Oscarín y las botas maravillosas
por Asturquín
Un viejo zapatero, en su pequeño taller, quiso realizar su obra maestra, aquella que tanto tiempo había albergado en su corazón, soñando que algún día, se hiciese realidad.
Pensó en un par de botas deportivas, hechas con tanto amor, que el niño que las calzara, y cuidara, viera a cambio colmadas todas sus ilusiones.
Y, con estos buenos deseos puso manos a la obra; primero fue su diseño, después su elaboración. Puntada tras puntada, y en cada una de ellas, poniendo un pensamiento, tardó mucho tiempo, hasta que fueron terminadas. Decía, esta, por un niño cariñoso; esta, por un niño bondadoso, esta por uno no envidioso y, ésta otra por un niño dadivoso.
Por fin, un día, miraba orgulloso su obra maestra, sus botas maravillosas. Formuló su último deseo: que fuesen, aquellas botas hermosas, a manos de un niño con ilusión, a un niño como tú.
Vivía, el viejo zapatero, en una ciudad, donde siempre fue muy trabajador, honrado, leal, amigo de sus amigos y, muy buen compañero. Era rico puesto que era feliz, decidiendo llevar sus botas maravillosas, a los grandes almacenes, donde uno de sus amigos dirigía un departamento, exponiéndole su deseo.
- Quisiera, le dijo, que este par de botas estuviesen expuestas en un lugar destacado, para que las vieran todos los niños. Me gustaría que las comprara un niño que lo fuera para siempre jamás.
Dicho y hecho, inmediatamente aquel amigo, dejó las botas colocadas en un estante acristalado, siendo a partir de entonces, la envidia de sus compañeros, los zapatos, botas, zapatillas de deportes y toda la demás familia de calzados. Las botas se sentían admiradas, con orgullo exhibían su diseño y se preguntaban cuando encontrarían al niño, que fuera merecedor de contar con la ayuda que, para él, deseaba el viejo zapatero.
!Ay!. Un niño caprichoso, se fijo en ellas, llevaba puestas otras muy nuevas, pero, se empeñó en comprar las botas maravillosas.
Dijo su mamá: No ves, hijo, las que llevas aún estan nuevas.
-!Qué las compres! !Qué las compres! Se empeñaba el niño caprichoso, rabieta tras rabieta.
Tanto se empecinó, que finalmente, accediendo a los deseos de aquel niño caprichoso, terminó por comprarle las preciosas botas.
-Espero, dijo la mamá, que las utilices durante mucho tiempo, y le saques provecho.
En realidad sólo le interesaba apariencia, por lo preciosas que eran, estaba seguro que iba a presumir con ellas aquella misma tarde ante sus amigos de juegos, pues no podía haber otras tan hermosas. Lo de menos es que fuesen hechas a medida, con un diseño original, cómodas para el deporte, capaces de satisfacer las ilusiones que, desde luego, aquel niño no alcanzaba a comprender.
- !Caramba!. Que oscuro está esto, dijo una bota a la otra.
- No te preocupes, estamos dentro de una caja de cartón. Nos acaba de comprar un niño. Cuando veamos de nuevo la luz, estaremos andando por las calles de su ciudad.
- !Qué botas!. ¿ A donde las has comprado?. Comentaban admirados en el cole, los amigos.El niño, presumía y agradecíamos la admiración. Al cuarto día, se cansó ya de nosotras, cuando llegamos a casa, nos descalzó y nos tiró entre otro zapatos, en la parte inferior del armario. Nos dejó en la oscuridad.
Pasaron días y días olvidadas medio sucias, en aquella habitación. Abandonadas de aquel niño. No nos calzaba nadie. Inutiles nos preguntabamos: - ¿Para qué, el esfuerzo de nuestro viejo zapetero?.
Pasaron los meses...
- !Estoy harta!. Dijo la mamá, entrando en la habitación.
Recogeré todos estos zapatos, que no quieres, le dijo a su hijo, y los dejaré en el contenedor de la ropa usada, estoy segura, que alguien las utilizará y servirán para algo mas que para estar de estorbo. Unidas por los cordones, y metidas en una bolsa de plástico, las depositó en el contenedor, que se encontraba a escasos metros, del portal de su casa. Días después, considerando el estado de suciedad que se encontraban, fueron tiradas a la basura.
