutación al Regimiento del Príncipe y a los jefes y oficiales que lo mandaban, recomendaba a sus alumnos que imitaran la conducta observada por quienes, antes que ellos, desfilaron por el regio caserón y que seguramente abrían abrazado los fusiles que ahora tenían entre sus manos, presentándolos ante las enseñas de la Patria y de la gloria, representada ésta por un fusil que perteneció a un hombre que supo sacrificarse heroicamente por su Patria, y que si hasta aquel día permaneció oscurecido, vino a romper los terribles y negros celajes de aquella noche, para que por entre ellos apareciera indeleble, con letras de luz y de fuego, el nombre de cabo Noval honra del Ejército Español y gloria inmortal de la Infantería Española. Finalizaba con vivas a España, al Rey y al Ejército.
El fusil se depositó en una de las vitrinas del Museo del Alcázar, y ahí permanece para orgullo de las nuevas generaciones, que al conocer la hazaña del su insigne soldado, sepan conservar su altivez y orgullo, innato sentimiento del deber y de culto a la Patria, preciados dones de nuestros mayores, alma y nervio de la raza. FIN

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