Entre mondas de patatas, cáscaras de naranja y demás derperdicios, se lamentaban.
- Que triste suerte la nuestra, no hemos consegudo dar con el niño, que entendiese nuestro destino.
- No te preocupes, mientras estemos juntas, tal vez lo encontremos. No puede ser este nuestro final, siendo hechas con tanto amor. Envueltas entre las basuras, sentían el ruido del motor del camión, que las transportaba desde hacía varias horas.
Se vieron dando vueltas, en el interior de la bolsa de plástico, ladera abajo, no dejaban de rodar, el camión basculante había deslizado su carga, desplazándola hacia el mar. Tanto rodaron que, finalmente se vieron envueltas por una fría humedad y, poco después, remojadas y empapadas, hasta quedar balanceándose en el fondo del agua.
Las corrientes marinas las llevaron lejos, muy lejos, cada vez a más profundidad. Y pasaron muchos meses.....
Cierto día, quedaron encalladas bajo el agua, entre unas rocas, ya no quedaba resto del plástico que en principio las acompañó. Pasaron muchos años varadas, las algas las recubrieron y medio enterradas en la arena, permanecieron por mucho tiempo.
Años mas tarde, unas corrientes muy fuertes, hicieron que todo el fondo del mar se removiera; arenas, rocas, algas, peces, fueron lanzados de sus lugares, hacia otros fondos. Las botas maravillosas, se vieron envueltas en aquel maremagnum y, como en otras ocasiones, balanceándose, ahora, al capricho de las nuevas y suaves corrientes de fondo, sobre arenas, donde los grandes cetáceos, buscaban afanosamente la comida, y....una gran ballena, las tragó.
En el vientre de la ballena permanercieron a oscuras, durante mas de un año. Pero...no acabaría aquí su periplo, aún aguardaban nuevos episodios. Se preguntaban, como aún del tiempo trancurrido y las circunstancias, permanecían juntas; eso sí, se sentían mas pesadas, tal vez por encontrarse llenas de arena. No cabe duda que la magia, del viejo zapatero, estaba con ellas. Tal vez, aquí estuviese el misterio.
La ballena nadaba líbre, por mares frecuentados por cazadores furtivos, ansiosos de capturarla. De vez en cuando, subía a la superficie, para respirar y tomar aire. Los grandes chorros que despedía el gran cachalote, fueron divisados por uno de aquellos furtivos, cazadores de ballenas. Las botas maravillosas, sintieron una sacudida a su alrededor, hacía tiempo que viajaban en aquella oscuridad, apanas sin experimentar sensación alguna. Un arponero incrustó su arpón en el enorme cuerpo del mamífero marino. Aquel gigante de la naturaleza, quedó muerto, lo izaron a cubierta por la popa, arrastrado mediante cadenas, y el buque, con su presa, navegó durante algunos días, hasta llegar a su puerto, donde los balleneros comenzaron a despiezarlo. De su estómago sacaron las botas, y de ahí a la basura.
Otra vez, se veían entre medio de las mondas.
- ¿Cuándo acabará todo esto?. Se preguntaban. Algún día encontraremos al niño que nos necesite, dijo una.
- Si, pero, no se como le vamos a servir, en el estado tan lamentable que nos encontramos, dijo la otra.
En una de aquellas grandes ciudades, había gente muy pobre, en los suburbios. Vivían en chabolas, hechas de latas y de materiales muy pobres, las calles eran barrizales, no tenían ventanas y no tenían aseos como los que tienes tú. Tenían que desplazarse lejos, para traer el agua, de las pocas fuentes que había. La comida escaseaba y, tampoco los niños iban a la escuela.
Aquellos niños eran muy valientes, ayudaban a sus papás, todos los días, a salir adelante y para que, al menos, sus hermanitos, tuvieran algo que llevarse a la boca. Todos los días muy temprano, Oscarín, que apenas tenía seis años, se despedía de su mamá. Después de darla un beso, cogía un gran saco muy sucio y, un pincho que él mismo se había fabricado y camino del gran basurero de la gran ciudad, iba cantanto y jugando con sus amigos de infortunio.
Como ya habreis imaginado, Oscarín era un niño muy bueno, no era egoista, todo lo que podía valer para ayudar a su familia, le parecía insuficiente. Le hubiese gustado ir al cole, como a todo los niños, pero no podía. Tenía muchos sueños, muchas ilusiones, y no sabía como hacerlos realidad. Era consciente de que la forma de vida que llevaba, no era la más idónea, cómo para que algun día se realizasen, pero su fe era muy grande. No dejaba de soñar; tendría una casa bonita, una bicicleta, muy buenos zapatos y podría ir al cole, dejando aquella vida discriminada.
Andaba siempre con un montón de greñas, las uñas sucias, la piel cuarteada por el sol; las piernas, no sabía si eran morenas o, producto de otras cosas. Como todos sus amigos, olía muy mal, sin embargo, su interior, relucía igual que el sol.
¿Sabéis donde trabajaban?. En aquel gran basurero, a donde iban a parar todas aquellas cosas, que son inservibles. Esperaban impacientes los primeros camiones, disponiéndose a recoger lo que consideraban más apropiado. Sus pinchos rompían bolsas de plástico, cogian botes vacíos, latas de todo tipo, hierros oxidados, hilos de cobre, y también las frutas que sobraban de las tiendas. Se afanaban en llenar, de esta manera, sus sacos.
Oscarín, a pesar de su corta edad, era muy fuerte, figúraros, que su saco llegaba a pesar, cuando estaba lleno, más de treinta kilos. Lo cargaba a los hombros y balanceándose para no perder el equilibrio, lo llevaba muchos kilómetros mas allá, hasta llegar al chatarrero, donde, a cambio, le daban algunos centavos.
Y, de vuelta, a empezar. Así se ganaba la vida, para él y para sus hermanitos. Cuando por las tardes llegaba a casa, lo único que le apetecía era dormir, y sumergirse en sus sueños.
Una de aquellas mañanas, su pincho, enganchó un cordón, tiró de él, le costó extraer aquellas botas tan sucias, un nuevo tirón y las tuvo en sus manos. Pesaban mucho, se fijó que estaban llenas de arena, rapidamente, las echó dentro del saco, no podía perder tiempo en vaciarlas, tenía demasiado prisa por llenarlo. Cuando llegó a casa, por la tarde, en su saco llevaba las botas y la fruta que había conseguido recoger.
Su mamá le preguntó: - ¿Y, estas botas?. ¿Para que las coges?. ¿No ves que estan muy estropeadas?.
Oscarín, observador, respondió:- No pude resistir la curiosidad. Me fijé que las suelas estaban completamente nuevas, como si nadie las hubiese utilizado.
Al mismo tiempo, comenzó a sacar el barro y la arena, que tenían en su interior.
- Pero ¿Qué es esto?. Su mano, había tropezado con algo duro, pegado en la parte interior. Era una especie de concha. En realidad era una gran ostra. La arrancó y después otra y otra; así de la misma bota hasta cuatro.
Cogió precipitadamente la otra bota y, sucedió lo mismo. Cuatro grandes ostras, estaban pegada en el interior. Su mamá le dijo que las abriera. Había oido que en algunas se criaban perlas, y que valían mucho dinero.
Con gran ilusión, Oscarín comenzó a abrir la primera.
!Sorpresa!. Ante sus ojos apareció una brillante perla blanca, tan grande como una avellana. Se quedaron mirándo en silencio, atónitos, no podían creer lo que estaban viendo.
Con gran excitación, junto a su mamá y su papá, fueron abriendo, una a una, las restantes y de cada una de ellas, extrajeron una perla tan grande como la primera. Reunieron ocho perlas. Una verdadera fortuna. De pronto las botas maravillosas habían cambiado totalmente, estaban nuevas, relucientes, como si aquella misma tarde, hubieran salido del taller. Sin dudarlo un sólo instante, Oscarín las desató y se las puso, le sentaban también, que incluso parecía que tenía los calcetines puestos.
Al fin, habían conseguido llegar a su destino. Y se cumplió el sueño del viejo zapatero. Aquel niño, con la fortuna de las perlas, y su esfuerzo personal, hizo feliz a toda su família.
- ¿Sabéis que fue de aquel niño de corazón noble?.
Entre otras cosas, Oscar, tiene una fábrica de botas deportivas, donde trabajan muchos niños que como él lo hicieron en el maloliente basurero.
¿Sabéis donde estan las botas maravillosas?. En una estantería acristalada, de sus grandes almacenes, esperando, que tú las vayas a comprar.
FIN
Pensó en un par de botas deportivas, hechas con tanto amor, que el niño que las calzara, y cuidara, viera a cambio colmadas todas sus ilusiones.
Y, con estos buenos deseos puso manos a la obra; primero fue su diseño, después su elaboración. Puntada tras puntada, y en cada una de ellas, poniendo un pensamiento, tardó mucho tiempo, hasta que fueron terminadas. Decía, esta, por un niño cariñoso; esta, por un niño bondadoso, esta por uno no envidioso y, ésta otra por un niño dadivoso.
Por fin, un día, miraba orgulloso su obra maestra, sus botas maravillosas. Formuló su último deseo: que fuesen, aquellas botas hermosas, a manos de un niño con ilusión, a un niño como tú.
Vivía, el viejo zapatero, en una ciudad, donde siempre fue muy trabajador, honrado, leal, amigo de sus amigos y, muy buen compañero. Era rico puesto que era feliz, decidiendo llevar sus botas maravillosas, a los grandes almacenes, donde uno de sus amigos dirigía un departamento, exponiéndole su deseo.
- Quisiera, le dijo, que este par de botas estuviesen expuestas en un lugar destacado, para que las vieran todos los niños. Me gustaría que las comprara un niño que lo fuera para siempre jamás.
Dicho y hecho, inmediatamente aquel amigo, dejó las botas colocadas en un estante acristalado, siendo a partir de entonces, la envidia de sus compañeros, los zapatos, botas, zapatillas de deportes y toda la demás familia de calzados. Las botas se sentían admiradas, con orgullo exhibían su diseño y se preguntaban cuando encontrarían al niño, que fuera merecedor de contar con la ayuda que, para él, deseaba el viejo zapatero.
!Ay!. Un niño caprichoso, se fijo en ellas, llevaba puestas otras muy nuevas, pero, se empeñó en comprar las botas maravillosas.
Dijo su mamá: No ves, hijo, las que llevas aún estan nuevas.
-!Qué las compres! !Qué las compres! Se empeñaba el niño caprichoso, rabieta tras rabieta.
Tanto se empecinó, que finalmente, accediendo a los deseos de aquel niño caprichoso, terminó por comprarle las preciosas botas.
-Espero, dijo la mamá, que las utilices durante mucho tiempo, y le saques provecho.
En realidad sólo le interesaba apariencia, por lo preciosas que eran, estaba seguro que iba a presumir con ellas aquella misma tarde ante sus amigos de juegos, pues no podía haber otras tan hermosas. Lo de menos es que fuesen hechas a medida, con un diseño original, cómodas para el deporte, capaces de satisfacer las ilusiones que, desde luego, aquel niño no alcanzaba a comprender.
- !Caramba!. Que oscuro está esto, dijo una bota a la otra.
- No te preocupes, estamos dentro de una caja de cartón. Nos acaba de comprar un niño. Cuando veamos de nuevo la luz, estaremos andando por las calles de su ciudad.
- !Qué botas!. ¿ A donde las has comprado?. Comentaban admirados en el cole, los amigos.El niño, presumía y agradecíamos la admiración. Al cuarto día, se cansó ya de nosotras, cuando llegamos a casa, nos descalzó y nos tiró entre otro zapatos, en la parte inferior del armario. Nos dejó en la oscuridad.
Pasaron días y días olvidadas medio sucias, en aquella habitación. Abandonadas de aquel niño. No nos calzaba nadie. Inutiles nos preguntabamos: - ¿Para qué, el esfuerzo de nuestro viejo zapetero?.
Pasaron los meses...
- !Estoy harta!. Dijo la mamá, entrando en la habitación.
Recogeré todos estos zapatos, que no quieres, le dijo a su hijo, y los dejaré en el contenedor de la ropa usada, estoy segura, que alguien las utilizará y servirán para algo mas que para estar de estorbo. Unidas por los cordones, y metidas en una bolsa de plástico, las depositó en el contenedor, que se encontraba a escasos metros, del portal de su casa. Días después, considerando el estado de suciedad que se encontraban, fueron tiradas a la basura.
Entre mondas de patatas, cáscaras de naranja y demás derperdicios, se lamentaban.
- Que triste suerte la nuestra, no hemos consegudo dar con el niño, que entendiese nuestro destino.
- No te preocupes, mientras estemos juntas, tal vez lo encontremos. No puede ser este nuestro final, siendo hechas con tanto amor. Envueltas entre las basuras, sentían el ruido del motor del camión, que las transportaba desde hacía varias horas.
Se vieron dando vueltas, en el interior de la bolsa de plástico, ladera abajo, no dejaban de rodar, el camión basculante había deslizado su carga, desplazándola hacia el mar. Tanto rodaron que, finalmente se vieron envueltas por una fría humedad y, poco después, remojadas y empapadas, hasta quedar balanceándose en el fondo del agua.
Las corrientes marinas las llevaron lejos, muy lejos, cada vez a más profundidad. Y pasaron muchos meses.....
Cierto día, quedaron encalladas bajo el agua, entre unas rocas, ya no quedaba resto del plástico que en principio las acompañó. Pasaron muchos años varadas, las algas las recubrieron y medio enterradas en la arena, permanecieron por mucho tiempo.
Años mas tarde, unas corrientes muy fuertes, hicieron que todo el fondo del mar se removiera; arenas, rocas, algas, peces, fueron lanzados de sus lugares, hacia otros fondos. Las botas maravillosas, se vieron envueltas en aquel maremagnum y, como en otras ocasiones, balanceándose, ahora, al capricho de las nuevas y suaves corrientes de fondo, sobre arenas, donde los grandes cetáceos, buscaban afanosamente la comida, y....una gran ballena, las tragó.
En el vientre de la ballena permanercieron a oscuras, durante mas de un año. Pero...no acabaría aquí su periplo, aún aguardaban nuevos episodios. Se preguntaban, como aún del tiempo trancurrido y las circunstancias, permanecían juntas; eso sí, se sentían mas pesadas, tal vez por encontrarse llenas de arena. No cabe duda que la magia, del viejo zapatero, estaba con ellas. Tal vez, aquí estuviese el misterio.
La ballena nadaba líbre, por mares frecuentados por cazadores furtivos, ansiosos de capturarla. De vez en cuando, subía a la superficie, para respirar y tomar aire. Los grandes chorros que despedía el gran cachalote, fueron divisados por uno de aquellos furtivos, cazadores de ballenas. Las botas maravillosas, sintieron una sacudida a su alrededor, hacía tiempo que viajaban en aquella oscuridad, apanas sin experimentar sensación alguna. Un arponero incrustó su arpón en el enorme cuerpo del mamífero marino. Aquel gigante de la naturaleza, quedó muerto, lo izaron a cubierta por la popa, arrastrado mediante cadenas, y el buque, con su presa, navegó durante algunos días, hasta llegar a su puerto, donde los balleneros comenzaron a despiezarlo. De su estómago sacaron las botas, y de ahí a la basura.
Otra vez, se veían entre medio de las mondas.
- ¿Cuándo acabará todo esto?. Se preguntaban. Algún día encontraremos al niño que nos necesite, dijo una.
- Si, pero, no se como le vamos a servir, en el estado tan lamentable que nos encontramos, dijo la otra.
En una de aquellas grandes ciudades, había gente muy pobre, en los suburbios. Vivían en chabolas, hechas de latas y de materiales muy pobres, las calles eran barrizales, no tenían ventanas y no tenían aseos como los que tienes tú. Tenían que desplazarse lejos, para traer el agua, de las pocas fuentes que había. La comida escaseaba y, tampoco los niños iban a la escuela.
Aquellos niños eran muy valientes, ayudaban a sus papás, todos los días, a salir adelante y para que, al menos, sus hermanitos, tuvieran algo que llevarse a la boca. Todos los días muy temprano, Oscarín, que apenas tenía seis años, se despedía de su mamá. Después de darla un beso, cogía un gran saco muy sucio y, un pincho que él mismo se había fabricado y camino del gran basurero de la gran ciudad, iba cantanto y jugando con sus amigos de infortunio.
Como ya habreis imaginado, Oscarín era un niño muy bueno, no era egoista, todo lo que podía valer para ayudar a su familia, le parecía insuficiente. Le hubiese gustado ir al cole, como a todo los niños, pero no podía. Tenía muchos sueños, muchas ilusiones, y no sabía como hacerlos realidad. Era consciente de que la forma de vida que llevaba, no era la más idónea, cómo para que algun día se realizasen, pero su fe era muy grande. No dejaba de soñar; tendría una casa bonita, una bicicleta, muy buenos zapatos y podría ir al cole, dejando aquella vida discriminada.
Andaba siempre con un montón de greñas, las uñas sucias, la piel cuarteada por el sol; las piernas, no sabía si eran morenas o, producto de otras cosas. Como todos sus amigos, olía muy mal, sin embargo, su interior, relucía igual que el sol.
¿Sabéis donde trabajaban?. En aquel gran basurero, a donde iban a parar todas aquellas cosas, que son inservibles. Esperaban impacientes los primeros camiones, disponiéndose a recoger lo que consideraban más apropiado. Sus pinchos rompían bolsas de plástico, cogian botes vacíos, latas de todo tipo, hierros oxidados, hilos de cobre, y también las frutas que sobraban de las tiendas. Se afanaban en llenar, de esta manera, sus sacos.
Oscarín, a pesar de su corta edad, era muy fuerte, figúraros, que su saco llegaba a pesar, cuando estaba lleno, más de treinta kilos. Lo cargaba a los hombros y balanceándose para no perder el equilibrio, lo llevaba muchos kilómetros mas allá, hasta llegar al chatarrero, donde, a cambio, le daban algunos centavos.
Y, de vuelta, a empezar. Así se ganaba la vida, para él y para sus hermanitos. Cuando por las tardes llegaba a casa, lo único que le apetecía era dormir, y sumergirse en sus sueños.
Una de aquellas mañanas, su pincho, enganchó un cordón, tiró de él, le costó extraer aquellas botas tan sucias, un nuevo tirón y las tuvo en sus manos. Pesaban mucho, se fijó que estaban llenas de arena, rapidamente, las echó dentro del saco, no podía perder tiempo en vaciarlas, tenía demasiado prisa por llenarlo. Cuando llegó a casa, por la tarde, en su saco llevaba las botas y la fruta que había conseguido recoger.
Su mamá le preguntó: - ¿Y, estas botas?. ¿Para que las coges?. ¿No ves que estan muy estropeadas?.
Oscarín, observador, respondió:- No pude resistir la curiosidad. Me fijé que las suelas estaban completamente nuevas, como si nadie las hubiese utilizado.
Al mismo tiempo, comenzó a sacar el barro y la arena, que tenían en su interior.
- Pero ¿Qué es esto?. Su mano, había tropezado con algo duro, pegado en la parte interior. Era una especie de concha. En realidad era una gran ostra. La arrancó y después otra y otra; así de la misma bota hasta cuatro.
Cogió precipitadamente la otra bota y, sucedió lo mismo. Cuatro grandes ostras, estaban pegada en el interior. Su mamá le dijo que las abriera. Había oido que en algunas se criaban perlas, y que valían mucho dinero.
Con gran ilusión, Oscarín comenzó a abrir la primera.
!Sorpresa!. Ante sus ojos apareció una brillante perla blanca, tan grande como una avellana. Se quedaron mirándo en silencio, atónitos, no podían creer lo que estaban viendo.
Con gran excitación, junto a su mamá y su papá, fueron abriendo, una a una, las restantes y de cada una de ellas, extrajeron una perla tan grande como la primera. Reunieron ocho perlas. Una verdadera fortuna. De pronto las botas maravillosas habían cambiado totalmente, estaban nuevas, relucientes, como si aquella misma tarde, hubieran salido del taller. Sin dudarlo un sólo instante, Oscarín las desató y se las puso, le sentaban también, que incluso parecía que tenía los calcetines puestos.
Al fin, habían conseguido llegar a su destino. Y se cumplió el sueño del viejo zapatero. Aquel niño, con la fortuna de las perlas, y su esfuerzo personal, hizo feliz a toda su família.
- ¿Sabéis que fue de aquel niño de corazón noble?.
Entre otras cosas, Oscar, tiene una fábrica de botas deportivas, donde trabajan muchos niños que como él lo hicieron en el maloliente basurero.
¿Sabéis donde estan las botas maravillosas?. En una estantería acristalada, de sus grandes almacenes, esperando, que tú las vayas a comprar.
FIN
4 comments:
papa, tienes una falta de ortigafria en la frase:
ante sus amigos de juegos, pues no podía hjber otras tan hermosas.
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